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Texto escrito para el Reto de Literatura Fantástica XXI, pero no presentado a concurso...



El Legado


El último hombre sobre la tierra estaba encerrado en una habitación. De repente, sonó una llamada a la puerta…

…La entrada no estaba trancada. El ser humano no le otorgaba otra utilidad que la de guarecerlo del clima. Tampoco conocía esa ambigua costumbre de llamar para anunciarse; sin embargo, aquel rítmico sonido despertó su curiosidad, y se asomó fuera. Después de todo, no había nada que lo amenazara, su vida era relajada, anodina, y su máxima preocupación consistía en encontrar suficientes ratones y hierbas para garantizarse el sustento vital (aunque su vida careciera de sentido objetivo más allá de la mera existencia).

En el exterior, para su sorpresa, encontró una cebra. El hombre no sabía lo que era, porque en sus años no contabilizados, él había sido el ser vivo más grande que había visto, descartando alguno de los escasos árboles que poblaban un planeta en el que sólo perduraban roedores e insectos de lo más variados. La única criatura comparable había sido su padre, y hasta un punto su madre, aunque apenas la recordaba.

Se quedó mirando al cuadrúpedo largo rato, anonadado. Luego lo rodeo con lentitud, estudiándolo. El animal permaneció inmutable hasta que el individuo se atrevió al fin a tocarlo e intentó levantarle el rabo, curioso.

-Yo que tú no lo haría.- Le dijo la cebra, volviéndose apenas. El joven, que no había vuelto a escuchar hablar desde que murió su progenitor, se sobresaltó y exhaló un informe

-¿Eh?

-Tengo toda la paciencia del mundo, pero no deberías buscarme las cosquillas de esa manera tan imprudente.

La persona se retrajo. La escena era extraña, pero no tanto como cabría, porque, al fin y al cabo, él ignoraba que las cebras no hablaban...

-¿Quién eres?- Preguntó de repente, con dificultad, balbuciendo las palabras por el desuso del lenguaje.

-Buena pregunta.- Respondió el equino, y, con unos pasos ligeros, hizo un giro para quedar perpendicular al hombre, enseñándole su lomo rayado. –Soy producto de tu imaginación.

-Producto de tu imaginación…- repitió el muchacho para sí, intentando centrarse, pero sin comprender lo que le decía.

-Sí, de la tuya en realidad.- Reafirmó el ungulado, sacudiendo una oreja. El humano apretó los labios. Seguía sin entender.

-¿De tanto vivir con los ratones, terminaron comiéndote la lengua?- Ironizó la bestia tras un instante de silencio.

-¡No!- Exclamó el hombre, atropelladamente. Nunca lo habían increpado, pero la ofuscación que se generó en su interior lo impulsó a cuestionar sin tacto (porque era algo igual de desconocido para él) -¿Qué quieres?

-¿Sabes que cuando mueras, tu raza se extinguirá?

Al ser humano no le gustó cómo sonó aquello, aunque el término le fuera ajeno. La cebra pareció sonreír, y con un ligero ademán, metió su cabeza bajo el brazo de su interlocutor. Éste se asombró al principio, pero al notar que no había peligro, y que le agradaba aquel contacto, posó su mano en la quijada del rumiante, rodeándole así toda la cabeza. Sintió cómo ésta se movía al volverle a hablar.

-Soy un resto incipiente de conocimiento que habita en tus genes, en tu inconsciente evolutivo; una manifestación de lo que eres, de lo que fue la humanidad. No tienes ni idea de lo que tú podrías haber llegado a ser ni de tu potencial…- Esto último sonó a reclamo. Algo se apagó en su voz, y prosiguió tras un lánguido suspiro. –Cuando tú perezcas, yo desapareceré contigo. ¿Me permites acompañarte hasta entonces?

Esto emocionó al último hombre. Sin identificar qué lo motivaba a hacerlo, apretó apenas la cabeza de la cebra antes de separarse de ella. Recogió del suelo un manojo de berros y se los ofreció.

-Sí.- Le contestó, mientras el animal mordía el ramo con delicadeza, por no herirle la mano. Acto seguido, la persona también comió algunas de las hojas y se sentó en el suelo polvoriento. Donde se hallaba podía ver cómo se ponía el ardiente sol rojizo en el horizonte, siempre acerado.

-¿Te gustaría que te contara una historia?- Preguntó el cuadrúpedo, echándose a su lado con un ademán torpe.

-Sí.

-Pues esta historia la contó alguien como tú, pero que vivió en un tiempo muy remoto, llamado Platón. Él pidió a quienes lo oían que imaginaran a tres hombres encarcelados en una caverna desde su nacimiento, con cadenas que le impidieran moverse o ver otra cosa que no fuera la pared delante de ellos…

Y el rumiante continuó narrándole la Alegoría de la Caverna hasta el anochecer.



Texto agregado el 28-02-2014, y leído por 320 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
03-09-2014 Me gusta esa imbricación de dimensiones, me gusta la materialización de un recuerdo genético inconsciente, me gusta el giro de lo cómico a lo filosófico... la caverna es sin duda la gran metáfora del ser humano. No pudo tener mejor final. Saludos kroston
10-03-2014 Excelente muy original, de participar los tres puntos hubieran sido para ti. Mis estrellas ***** kasiquenoquiero
05-03-2014 Me has dejado con la boca abierta... solo me sale una palabra: bravo!! Un abrazo. gsap
03-03-2014 Excelente relato, no conocia alegoria de la caverna, (siempre aprendo algo todos los dias y hoy fue esto) Gracias y felicidades! musas-muertas
03-03-2014 Yo saco una conclusión al leer tu historia (o la de Platón, que para el caso tanto tiene) Mi conclusión es que nadie desea, anhela, envidia, roba o persigue aquello que no conoce.+++++ crazymouse
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