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Olor a regreso

Antes de que retornaras para impregnar de luz mis madrugadas, para atestar las noches negras de estrellas refulgentes y para desbordar mis manantiales con tus aguas refrescantes, vivía evocando el olor de tu ternura.
Aquí dentro, donde nace, se cultiva y muere la flor de la esperanza, sentía expandirse cada día la certeza de que regresarías para instalarte a mi lado como lo hace un aroma que se aloja en el pecho sin pedir permiso.
Y así sucedió: volviste para dar una estocada a la feroz melancolía, espesa como la miel, y te di la bienvenida exhibiéndote mi alegría exasperada y tentacular.
Agrietado el corazón por tu ausencia, me dolían el balcón y los ojos de no verte y pasaba los días contando flores y coleccionando atardeceres. Desolado porque al partir no me dejaste un remedo de tu sonrisa en la secreta habitación del alma o en la amada soledad de mi ventana, me sumergí en un silencio casi palpable, con la mirada perdida en el horizonte vegetal y tórrido con su extendido secreto de lianas, esperando encontrar en él, tu anhelado rostro.
De repente, al oír el bullicio de las palomas mensajeras que con su coro te daban la bienvenida, presentí que habías vuelto. Me agasajaste con un bosque de caricias al recomenzar a hacer ensayos sobre el estrecho vientre de la dicha.
Juntos al muro del brocal, con la cabeza sobre tu regazo, fuimos felices sin articular palabras, en compañía, apenas, del murmullo del río y del gorjeo de las mirlas, mientras observábamos la alfombra de ciruelas amarillas que dormían sobre el césped. Entonces nos sorprendió la incesante transformación de nubes grises que colgaban del techo del cielo presagiando el llanto celestial. Una húmeda nostalgia había impregnado el aire y el sol se ocultó de nuestra vista.
Gruesas gotas comenzaron a precipitarse mientras veíamos sonreír, complacidos, los follajes del ciruelo y del almendro. Te miré de soslayo y palpé la tersura de tu piel de fruta para constatar que eres tan real como el agua que caía del cielo. Te invité a celebrar juntos, bajo la desbordante algarabía que caía a borbotones, en esa tarde con olor a tierra mojada.
“Vamos a escribir una página de amor bajo la lluvia”, te dije mientras mis pulmones se regocijaban nueva vez con el olor de tu regreso.
Bajo nuestros pies, el barro recién creado olía a felicidad, a dicha presente.
El mismo olor que tiene el futuro también.

Alberto Vásquez.

Texto agregado el 15-07-2014, y leído por 168 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
17-07-2014 Desde el título se percibe el olor a nostalgia. Bonitas imágenes las que nos haces ver por medio de tu escrito. RaulRojas
15-07-2014 !Hermosa prosa! Con sentimiento y un decir poético que llega al alma. !Excelente narración! Un saludo cordial y ***** NINI
15-07-2014 Romántico y con unas imágenes de traer. filiberto
 
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