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El Sueño de Juan Noname


Luego de atravesar toda la ciudad, cansado de tanto trabajar, Juan Noname por fin llega a su inhóspito hogar.
Ingresó la llave en la cerradura, con la otra mano empujó la gruesa puerta que con los años se puso terca, le peleó otra vez y esta cedió permitiéndole el paso a su casa, la que permanecía aún calurosa luego de un flagelante día de comienzos de verano que había sido desplazado lentamente por las penumbras de la noche que ya abundaban por todo el hogar.
Juan llevó sus agotados pies a la cocina, ahí de mala gana ingirió un plato de arroz con estofado que estaba casi frío, hace un rato su mujer aun permanecía esperándolo, pero el sueño y el cansancio la invitaron a la cama, ella no quería, pero ellos la sedujeron susurrándole en el oído.
Juan intentó no hacer ruido, entró a su habitación y se desnudó a obscuras, la poca luz que se colaba por los agujeros de la cortina hacían un hermoso juego de luz y sombra en la cara de su mujer, el la miró con ternura, expresando silenciosamente con su cansado rostro que valía la pena el esfuerzo diario, seguido a esto se puso una vieja polera y unos pantalones de buzo recortados con tijeras que ocupaba como pijamas, abrió su lado de la cama y se tapó.
Permaneció con los ojos abiertos mirando al techo, cualquiera que lo hubiese visto en ese momento pensaría que estaba desvelado, pero no pasaron mas de dos minutos o tres y ya entraba en el dulce mundo de los sueños, al menos esa noche fue así.

Estaban todos junto a la orilla de un río, su mujer, sus dos hijos y la tía Berta, que era casi su madre, rodeados de zarza moras en un lugar secreto que Juan había descubierto con unos amigos hacia ya mucho tiempo.
Este lugar tenía una hermosa playa de piedrecillas y un frondoso Sauce Llorón que brindaba una amplia sombra, ideal para reposar luego del almuerzo y disfrutar la tarde viendo a los hijos jugar en las aguas del rió. Ahí conversaba con su mujer y con su tía Berta, hacían planes para el futuro y soñaban con mejorar la situación.

Apenas comenzaban los calores, la tía Berta se ofrecía para llevarlos en su enorme camioneta americana que heredó de su querido Norberto. Esperaban con ansias durante toda la semana, y el domingo, temprano por la mañana, se podía escuchar a lo lejos el ronronear del gran motor cuando desde la esquina se acercaba.
Como disfrutaba Juan reposar junto al río, bajo esa apacible sombra, era la mejor terapia para olvidar la agotadora jornada que cumplía como un buey de sol a sol.

Comenzó Juan a sentir algo, al principio no sabía qué, pero le perturbaba su hermoso sueño, no quería abandonarlo, intentó hacer caso omiso a la profunda señal de su conciencia que le advertía que algo andaba mal y que insistía cada vez más y más. Juan, ya molesto, intentó abrir los ojos. La primera reacción fue cerrarlos al instante, no esperaba encontrar tanta luz, su corazón comenzó a latir bruscamente, como si se le fuese a salir por la garganta al momento que un sentimiento de angustia se apoderaba del hace poco apacible Juan.
La conciencia ya estaba clara y Juan comenzó a razonar, la angustia crecía, esto no podía estar pasando, en el trabajo ya le habían advertido que no le volverían a aguantar ningún atraso más y que no escucharían excusas. Tomando valor volvió a abrir los ojos y corroboró con horror que ya estaba de día, guardó completo silencio para no despertar a su mujer y miró de reojo el despertador, no tenía conectada la alarma e indicaba que eran casi las nueve, esta no se la iban a perdonar, se le vino el mundo encima, como podía ser tan estúpido de quedarse dormido de nuevo, segunda vez en un mes.
Recordó espantado el tiempo que estuvo cesante, en el que se dedicó a tomar sin parar y en el que casi lo abandona su mujer por aforrarle un combo en plena cara luego de una noche de juerga desenfrenada, ella nunca le contó los detalles de esa agresión sin sentido, pero le perdonó todo pasado un mes.

Juan sintió fuertes ganas de llorar, de escapar de este mundo e ir al lugar secreto junto al río a cubrirse bajo la sombra del viejo sauce protector.
De pronto escuchó ruiditos que se acercaban a él, eran los pequeños pasos de su hijo que venía a la carrera a prevenirlo de la situación que acontecía.
Se abrió de sopetón la puerta, vestido con pantaloncitos cortos y una toalla en la mano le dijo a Juan gritando de alegría:

-¡Ya llegó la tía Berta, vamos al río a jugar!.


Texto agregado el 16-05-2003, y leído por 422 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
09-03-2012 Oye; que alivio leer el final.Ya estaba sufriendo con el pobre Juan. pantera1
31-07-2006 Muy bueno!! Me gusta mucho el ritmo y la melodía que tienen tus cuentos. Te sugeriría una separación entre el relato de la llegada a la casa y el almuerzo a la orilla del rio, una línea vacía, por ejemplo. Es importante dejar respirar al lector al cambiar de escena. loretopaz
10-11-2004 Muy buen relato. El tema es interesante y curioso. Una bonita frase me llamó la atención."...el sueño y el cansancio la invitaron a la cama, ella no quería, pero ellos la sedujeron susurrándole en el oido..." claraluz
24-07-2004 Buenos arreglos. Me gustó. A mi me ocurrio algo parecido un verano hace años cuando vivia en Argentina, me dormi en la tarde y cuando desperte a las 7 de la noche pense que eran las siete de la mañana porque igual habia sol. Desayuné, me bañé y me iba a ir para el colegio... Cuando llegó mi hermana y me dijo que era de noche, me desubique un poco. Increible y aterrador. En fin... muy buen cuento. Saludos. marcelavergara
17-07-2004 es un gran texto, porque me decias que le faltaba una manito???? yo lo encontre genial, me gusto mucho, besos y mil * lorenap
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