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El bosquecito era sombró, distintas clases de arboles eran abrazados por las infinitas enredaderas que crecían en el lugar. Apenas se colaba algún rayo de sol en el suelo húmedo y con musgo.

Era una tarde apacible de primavera y Laura caminaba junto a Ion, su perro, un ovejero alemán que la acompañaba a todos lados. Ella pensaba por qué cada vez que voy a jugar tenis paso por aquí, no es agradable la sensación que siento, no sé, algo extraño. Hasta la temperatura era distinta, sentía frío, se rodeaba con sus brazos. En realidad podía ir por la calle principal, pero el camino era más largo y a Ion le gustaba más el bosquecito, levantaba la cabeza, se ponía atento mirando hacia delante abriendo el sendero.

Llegó a la cancha de tenis, sus amigas la estaban esperando. Ion se sentó debajo de la magnolia. Laura entró, comenzaron a pelotear. Había un claro entre las canchas de tenis y el bosquecito, de pronto alguien, una mujer llamó ¡Adela, Adela! y Laura se dio vuelta para decir, no soy Adela me confundiste, pero no había nadie. Ion se levantó inquieto, comenzó a ladrar hacia ese claro que daba al bosquecito. Laura reprende a Ion, pero éste salió corriendo. Qué pasa, preguntó su compañera y ella pensativa le dijo, no sé, está inquieto. Terminaron de jugar y Laura empezó a caminar llamando a su mascota, desde la arboleda apareció el perro con la cola entre las piernas. Bueno, tranquilo muchacho, vamos a casa. Cruzando otra vez el bosque, Ion se puso atento, entre los arboles una mujer se asomaba y luego se escondía. Laura la miró sin reconocerla. Apresuró el paso hacia su casa, las ramas se movían a su alrededor por el viento repentino. La hojarasca giraba en remolino, Ion ladraba furioso. Llegó a su casa temblando, helada y, muerta de miedo. Detrás de ella entró Ion. Tomó una ducha y luego se sirvió algo fuerte para calmarse. Al llegar su marido la encontró dormida en el sillón con Ion acostado a sus pies.

Te espero en la cancha dijo Sandra, okey nos vemos dijo Laura. ¿El bosquecito o la calle principal? Ion la miró y tomó el camino de siempre. Laura lo siguió, ¡y por qué no! Otra vez el frio, el viento en remolino y el sonido del silencio. Por allí no se oía el canto de los pájaros, ni las cotorritas que habitaban por todos los arboles del country. Comenzó a correr hasta llegar a las canchas. Ion cansado se echó como era su costumbre. Hoy estamos solas hagamos un single, dijo Sandra. Empezaron a jugar y al ir a bolear a la red, Laura se quedó paralizada, frente a ella un chico como de unos diez años le sonreía. Vestía un traje de marinero, zapatos tipo botinetas y medias blancas.



¿Qué pasa Lauri? ¿Viste un fantasma? Sonrió Sandra, te gané el tanto. El partido terminó. Laura llamó a Ion para volver. Al pasar por los galpones se cruzó con Don Marcelo Iriarte. Iriarte, en su juventud había sido mayordomo de la familia Bacigalupo, antiguos dueños del lugar. Solía contar en la mateada de la tarde, historias de la familia. Laura lo saludó y se pusieron a conversar. Ella se sentó en un banco junto a los rosales que enmarcaban el camino. Y le preguntó al anciano, usted que conoció tanto a los Bacigalupo ¿no recuerda si tenían algún familiar de nombre Adela? Iriarte se acarició el bigote, como si al hacerlo se encendiera su memoria, sí, claro la sobrina de la señora se llamaba Adela. Vivía más en Francia que aquí, una pena murió joven, se ahogó en el tanque australiano que estaba donde ahorita está la glorieta al lado de las canchas de tenis, cerca del bosquecito. Se ahogaron los dos la señorita y un nieto de los Bacigalupo. Laura sintió correr un frio por su espalda. Fue una gran tragedia y misterio. Si quiere saber más de esa historia, suba al último altillo, arriba del salón biblioteca y quizás encuentre algunos diarios de esos años, siempre que no se lo hayan comido los ratones. Laura le agradeció y se despidió de Don Marcelo. Vamos, Ion, llegó hasta la galería del club house y le dio la orden al perro que la esperara allí. Entró y subió las escaleras hacia la biblioteca, ésta daba a una terraza perfumada de jazmines que dormían sobre la pérgola. Para llegar hasta el último altillo había que subir por una escalera muy angosta y casi vertical. La iluminación era escasa, llegó al final de la escalera donde había una puerta, Laura temerosa la empujó y ésta se abrió haciendo chirriar los herrajes, busco la perilla de la luz que se encendió titilando, parecía una vela. Tenía miedo y curiosidad a la vez, había varios baúles, se agacho y abrió el que tenía cerca. Estaba lleno de revistas y diarios, acerco uno a la débil luz de la lámpara, en primera página decía: "Muerte y misterio en la estancia de los Bacigalupo". "Una sobrina y un nieto menor de la acaudalada familia fueron encontrados ahogados en ............" Más abajo una foto pequeña de la mujer y otra del niño, solo sus caras estaban en ella. Aunque las fotos eran añejas y había poca luz, Laura sabía que eran la mujer del bosque y el chico de la cancha de tenis. Estaba asustada, qué querían estas personas con ella. Se levantó y al hacerlo golpeó una pequeña mesa de la que cayó algo al piso, Laura sintió los vidrios rotos debajo de sus zapatillas y buscó en el piso el objeto caído. Un portarretratos.....Dios dijo al verlo, Adela y su sobrino. LA mujer tenía un vestido a media pierna con volados en el cuello y las mangas y, el niño el traje de marinero. Laura sacó la foto de entre los vidrios rotos y la guardó debajo de la remera. Estaba todo cerrado pero, ella sentía una presencia, como si alguien le soplara el cuello. Se asustó aun más y salió corriendo a los tropezones del lugar, hasta dejó la luz encendida. Bajó las escaleras corriendo sin ver, se ahogaba, quería salir de allí, llegó a la terraza de la biblioteca, respiró, se tranquilizó, y miró hacia abajo, sentado en la galería estaba Ion esperándola. Eso la alegró y continuó bajando las escaleras. El perro la recibió jugueteando.

Vamos, muchacho, a casa, éste la miró como diciendo, por dónde, siguieron por el camino de siempre. Al pasar por allí, todo era distinto; estaba medio oscuro, pero no sombrío, revoloteaban las cotorras y el aire era suave y dulce como el aroma de los tilos.

Cuando llegó a su casa buscó un portarretratos, encontró uno que tenía una foto que no le gustaba demasiado. Miró la de Adela y su sobrino, ella era bonita y al sobrino se le notaba el pelo claro. Dio vuelta la foto y había una dedicatoria: "Para mi querido sobrino" de su tía Adela y la fecha poco visible. Laura sintió alivio, puso la foto en el portarretratos y la apoyó sobre la mesita del living.

¿Y ésta foto? ¿Es nueva? Preguntó Sandra, es de unos primos lejanos de mi papá, ah, la mujer se parece a vos, o vos a la mujer, alguien las podría confundir. Laura pensó sonriente, si supiera que ya me confundieron...



MONICA FRANCO, MAYO 2010

Texto agregado el 20-04-2015, y leído por 64 visitantes. (0 votos)


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