Soy Pedro, y esta es mi historia.

Fui un niño con carencias pero con bastante amor y, eso me dio la felicidad que había que durarme todo lo que pudo. En la juventud, tropecé con las hacías de ser mejor y de superarme. Encontrar un trabajo que me diera lo que en un principio me negó, la austeridad de esos tiempos. Salí al mundo.
Comencé trabajando en un barco ruso, donde aprendí la bravura del trabajo duro, conocí otras culturas, muchas ideas que otras personas tienen del mundo, conocí el sudor de un dinero ganado con esfuerzo. Luego me volví buzo, aprendí el arte bucear, de limpiar los barcos de las alimañas que se pegaban al barco, de las andanzas de los marineros. Fui contramaestre de una pequeña lancha fletera, todo esto a la par de madurar como joven y aprender el infortunio de tener tanta suerte.

Ya desde pequeño me había salvado me morir varias veces, si no era por tomar por curiosidad alguna sustancia descuidadamente puesta al alcance de los niños, o por casi electrocutarme, o por atragantarme con un pedazo me manzana, por casi ahogarme por salvar a un amigo, en fin muchas vicisitudes que me indicaban que mi suerte se estaba agotando.

Con el tiempo, estudie una carrera profesional, cambie los pantalones jeans, y los polos sucios de obrero, por el pantalón de vestir, la corbata y mi hermosa melena ensortijada por un corte casi al ras, asemejándome a un yupi americano, para entrar al mundo de los empleados bancarios. Mi vida estaba resuelta, o eso creía yo.

Siempre me caracterice por ser una buena persona, o al menos eso pienso, siempre tendí mi mano, estaba atento al asomo de tristeza de un amigo o amiga, me involucraba hasta en donde no me llamaban solo por afán de ayudar, quería cambiar al mundo, solo con ayudar para que otros ayuden también, pero siempre sin pedir o esperar nada a cambio. Modestia aparte quisiera decir, que mis palabras parecían mágicas, con cada palabra de aliento que daba, las cosas mejoraban para tal o cual persona. Ayudar no era problema, yo lo hacia. Tenía un especie de imán para que las personas me contaran los que les pasaban, un problema familiar, algún desacuerdo en el trabajo, alguna decepción amorosa. Siempre tenia un consejo adecuado para cada quien.

A veces, yo me preguntaba ¿para qué te metes Pedro? ¿Qué te interesa los problemas de los demás? Pero de nuevo, quería resolverlos o al menos aliviarlos, que sepan que alguien se preocupaba por sus asuntos. Y si, daba resultado.

Tenía muchas cartas mágicas en mis manos, puros ases y los repartía a quien lo necesitara. Estaba bendecido, poseía un don, y ese don no se me fue otorgarlo para quedarme con el.

Tuve muchos problemas vicisitudes que no me abandonaban, Tuve amores, que los perdí o los deje ir, por estar distraído, sufrí mucho, me perdonaron y perdone. Me di mucho aliento, trate de aconsejarme, de decirme lo que les decía al resto, no había nadie a mi costado, para que me susurrara ¡levántate! ¡Ten fuerzas!, así que yo mismo lo hice.

Me volví maduro, viejo sin ganas de seguir, no me di cuenta cuántos ases fui gastando a través de mi vida, y me creí vencido. Y un día, conocí a una mujer maravillosa, me enseño a sonreír de nuevo, a ver el horizonte, a escuchar el levántate y anda, en resumen a ser feliz.

La vorágines del amor me atrapo en un torbellino de felicidad y de confianza, estaba gastando las cartas que no eran mías, y el tiempo se encargo de pedírmelas. Me distraje, se distrajo y el mundo real nos paso factura. Cuando quise reaccionar, ya no me quedaba ninguna carta.

Ahora, ya no hay nadie que me susurre ¡levántate y anda!