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La linterna

Aún yo era joven, por algún motivo estaban todos ahí, en casa, la casa estaba como siempre, mejor dicho, como antes, una casa muy luminosa, amplia, con sus colores y sus brillos, sus ventanales, sus adornos y sus perfumes, esos perfumes propios que cada casa tiene. Así se la veía, aunque se percibía en la luz que entraba por los ventanales que el atardecer era inexorable.
Creo que era un cumpleaños, mi cumpleaños, sí, eso, como dije antes, estaban todos, mis abuelos, mis padres y mi hermana. Había dos mesas repletas de comida y bebida, pero nadie estaba sentado, como quien aun tiene la impronta de seguir de pie por haber llegado hace poco al agasajo. Estaban todos parados y distribuidos por la casa, principalmente en el comedor. Iban y venían, reían, conversaban, estaban felices y vestidos de manera elegante.
Yo me reía y corría con mi hermana, subíamos y bajábamos la escalera de mármol jugando y gritando, pero a nadie le molestaba nuestro bullicio, estaban todos muy alegres, de fondo se escuchaba la suma de la conversaciones, ninguna de ellas distinguibles, pero todas, a juzgar por el tono de las voces, agradables y amenas.
Pasé cerca de una de las puertas del comedor y miré al piso, las baldosas del comedor, que nítidas se veían! cuando miré la puerta junto a la que me encontraba noté que el picaporte estaba por encima de mi cabeza, ya no era joven, era un niño, hasta me pareció simpático el detalle olvidado, cuando uno es niño el picaporte de una puerta está por encima de nuestra cabeza.
Pronto noté que el atardecer casi devenía en noche, pero nadie encendía ninguna de las luces, todos seguían charlando, comiendo y bebiendo relajadamente, como si no lo notaran, eso me tranquilizó un poco, pero no por mucho tiempo, al rato casi no se podía ver dentro de la casa.
Recordé que en uno de los muebles del comedor había una linterna, sí, la vieja linterna de lata, con pilas grandes, pesada, ahora sí que se veía pesada. Con lo poco que aún quedaba de la luz del atardecer, y esforzando la vista, logré encontrarla y la agarré, cosa que me costó bastante, porque la altura del mueble apenas me permitía alcanzarla, creo que el picaporte de la puerta empezaba a quedar aún más alto que hace un rato.
La linterna me parecía enorme, no podía mover la perilla para encenderla y opté por pulsar el botón de encendido, ese que la hace funcionar solo mientras se lo mantiene apretado. Noté que estaba durísimo, además de que la linterna tenía un peso considerable, cansaba el solo hecho de sostenerla.

Ya estaba completamente en la oscuridad, no se veía nada, pero todo se oía tal cual, todos charlando, yendo y viniendo, riéndose, como si no notaran que la oscuridad era total e intimidante.
En un gran esfuerzo logré hacer funcionar la linterna en cuestión, mientras a duras penas mis manos, ya pequeñas, podían sostenerla. Enfoqué a mi abuelo para alumbrarlo, y lo vi ahí, igual, parado, charlando, riendo y tomando algo, pero de inmediato la luz de la linterna empezó a agonizar, mientras el botón para encenderla se hacía cada vez más pesado. La luz se apagó por completo, y la risa de mi abuelo se silenció para siempre.
Volví a encender la linterna y enfoqué a mi abuela, quien también parecía no advertir en absoluto la situación casi dantesca. La luz otra vez disminuía, a la par del sonido de la despreocupada charla de mi abuela, y volvió a pasar, paulatinamente, la luz se apagaba junto con la conversación.
Di unos golpecitos a la linterna, o eso intenté, como se hacía antes, para hacerla funcionar, pero no, el problema era el botón de encendido, cada vez se hacía más difícil mantenerlo funcionando.
Enfoqué a mi padre, charlaba tranquilo, escuchaba atento y respetuoso no se a quien, y otra vez lo mismo, ante la desesperación de saber lo que iba a pasar usé toda mi fuerza sobre el botón de la linterna para mantenerla encendida, al punto de que me dolió la yema del pulgar, pero el esfuerzo fue inútil, la luz se apagó junto con él.
Me quedé sin respiro un rato, ahora solo se oía la voz de mi madre y las risas y corridas de mi hermana, a veces charlaban entre ellas, otras veces no, pero no lograba entender que decían, - no se dan cuenta lo que está pasando? Pensé. Junté fuerzas en mis manos e iluminé a mi madre, hice todo mi esfuerzo sobre la linterna, - no se tiene que apagar ésta vez, me dije. Casi como quien se queda sin aire, me quedé sin fuerza en mis manos, finalmente la luz y su voz se extinguieron.
Desesperado, completamente desesperado iluminé a mi hermana, ésta vez ya no se lograba entender si la linterna la accionaba yo, o se encendía sola, pero la luz ya era tenue, como si fuera el último destello que le quedaba, amarillento, lúgubre, mi hermana ya no hablaba, solo me miró un instante y la luz se extinguió por completo. Me rodeó la más absoluta y abismal oscuridad, solté la linterna, que sonó con estrépito pero solemne en su caída, y yo me dejé caer al suelo, como hacen los niños, y como también hacen los niños, estallé en llanto.

Texto agregado el 10-03-2015, y leído por 125 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-03-2015 mescla de tiempos, habla el niño como adulto y el adulto como niño. Diez en el final donde muere la linterna sin batería y desaparecen los seres queridos. Fantasía muy humana. 5 puntos o cinco copas d e vino a 18 grados y de no menos de 13 grados riosdevino
 
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