EL CUMPLEAÑOS

La cabañita de madera que habíamos improvisado hacía años cerca de nuestra casa rural estaba cada vez más atestada de cosas.
Esta vez lo teníamos decidido y no nos queríamos volver atrás. Ya había pasado nuestra niñez y adolescencia y guardar todas esas cosas no tenía razón de ser. Habíamos pasado agradables momentos en aquel lugar donde se apilaban muebles viejos, juguetes en desuso, antiguos libros de estudio y de cuentos, cuadernos escolares, cartas comerciales, diarios, barajas, revistas y todo lo que uno pueda imaginarse…, pero había llegado el momento de hacer una buena limpieza.
La tarea consistía en barrer con casi absolutamente todo y hacer una gran fogata para deshacernos de todos esas cosas inservibles. Sólo se salvarían algunos recuerdos muy queridos, como algún juguete o algún libro de cuentos.
No resultó tan fácil la tarea. Cada una de las cosas tenía su historia y resultaba difícil desprenderse de ellas. Volvimos a hojear aquellos libros y aquellas revistas que nos habían trasladado de nuestro pequeño lugar en el mundo, a otros mundos, reales o de fantasía…. En todos los casos, además del entretenimiento y el placer por la lectura, nos dejaban implícita una enseñanza. ¡Cuántas veces había yo recorrido los bosques de Palermo como acompañante de Isidoro Cañones, en su auto último modelo, descapotable, regalo seguramente de su tío, el coronel Cañones….! O había navegado en catamarán por el delta del río Paraná, en Tigre, Provincia de Buenos Aires.
…Y tantas historietas del mundo de Disney, acompañando a sus personajes, como el atolondrado pato Donald, su novia Daisy, (o Margarita ) y sus traviesos sobrinos, o embarcándome en mil y una aventuras al lado del ratón Mickey, viajando por interesantes lugares que me sirvieron muchas veces como referencia para estudios posteriores…
Las aventuras de Patoruzú, formaron también el entrañable mundo encerrado en esas páginas…, la revista El Tonny, con sus personajes del zorro, Mandrake, el mago, Pepe Dinamita…
Hasta encontramos, entre otras cosas, una caja con tarjetitas fúnebres, cada una dentro de su sobrecito, de cuando falleció mi abuelo, por lo menos diez años atrás. Eran de cartulina blanca, con bordes negros, señal de luto, y en ellas se leía: “Los familiares de (aquí venía el nombre de mi abuelo) agradecen a quienes nos acompañaron durante su velatorio y sepelio”.
Decidimos deshacernos también de esa tarjetitas, y fueron a parar al montículo.
Por la hendijas de las maderas de la cabaña dos ojos negros nos observaban. Pronto caímos en la cuenta que era Eduardito, el hijo menor de una familia chilena que trabajaba la chacra. (en realidad era hijo de la hija mayor del matrimonio, pero le decía mamá a la abuela). Tenía seis años y junto con su hermano Reynaldo, de siete, cursaban el primer año de la enseñanza primaria. Cuando lo descubrimos preguntó señalando el montículo formado:
-Qué van a hacer con todos esos juguetes y revistas? -¿Me puedo quedar con algo? ¿Esa pelota no les sirve…?
No nos atrevimos a decirle que íbamos a quemar todo este tesoro, así que lo invitamos a él y a Reynaldo a llevarse cuánto quisieran, siempre que no desordenaran mucho.
Fue un placer descubrirlos disfrutando trabajosamente de la lectura de esas historietas, redimidas en manos de los dos entusiastas niñitos. -En realidad el que leía era Reynaldo, y Eduardito, que todavía no había aprendido a leer, escuchaba y miraba las figuras con sus inocentes ojazos negros.
Por ese día terminamos la tarea con la idea de realizar una fogata al día siguiente.
La tarea se postergó unos días debido a otros compromisos y a la siguiente semana quemamos el montículo (o lo que quedó de él después de la selección e incautación por parte de los dos niños.)
Esa semana Eduardito había traído de la escuela una tarjetita de invitación al cumpleaños de Nury, una compañerita del grado, aunque su mamá-abuela no lo dejó ir porque vivía muy lejos y además- decía- no tenía dinero para comprarle un regalo.
La tarjetita era muy bonita: tenía el dibujo de una niña soplando las velitas de la torta y bordes de brillantina de colores. En el sobre decía con letra infantil: Para Eduardito. NURY.
Eduardito miraba embelesado la tarjetita y no se separaba de ella. Sus ojos negros brillaban de un modo especial cuando le preguntaban quien era la niña que cumplía los años.
Días más tarde me llamó la maestra del niño, entre preocupada y divertida. Me contó que habían venido varias mamás a protestar porque las alumnas habían llevado a la casa una invitación de cumpleaños que, según decían, les había dado Eduardito, y en el interior del sobrecito había una tarjeta donde se leía: “Los familiares de (aquí venía el nombre de mi abuelo) agradecen a quienes nos acompañaron durante su velatorio y sepelio”.