Juan regaló a su hija de cuatro años por su cumpleaños un bóxer cachorrito la mar de juguetón:Pepo. Para que no enloqueciera en la soledad del campo, adoptaron una perrita llamada Luna, que vivía en la perrera municipal. Anteriormente había vivido en un taller mecánico donde la molían a palos por hacerse amiga de la gente que recalaba por allí. Fue la pequeña niña la que la eligió al verle en la mirada un aire de desamparo y mucha necesidad de cariño. Era un cruce con pastor alemán que en los incios se mostraba recelosa y huidiza por los malos tratos recibidos.
Pronto Pepo y Luna se hicieron muy amigos, eso sí, en una relación de jerarquías que colocaba a Pepo, el macho, en el puesto de jefe. Era él el que comía en primer lugar. Luna se acomodaba con docilidad a estos caprichos del macho.
Ambos fueron muy felices con sus nuevos dueños que los trataban con mucho mimo. En correspondencia, ellos cuidaban de la pequeña con extrordinario celo.
Hace un mes que murió Luna sacrificada pues por vejez arrastraba las patas traseras. No hubo más remedio. Tres días más tarde moría Pepo, sospechaban sus amos que de pena. La niña, hoy ya adolescente, no para de llorar por la muerte de sus perros.Pepo y Luna ya siempre quedarán en su memoria.