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He tenido un fuerte dolor en las muelas desde hace más de una semana. No se lo he dicho a nadie porque no quiero que me lleven al dentista o como yo lo llamo: “El hombre de blanco”.

Pero finalmente terminaron dándose cuenta, sobretodo mi
mamá.

Todo comenzó esta noche. Estábamos cenando, mi papá le decía a mi mamá que la sopa esta deliciosa, todos comían tranquilos excepto yo, para mí esto de comer se había convertido en una hazaña de película. Me pasó en el desayuno, no almorcé porque no quería pasar por este tormento otra vez, espero que nadie se haya dado cuenta
porque sino mi mamá me mata.

Para comer esta sopa lo primero que hacía era soplar con todas mis fuerzas la cuchara y luego meterla en mi boca, con una precisión de agente secreto deshabilitando una bomba intenté no chocar la cuchara con mi diente herido porque al primer toque mi cerebro envía una señal de dolor que cubre todo mi cuerpo. Luego depositaba el liquido y lo pasaba por mi garganta.

Todo iba bien hasta el liquido decidió tomar otra ruta…por mi tráquea hacia mis pulmones. En resumidas cuentas me estaba ahogando.

Al verme mis padres hicieron lo posible para ayudarme a volver a respirar, después de unos cuantos golpes al pecho y un pequeño trago de agua me sentí mejor, sin embargo eso no evitó que mi mamá me mirara de manera sospechosa.

-¿Te sientes bien?- preguntó sin dejar de mirarme.

-Si- le dije sin la mayor confianza del mundo.

-Dime la verdad- me dijo mi mamá levantando un poco la voz.

Y eso hice, le dije toda la verdad sobre mi dolor de muelas. No le dije que no había almorzado, de hecho había votado toda la comida a la basura y como si estuviera cometiendo un crimen había votado la bolsa de basura afuera de la casa. Mi mamá me ordeno que abriera la boca y le obedecí. Después de una pequeña revisión se puso la mano en la boca en su pose más dramática.

-¿Desde cuándo tienes el diente así?

-Me empezó a dolerme desde hace una semana. No sé cuando mi diente se puso así.

-Se acabo mañana vamos a ir al dentista. Anda a lavarte los dientes tres veces y vete a dormir.

Dejando el plato casi lleno me bajé de la silla y me fui al baño. Mi padre me miraba con una mirada de complicidad, como si quisiera darme ánimos, sin conseguirlo. Me lavé los dientes tres veces con pasta y dos con un vaso de agua con sal que mi mamá me trajo casi de inmediato. Luego, con la misma ropa de siempre, me fui a dormir.

Al día siguiente caminamos unos veinte minutos hasta llegar a un pequeño edificio de tres piso, en la parte de arriba se veía un letrero sucio que decía: Clínica dental “El molar feliz” con una foto de un molar sonriendo ¿Los dientes tienen dientes?

Subimos hasta el segundo piso, donde estaba la consulta.

Entramos a una pequeña salita con unas diez sillas vacías, mi mamá me dijo que me sentara y esperara, le obedecí y me senté. El lugar se veía muy sucio, con el suelo de mayólica azul con una capa de polvo extra, las paredes con sus pequeñas manchas de moho decorativas y el techo que albergaba toda una comunidad de arañas y otros bichos. Minutos después mi mamá se sentó a mi lado sin decir nada, quería decirle que este lugar se parece más al salón donde yo estudio, que una clínica, de hecho este lugar está más limpio que el salón donde yo estudio.

Esperamos un buen rato, estaba tan aburrido que comencé a contar las manchas de moho de las cuatro paredes. La primera tenía unas 150, la segunda, 128, la tercera, 147 y la cuarta les digo luego porque recién la estoy contando. 143, 144, 145, 146…

-Jean Pierre Ortega- llamó una voz desde un cuarto oscuro al lado de la recepción.

Mi mamá me agarró de la mano y me llevó hacia dicho cuarto. Estaba tan asustado que puse los pies bien pegados al suelo para que sea mucho más difícil llevarme. Mi madre me mostró una de sus miraras más… ¿Amenazantes? ¿Malvadas? ¿De decepción? Sinceramente no sabría decirles, solo que si me dio miedo así que despegué los pies y caminé sin rechistar.

Entramos al oscuro cuarto, cuando pusimos los pies dentro, como por arte de magia se encendieron las luces y se podía ver todo. Era igual de feo y sucio que la sala de espera, solo que aquí había una silla grande de color negro que parecía una de esas trampas asesinas que usaba el asesino de “El juego del miedo”, también otras tres sillas estaban sin acolchonar en comparación con las sillas de la sala de espera.

Mi mamá habló con el dentista por unos cuantos segundos y cuando terminó puso sus ojerosos y rojos ojos frente a mi acercándose lentamente con pasos arrastrados y una sonrisa que podría estar entre las más enfermizas películas de terror. Estuvo mirándome por el suficiente tiempo como para hacerme sentir incomodo y luego me dijo que me sentara en la silla negra macabra.

Titubee por unos segundos, miré a mi mamá con la esperanza de que me saque de aquí y me lleve a un mejor lugar, para serles sincero preferiría mil veces que el carnicero del mercado me sacara el diente antes que este tipo.

-No te preocupes hijo, es por tu propio bien- me dijo muy sonriente.
La mano pegajosa del dentista me tocó el brazo y me llevó hacia la asquerosa silla.

-¡Suélteme! ¡Mamá!- le grité pidiéndole ayuda.

-Es por tu propio bien- repitió como una grabadora se tratase.

Como era solo un niño y no tenía mucha fuerza, al dentista no le costó mucho trabajo llevarme hasta la enorme silla, me hizo sentar ahí y me dijo que abriera la boca. Estaba tan asustado que no quería ni siquiera parpadear, el sudor paseaba por todos los rincones de mi cuerpo y empecé a temblar.

-Abre la boca, ahora- dijo el dentista levantando un poco la voz y usando una especie de bisturí para persuadirme, lo puso a escasos centímetros de mi cuello-
¿Podrías por favor abrir la boca?

Abrí la boca, el dentista se puso sus guantes de látex, eran unos blancos con unas pequeñas manchitas rojas. Luego sin decirme nada y yo como un tonto con la boca abierta me metió su dedo y estuvo así por casi un minuto, lo sé porque estuve contando los segundos para quitarme de la mente las ganas de vomitar.

Después de ese asqueroso momento el dentista se acercó hacia mi mamá y le dijo:

-Lo siento pero vamos a tener que extirpar…digo sacarle el diente- dijo el dentista.

-Por favor doctor Osterloh haga todo lo posible para ayudar a mi hijo- le contestó a mi mamá con su tono más dramático.

-Haré todo los que pueda- dijo el doctor con una sonrisa, no tan macabra como la anterior pero seguía siendo aterradora. Al parecer a mi mamá la hipnotizaron porque ella no ve todo lo bizarro y raro que está ocurriendo aquí.

Dejó a mi mamá y se acercó a mí de nuevo, traté de moverme pero unas especies de grilletes me agarraron los brazos y piernas dejándome completamente atrapado sin poder moverme y si la cosa no fuera suficientemente extraño y doloroso, para mi, unas pequeñas pinzas salieron de la silla y se incrustaron en cuatro lados de mi boca dejándola completamente abierta a merced del dentista que no paraba de sonreír.

-Empecemos- alcanzó a decir.

Sacó un pequeño taladro y lo limpió con su bata, dejándolo un poquito menos oxidado de lo que estaba antes, presionó un pequeño botón y el taladro empezó a trabajar, es dentista se acercó mucho más hacia mí y, por si lo preguntan, mi mamá estaba leyendo una revista sentada en las sillas sin acolchonar. Con un muy poco exitoso intento de hablar quise decirle:

-¡Póngame anestesia! ¡Por favor!

El dentista se detuvo, apagó el taladro, se puso el dedo de latex en la barbilla como si estuviera pensando en otra cosa que no sea torturarme.

-Casi lo olvido- dijo golpeándose la mano en la cabeza.

Sacó una jeringa con un liquido verde burbujeante, de seguro caliente, listo para inyectarme. Se acercó hacia mi brazo, traté de quitarla de su alcance fue me fue imsposible, no podía moverme.

Y sentí la aguja metiéndose a mi piel y el extraño y cuestionable liquido entrando a mi sistema. Despues de eso me sentí adormilado. El dentista volvió a encender el taladro, yo estaba con un ojo abierto y otro cerrado y solo pude ver antes de desmayarme su nombre escrito en su gafete. “Herbert Osterloh”. Luego me quedé dormido.

Desperté, estaba en mi cuarto, tenía la misma ropa, solo que bañada de sudor, espero que tambien sea sudor lo que me estaba saliendo de la pierna. Quise gritar pero no quería despertar a mi padres así que cerré la boca. ¡Al diablo con esto, primero muerto antes que ir al dentista!, me dije. Prefiero quitarle el diente con un alicate antes de que un tipo con traje blanco, como si fuera San Pedro a punto de llevarme a las puerta del cielo, lo haga.
Y es entonces que una lucecita se encendió en mi cabeza.

Si me saco el diente con un alicate, ya no tendré que ir al dentista, quizá a un pediatra si me desmayo mas no a un psicópata armado con un taladro. Ademas el pediatra al que voy es una persona de lo más agradable. Así que sin perder más tiempo salí de la cama, me cambié de ropa, me puse unas sandalias e hice todo lo posible por no hacer ningun ruido, todo iba de acuerdo al plan.

Llegué al cuarto de herramientas de mi papá y saqué el alicate, estaba un poco oxidado y no quería meterme esa cosa a la boca, pero no tenía más remedio, no había otra manera. Lo limpié rápidamente con lejía y me fui al baño, encendí la luz y me miré al espejo, abrí la boca y abrí el alicate y este se separó.

Cuando tocó mi diente herido sentí una especie de malestar y dolor que me llegaron a las lágrimas, cuando estuve a punto de jalarlo una sombra se acercó a mí y me gritó.

-¡Jean Pierre!- girtó mi mamá con tanta fuerza que despertó a mi papá.

Solté el alicate al lavadero y este hizo un ruido fuertísimo volviendo a despertar a mi papá. Este salió de su habitación y al vernos a los dos en el baño con la luz encendida fue a investigar que estaba pasando.

Al verme a mí con la boca llena de sangre y un alicate en el lavadero soltó un grito muchísimo más fuerte que el de mi mamá, puso sus dos manos en mis hombros y se acercó.

-¿Se puede saber qué demonios pasa contigo?- me preguntó con un tono de lo más desesperado.
Y se lo conté. Les conté que tenía miedo al dentista, de esa pesadilla que había estado atacándome desde hace mucho tiempo. Si, no era la primera vez que tenía ese tipo de sueño, aunque nunca había ido a un dentista en toda mi vida. Tal vez era un sueño sin mucho fundamento.

-Necesitas que un profesional te revise esos dientes- me dijo mi mamá en un tono muy maternal.

-Si…pero- dije con lágrimas en los ojos- no quiero ir.

-Debes escuchar a tu madre Jean- dijo mi papá en su tono más convincente posible- ¿Qué te parece esto? Primero te llevo yo al dentista y luego vamos al cine- me propuso mi papá.

La idea del cine era de lo más tentadora, quise negociar pero al parecer era su única y mejor oferta y no quería que cambiaran de opinión.

-Primero vayamos al cine y luego al dentista- propuse poniendo mis ojos más tiernos y manipuladores posibles.

Mis padres lo pensaron un buen rato y terminaron aceptando. Me dijeron que vuelva a la cama, todo iba bien, estaba dispuesto a, al menos intentarlo, tener sueños felices con nubes de algodón cuando mi madre abrió la boca y dijo esto:

-Esto es por tu propio bien.

Todos los pelos de mi cuerpo se erizaron y sin decir nada me fui a dormir. Gracias al cielo no tuve ningun sueño pesado, feo o aterrador. Aunque tampoco tenía mucho tiempo para dormir. Dos horas despues y el sol se despertó e iluminó las calles de la ciudad.

Ahora que lo pienso mejor primero hubiera ido al dentista y despues al cine, porque me he pasado toda la película pensando en el dentista y en lo que me iba a pasar y en el hecho de que ya no quería ir, que no pude concentrarme en la película. Iba de dos superhéroes que matan a un villano o algo así.

Saliendo del cine e inmediatamente fuimos al dentista.

Esta vez tuvimos que tomar un autobús para que nos deje cerca de la casa donde caminaremos. Estuvimos en silencio todo el trayecto, en silencio y como sardinas porque el autobús estaba repleto. Mi papá le dijo a mi mamá que este se ofrecía a llevarme, mi mamá aceptó alegando que tenía mucho trabajo que hacer así que se bajó en a una cuadra de la casa y nosotros, luego de dos cuadras.

Seguiamos sin decir nada, lo cual ya me estaba empezando a incomodar así que le dije:

-Papá es necesario que vaya- le dije con mi expresión más manipuladora.

-Ya hemos hablado, tienes que ir. Si no vas, va a terminar lamentándote durante mucho tiempo, no solo porque tus dientes van a quedar peor que los de tu abuelo sino tambien porque no vas a superar tu miedo y la mejor forma de superar tus miedos es enfrentándoteles.

-Yo no quiero tener los dientes como el abuelo- dije yo de un modo de lo más ingenuo. De seguro no se había lavado los dientes en toda su vida- Pero mamá no me ayudó en mi sueño.

-No te preocupes hijo, si alguien intenta meterme un
taladro oxidado por la boca se las verá conmigo- dijo mi papá poniendo su mano en mi hombro con firmeza.

Eso sí que me calmó, aunque mi papá nunca haya peleado con nadie y el dentista de mi sueño era mucho más alto y fuerte, espero que el de verdad no sea así, tengo que admitir que me reconfortó un poco tener un poco de apoyo. Ademas que hay una muy pequeña, minima diría yo, de que mi papá y el dentista terminen peleando que me parecía algo tentadora.

Llegamos al local del dentista, era el mismo de mi sueño, lo cual no me sorprende porque llevaba viéndolo todos los días camino al colegio, me daba mucho pavor el solo mirarlo. El edificio seguía viejo y sucio al igual que el anuncio del diente sonriente.

Entramos.

Mi papá y yo estuvimos en la sala de espera cuando mi papá fue a la recepción, yo lo detuve diciéndole el nombre del dentista (Herbert Osterloh) y que no quería ir con él.

Mi papá levanto su pulgar en señal de haber entendido.

¡Ojala, Dios mio!

A pesar de sus negativas fui con él a la recepción, lo siento son mis dientes y mi cordura los que estan en juego. Le repetí el nombre del dentista y este asintió. Ya en la recepción mi papá le contó mi problema y la recepcionista me asignó con el doctor Osterloh (No tienen ni idea de las groserías y blasfemias que iba a decir).
Le supliqué a mi papá que fuera con otro dentista, pero este se quedó sin decir nada. Es entonces que la recepcionista, en un intento de no perder clientes, nos preguntó por que no quería atenderse con el doctor Osterloh, yo le iba a decir la verdad, pero mi papá me agarró del hombro e hizo una señal de que me callara con el dedo. Sinceramente no lo culpo, íbamos a quedar como idiotas si le digo porque no quiero que atienda ese demoniaco doctor y de donde se su nombre.

Mi papá terminó siendo convencido sobre esto y pagó la consulta. Nos volvimos a sentar y estuvimos otra vez en ese silencio incomodo que solo era interrumpido por el sonido de la televisión.

La llamada del doctor captó nuestra atención y fuimos a su encuentro, o debería decir mi papá fue y yo caminé a paso de tortuga con parálisis.

Entramos.

El doctor no se parecía en nada al de mi sueño. En mi sueño el doctor Osterloh era mucho más alto, más delgado, con dedos menos huesudos y unos dientes mucho menos amarillos. Este tipo era gordo, bajito, con unos dedos gorditos y llenos de sudor (Que asco) y sus dientes eran más o menos blancos, su aliento apestaba, en eso si se parecía al de mi sueño.

Mi papá dejó que yo le explicara el problema y le dije que me dolía mucho uno de mis dientes, se lo señalé con toda la confianza de la que podía acumular. El doctor puso su mano en su barbilla para pensar y terminó diciendo que me sentara en la silla para examinarme. Dijo eso señalando la silla blanca que estaba posaba frente a nosotros.

Le obedecí, no quería hacer enojar a este tipo, lo cual parecía casi imposible en los diez minutos que estuvimos ahí no dejaba de sonreir, nadie sonríe así por tanto tiempo, ya nos empezaba a incomodar. Me senté en la silla y esperé por más órdenes.

El doctor me examinó bastante rápido y dijo que necesitaba una pequeña operación y como no había nadie podría ser en este momento. Mi padre aceptó, yo le dije que estaba bien porque no quería esperar más tiempo o ir otra vez en muchos años. Me puso la anestesia en un inhalador en la boca dejándome completamente dormido y la operación empezó.

Cuando hubo terminado el doctor nos dijo que todo había salido bien, incluso me mostró mi diente amarillo, casi negro picado y algo roto. Me preguntó si quería quedármelo para darle al hada de los dientes. Le dije que sí sonriendo, era una excelente oportunidad de conseguir dinero gratis.

Me dio una pequeña bolsita con mi diente dentro y salimos de la clínica. Camino a casa mi papá me preguntó si todo había salido bien, yo le dije que no había sentido nada de nada y me dio una palmada en el hombro diciéndome: “Te lo dije campeón, no te iba a pasar nada”.

Yo sonreí y seguimos caminando, le iba a preguntar si podíamos comer helado, pero me dijo que no porque tenía que esperar a que me cicatrice la herida. Asentí y seguimos caminando.

Todo habían sido imaginaciones mías sin ningún sentido o relevancia.

Dos semanas después vio las dos peliculas de “El dentista” y sus miedos volvieron, esta vez para no irse.

Texto agregado el 29-04-2015, y leído por 166 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-04-2015 Muy buena narrativa... hgiordan
30-04-2015 Me gustó tu relato , sólo le encontré una pega , al narrarlo en primera persona y como un niño algunas descripciones son demasiado adultas para el personaje . autumn_cedar
 
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