La rutina

Se despertó como cada mañana, con un rayo de sol escapado de una hendija de la pared, que se posaba en su pecho. Se puso de pies pesadamente, y se dirigió a la cocina para ver si quedaba algo de café y azúcar que le ayudaran a aclararle las ideas y endulzar el paladar.

Salió con su raída ropa de trabajo, su bastón y sus inseparables lentos oscuros. Ubicado en el sombreado rincón del parque, recibió unas monedas de los caminantes y al caer la tarde, ya de camino a la casa, compró ron para la noche y café para el día siguiente. Bebió del alcohol hasta perder la conciencia y sólo abrió los ojos cuando la claridad del nuevo día invadió el cuartucho y le tocó la piel. Sin pensarlo dos veces, haciendo caso omiso a la resaca, abandonó la cama.

Después de tomar la aromática infusión, se encaminó como cada mañana, a la plaza habitual para realizar la rutina con el disfraz de invidente, y así poder conseguir los pesos necesarios para comprar la dosis de esa noche.