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Inicio / Cuenteros Locales / miguelmarchan / Un joven que solo quería morir

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Claudio junto con un tipo que al que ha visto por primera vez hace menos de una hora caminaron hasta el edificio más alto que encontraron. Hacía mucho calor, tenían las espaldas completamente mojadas, al igual que las axilas y los pies, y si la cosa no fuera suficiente el sudor hizo que el pelo de Claudio, que antes era un ejemplo aceptable de un buen peinado, se convierta en una estructura caótica que casi le tapa los ojos. También les apestaban las axilas y los pies. Parecía que ambos se decían a si mismo que se debieron haber bañado antes de venir. Morir sucio debe ser una mierda.

Subieron por el ascensor más cercano. El edificio era bastante lujoso, con un piso de cerámica de color marrón oscuro con varias figuras geométricas que ninguno de los dos entendía, ni tampoco les importaba.

Mientras los pisos pasaban, ambos se miraron fijamente por unos segundos sin decir nada. Mejor si no se conocían porque sino tendrían algo de lastima el uno por el otro y serían otro intento fallido más.

Llegaron al piso 32, subieron por una escalera a la terraza, que por suerte estaba abierta, y mejor aun no había nadie.

Esto debe de ser una señal, pensaba el otro tipo, se le notaba en el rostro que era una mezcla entre satisfacción y miedo.

Se pararon al borde del el edificio, se sentaron, prefirieron mirar el paisaje porque Claudio tenía vértigo y no se quería acobardar, aunque su mirara decía lo contrario. El paisaje era hermoso, se podía ver el cielo azul, el sol brillando de una manera activa expandiendo luz y calor a todos, los edificios le daban un buen ambiente urbano, aunque algunos no eran más que fabricas abandonadas, este lado de la ciudad no tenía arboles.

- Bueno es la hora- dijo el otro tipo tratando de sonreír- Este es el final, todos nuestros problemas van a desaparecer (en su caso pasaran a otra persona).

- Si tienes razón- respondió Claudio devolviendo la sonrisa, con mucho menor éxito que el tipo.

Es entonces cuando ambos estaban a punto de saltar, o mejor dicho dejarse caer Claudio cometió uno de los peores errores de todos: mirar hacia abajo. Debió cerrar los ojos y solo dejarse llevar, dejar que los cielos abracen su alma y lo lleven al cielo para que sus problemas y su enfermedad solo sean cosa de un mundo terrenal, pero al ver la altura a la que estaba (treinta y dos pisos), estaba sentado en la cabeza de un gigante coloso de más de cinco metros que le decía que no saltara, que su cuerpo se convertirá en una pieza de arte abstracta pintada por un sádico psicópata al tocar el suelo, aunque había leído en varios foros de internet que cuando estas a la mitad de la caída te desmayas y no sientes ningún dolor, lo cual lo aliviaba en varios aspectos porque la idea de sentir el dolor que involucra romperte la mayoría de los huesos al mismo tiempo debe ser una experiencia agonizante aunque sea por unos segundos.

- Ya estás listo- las palabras del tipo desconocido interrumpieron los pensamientos de Claudio, volvió a esbozar otra sonrisa forzada. Vaya debe de ser el suicida más alegre o el más patético de todos.

El pollo a la plancha con abundantes papas fritas, ensalada fresca, gaseosa helada y helado de postre comenzaba a hacer una danza movida en su estomago queriendo salir.

Claudio se puso de pie.

- ¿Qué ocurre?- preguntó el tipo, que no debe de pasar de los cuarenta años.

- Discúlpame un momento
Claudio se había puesto de pie, fue lo más lejos que pudo del otro tipo, para que no lo viera, ni lo escuche, estando ya seguro dejó salir todo lo que había en su estomago. Lo vomitó todo, sacando un líquido blanquecino mezclado con sangre. La enfermedad lo estaba carcomiendo.

Claudio regresó al borde del edificio se sentó junto al tipo de casi cuarenta años, gordo, la camisa hacía un esfuerzo sobrecamiseto para no romperse, al igual que los pantalones. Cuando salte este tipo hará todo un espectáculo que no olvidarán los pocos peatones que caminaban.

- Ahora si- dijo Claudio como si en lugar de dar un salto hasta la muerte estuviera listo para una muestra de sangre.

Claudio le agarró la mano, pero el tipo obeso le soltó de una manera brusca.

- No seas maricon- dijo con un tono de lo más brusco.
Claudio alejó su mano, lo miró a los ojos con una mirada de decepción. ¿Acaso estoy a punto de matarme con un maldito homofóbico?, que mala suerte, otra razón más para querer matarme.

Antes de saltar sacó de su bolsillo un pequeño collar en forma de corazón, lo abrió y dentro había dos fotos. Una de Claudio y la otra de un hombre de más o menos su misma edad, pero mucho más delgado, aun así su sonrisa no desaparecía. Le dio un beso a la foto y susurró: “te perdono”.

Resulta que el nombre del sujeto de la foto es Andy, la pareja de Claudio. Se conocieron en una discoteca y se enamoraron al instante. Todo fue muy bien entre ellos hasta que comenzaron a hacer el amor, lo cual fue una experiencia gratificante y a la vez peligrosa porque Claudio era casado y tenía dos hijos gemelos.

Con el pasar del tiempo las sospechas de la mujer de Claudio fueron creciendo como la hierba mala. Siempre llegaba tarde y con un extraño aroma a perfume. Un día decidió confrontarlo, aunque al inicio no le quiso decir nada, terminó por confesarlo todo.

El divorcio fue rápido, ambos firmaron los papeles, los hijos pasaron a la custodia de su ex esposa, no tenía ningún derecho de visitarlos o nada. Los había perdido para siempre. Y si la cosa no fuera peor resulta que el cuerpo de Andy fue encontrado sin vida en un hostal de mala muerte. Lo habían asesinado.

Claudio comenzó a toser expulsando pequeñas flemas blancas mezcladas con el rojo de la sangre, señal que su cuerpo se está yendo a la mierda. Andy trabajaba en una oficina como contador, su rutina siguió y siguió: llegar todos los días a las 8 am y salir a las 6 pm, los informes, reportes, exposiciones, hablar con compañeros sobre temas intlectualoides que no conoce o que no le importar, beber agua de un bebedero oxidado (había escrito varias quejas sobre esto a la oficina administrativa sin ninguna respuesta), el trafico, volver a su piso, cenar sopa instantánea porque le tiene que dar el 60% de su sueldo a su ex esposa y un sueño para nada reparador. Dia tras día por los últimos tres años.

Hasta que se desmayó, cayó al piso como si estuviera siendo empujado por una fuerza invisible, sin antes haber vomitado sangre. Fue llevado al hospital de inmediato. El resultado que le dio el médico fue cualquier cosa menos esperanzadora, tenía una enfermedad degenerativa que se contagiaba por transmisión sexual. Se hacía llamar “Mixomatosis”, cuando estos bichos entran a tu sistema usan tu cuerpo como si fuera un cagadero inundando todos tus órganos con variadas porquerías y degenerando los órganos. Le dijeron que le quedaban 8 meses de vida. No le dijo nada más, al parecer no quería asustarlo. Había un posible tratamiento pero era demasiado caro y, demasiado doloroso: Tres inyecciones en la columna semanales, cada inyección no pasaba de los 1000 soles).

Claudio salió del hospital, fue corriendo a la cabina de internet más cercana para averiguar un poco más. Aunque se pasó más de dos horas leyendo noticias sobre esta enfermedad lo que realmente se le quedó pegado en la mente fue los últimos momentos finales: Unas horas donde el dolor más puro y agonizante tortura tu pobre y destruido organismo hasta que no te quede más fuerzas para siquiera lamentarse o rezar, los vómitos, el mareo, la pérdida parcial de los sentidos (empezando por la vista) son solo el inicio. Los músculos empiezan a endurecerse como si fueran carne hirviendo. La piel te arde como si estuvieras en el infierno con calentamiento global, la cabeza te da vueltas como si alguien estuviera poniendo un taladro por tu cabeza y por tus huesos.

A Claudio esta forma de morir no le parecía para nada agradable así que decidió acudir al suicidio, total no tenía nada que perder. Primero lo intentó con el ahorcamiento pero la idea de que tu cuerpo este rogando por aire durante más de un minuto le aterraba, sin contar el hecho de tener un nudo muy bien apretado en el cuello, ni siquiera le gusta usar corbata.

También probó con las pastillas, pero cuando estas entran en cantidad , salen en un abrir y cerrar de ojos, lo había intentado varias veces. Tampoco quería usar veneno, ya tenía el cuerpo lleno de mierda, no necesitaba más.

Tras varios intentos se encontró con un foro de internet que justamente estaba creado por personas que desean suicidarse, pero no quieren hacerlo solos. Claudio se unió, pero no les contó la causa, no quería que se espantaran.

Estuvo leyendo varias causas para querer matarse, algunas bastante tristes, perdida de familia, enfermedad terminal (igual que él), deudas exorbitantes y otras algo absurdas por ejemplo había un tipo que quería matarse porque estaba harto de la vida. Tras varios días de coordinación y charlas que rozaban entre lo triste y miserable finalmente Claudio aceptó saltar desde un edificio junto con un tipo al que nunca había visto en su vida. Lo demás es historia.

Cuando hubo terminado de besar la pequeña foto sonriente del delgado y enfermo Andy Claudio estuvo a punto de guardar el pequeño collar en su bolsillo, ojala resista el golpe, pero cuando estuvo a punto de ponerlo en su bolsillo el tipo obeso de lo quitó, lo inspeccionó como si fuera de su incumbencia, luego miró muy enojado y asqueado a Claudio como si este hubiera cometido un crimen de lesa humanidad.

- Me niego a morir al lado de un maricon- dijo el tipo obeso con el ceño fruncido, los dientes amarillos a la vista y una miraba asesina.

- Eso no es algo que tenga que ver contigo- dijo Claudio molesto- devuélveme mi collar- Claudio levantó la mano haciendo alusión a sus palabras.

- ¿Quieres tu collar?- preguntó el tipo obeso.

- Si- respondió Claudio algo asustado.

El tipo obeso arrojó el collar al vacio. Claudio gritó fuerte, pero no tanto como para que alguien le escuchara. Lagrimas cayeron por sus ojos y lo que le dijo el tipo gordo (por segunda o tercera vez) fue la gota que colmó el vaso.

- No me morir al lado de un maricon.

- Entonces muere solo

Al decir esto Claudio empujó al tipo gordo haciéndole caer hasta el vacio. Primero soltó un grito, luego al ver el suelo se desmayó. El choque de su cuerpo con el suelo fue algo que las diez personas que estuvieron caminando por la vereda cerca del edificio nunca olvidaran. Su cuerpo quedó pegado al suelo, la sangre Salía a borbotones por la cabeza.

Cuando Claudio vio los resultados de sus impulsivos actos se puso la mano en la boca en señal de temor y arrepentimiento. Las personas formaron un circulo, algunos solo se quedaron mirando, una señora se puso a gritar desconsoladamente, algunos niños se quedaron mirando el cadáver sin decir nada, un joven sacó su celular y tomó una foto y varios sacaron sus celulares para llamar, de seguro a la ambulancia y a la policía.

Por suerte nadie miró hacia arriba lo cual le dio una mínima oportunidad a Claudio para poder salir de ahí. No quería que lo acusaran de asesinato, no le importaba si había matado o no.

Bajó por el ascensor, el tiempo se hacía cada vez más lento, parecía que pasaban cinco minutos para que cambiara de piso. Mucho tiempo después llegó al primer piso, sacó unas gafas de sol que tenía en su bolsillo, se las puso con la esperanza de que nadie lo llegara a reconocer.
Unos segundos después se la volvió a quitar: Estaba sucia.
Después de limpiarla, se la volvió a poner y salió del edificio. El enorme círculo de personas seguía ahí mirando el cadáver que expulsaba sangre por la cabeza, alguien tuvo la decencia de poner un periódico para que cubra su cara. La ambulancia no había llegado. Nadie vio a Claudio salir del edificio, para ellos era no más un tipo muy mal vestido con unos lentes oscuros que le quedaban demasiado grandes pero no era sospechoso ni nada de eso. Qué suerte porque Claudio no quería pasar el resto de su vida en la cárcel tratando de matarse cada vez que tenga la oportunidad o que lo maten cada vez que alguien tenga la oportunidad.

“Supongo que tendré que volver a las pastillas”, pensó Claudio con mucho asco.

Pasaron dos semanas sin ningún intento de suicidio, la enfermedad había recorrido infectando y contaminando más de la mitad de su cuerpo, no paraba de vomitar sangre, fluidos y bilis todos los días a toda hora. Estaba harto de todo. Con un intento sobrehumano prendió su computadora y entró al foro con la esperanza de que le hayan escrito algo y para su más pura suerte no paraba de recibir mensajes de una chica llamada Emily, una mujer de unos 50 años. Luego de una bastante corta conversación ambos deciden suicidarse al mismo tiempo.

“Esta vez no la cago”, pensó Claudio mientras acordaban como debían de hacerlo.

Ella le dijo que su difunto marido, que era un soldado que murió en alguna batalla en la selva, tenía una pequeña pero suficiente colección de armas. Le dijo que podían sacar dos pistolas, algunas balas y pegarse unos tiros juntos. “Seria romantico”, comentó con un emoticon de una sonrisa. Claudio aceptó y ofreció su pequeño apartamento para realizar el suicidio.

Emily llegó tres horas después con dos pistolas negras de cañón corto. Le comentó que estaban cargadas y que deseaba empezar rápido. Claudio cogió su pistola y lo puso en la boca de la chica y ella puso su pistola en su boca justo como habían acordado para que nadie se acobardara.

Ninguno de los dos quería que le contaran porque se querían suicidar al otro, ambos fue por miedo. Claudio no quería decirle que era un homosexual enfermo de una enfermedad que le carcome el cuerpo todos los días, divorciado, sin dinero y sin amor y Emily no quería decirle que ella tenía parásitos en la sangre que, literalmente, se la comían viva haciéndola perder más de la mitad de su peso haciéndola lucir como un esqueleto de una modelo que solía ser hace menos de 10 años. Su marido ya no la veía como la mujer hermosa que hacía que otros hombres sintieran como si estuvieran en el cielo con solo mirar su despampanante figura o escuchar el suave sonido de su voz y la dejó sola, enferma, y sin dinero porque el 90% de su fortuna se la tuvo que gastar en su tratamiento y en los caprichos de un joven 20 años menor que ella.

Simplemente quería dejar este asqueroso mundo.

Mientras esos pensamientos pasaban por sus cabezas ambos tenían el dedo en el gatillo dispuestos a disparar. Se miraron mutuamente con los ojos cubiertos de lagrimas y se dijeron: “Adios”, lo que pudieron pronunciar cuando tienes una pistola sucia y llena de polvo en tu boca.

Y dispararon.

El sonido se escuchó en todo el piso haciendo asustar y despertar a todos los vecinos que dormían y soñaban con los angelitos. Varios salieron de sus cuartos, otros se quedaron dentro con el miedo invadiendo sus pieles. Los que salieron llegaron al cuarto de Claudio y escucharon unos balbuceos. Con unos golpes y patadas entre cinco personas consiguieron abrir la puerta.

El cuarto estaba oscuro, cuando entraron se chocaron con varias cajas sin abrir, hasta que alguien encendió la luz y encontró el cuerpo de Emily tumbado boca abajo con un enorme agujero saliéndole por la nuca y la sangre saliendo por lo que quedaba de su boca. Era el único cuerpo hasta que escucharon el sonido de disparos, pero no el sonido de la bala.

Caminaron un poco más y encontraron a Claudio agarrándose la boca, la sangre salía por su boca y por su espalda manchando su polo blanco, con el poco esfuerzo ponía una bala en la pistola, cuando los vecinos se acercaron Claudio les apuntó con la pistola haciendo que las personas que solo querían ayudarlo retrocedieran, luego balbuceó algo como: “Por favor déjenme en paz” y dicho esto puso el arma en su cabeza. “Ojala esto funcione” y disparó.

El cuerpo cayó al piso, muerto al fin. Los vecinos cerraron los ojos de Claudio esperando que por fin consiga descansar en paz. Luego alejaron sus manos porque no querían contagiarse de la enfermedad de Claudio.

Texto agregado el 20-03-2015, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
29-07-2015 Tus historias son buenas, pero debes ser cuidadoso en el manejo de la redacción. Un error gramatical distrae al lector y pierde el hilo de la narración. Sigue adelante. gcarvajal
 
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