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Sabía que se moría, que no había remedio para ese cáncer de pulmón que lo estaba acabando. El dolor era casi inaguantable, a pesar de las fuertes dosis de analgésicos. Con ellos el dolor remitía por un tiempo breve, para luego recomenzar con más fuerza. Julián se hallaba harto de todo: de tanto medicamento, de tantos análisis, de tanto jurguneo. ¿Si ya no había remedio para qué lo torturaban más?...
No tenía familiares en la ciudad, estaba sólo, y de no ser por la bondad de Andrea que lo llevó al hospital, con seguridad ya estaría muerto. Ella se portó de lo más solícita y hasta le pareció que en su actitud mediaba cierto cariño; no el afecto común que se siente por un compañero de trabajo, sino algo más, algo muy imperceptible, tierno.
Su trabajo como pianista en aquel bar de quinta no daba mucho; sin embargo, le permitía vivir. El continuo consumo de alcohol, las trasnochadas, el ambiente saturado de humo y malos olores, casi irrespirable, con certeza contribuyeron a agravar su mal, que ya venía de hacía mucho tiempo. En el bar hizo amistad con diversas gentes, pero sólo con Andrea sintió que había cierta afinidad especial, una calidez sutil que no iba más allá de algunas palabras y sonrisas que quizá para ella no significaban nada; pero que a él, le entibiaban el corazón. Que ella trabajara de mesera en el bar, que a veces se sentara a beber algunas copas con ciertos clientes, que de vez en cuando se fuera abrazada con alguno de ellos al terminar el turno de trabajo, por esos rumbos perdidos de Dios, no le importaba. Que ella fuera tan joven, tan bonita como era y que lo tratara bien, casi como a un amigo, le bastaba.
El médico que lo atendía en el hospital, lo visitó por la mañana en la pequeña habitación que le habían asignado y sin más, le soltó el diagnostico que ya esperaba:
-Lo siento de verdad, amigo. Está usted muy enfermo. No hay mucho más que hacer. Un par de noches más, tal vez.
Julián se sintió muy triste; no porque se fuera a morir, sino porque su vida había sido un verdadero desperdicio. Quiso ser un pianista famoso, un concertista y miren cómo iba a terminar.
Andrea llegó por la tarde a visitarlo. Vestía zapatos negros bajos, una sencilla falda amplia con motivos florales y blusa blanca sin mangas, que además de dejar traslucir el color blanco del sostén, permitía con su generoso escote, vislumbrar el inicio y la rotunda firmeza de sus pechos. El maquillaje era discreto; con los labios pintados de un rosa muy tenue, la hacían ver bastante guapa. No había en ella nada que hiciera suponer el trabajo nocturno que desempeñaba en el bar. Un bolso pequeño colgaba de su hombro.
-¿Cómo estás?-, saludó, asomando la cabeza por la puerta. Se acercó y lo besó en la frente.
-No muy bien-, respondió jadeando un poco y aspirando con fuerza de la sonda de oxígeno que tenía en la nariz
-¿Vino el médico a revisarte?
-Sí. Me dijo que me voy a morir; que cuando mucho me quedan un par de noches..
Andrea abrió la boca muy sorprendida y no atinó a decir nada.
-Eso ya lo suponía, así que no me tomó demasiado desprevenido. Aun así. No resulta fácil irse.
Andrea lo tomó de las manos sin hablar. Lo hizo con cuidado, pues la manguera del frasco de suero que terminaba en la muñeca de Julián podía zafarse. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas. Permanecieron varios minutos en silencio. No había mucho que decir.
-Me va a doler mucho ya no verte.-, dijo Andrea.
-¿Por qué?...apenas si somos amigos. Aunque a mí, me hubiera gustado conocerte mejor. Sabes, yo…
Un acceso de tos le impidió continuar; luego, se quedó callado intentando recuperar el aliento.
Andrea sabía desde tiempo atrás que Julián estaba enamorado de ella. Y no sólo eso, sino que también la deseaba aunque la tratara con mucho respeto y nunca le hubiera dicho nada. No lo amaba, era cierto, pero él se había comportado con ella como el hombre que le habría gustado amar. Fue entonces que se le vino la idea, como un chispazo. Un brillo especial, pícaro, apareció en sus negros ojos. Con pasos rápidos se acercó a la puerta de la habitación y corrió el seguro por dentro. Regresó hasta donde Julián yacía postrado y dijo:
-Te vas a morir, ¿no?...pues entonces no te vas a ir así.
Julián la miró asombrado, expectante, mientras ella con sencillez levantaba su falda por atrás y deslizaba rápidamente hasta sus manos, los calzoncitos color negro que llevaba puestos. Los guardó con prontitud en el bolso y sin más se descalzó y se montó a horcajadas sobre Julián, casi tapándolo bajo su falda
-Te vas a ir contento, querido amigo. Te lo aseguro.
La mente y el cuerpo de Julián reaccionaron de inmediato al estímulo, al contacto de aquel cuerpo joven, a la tibieza de su piel y su sexo. No fue necesario que se esforzara ni que sufriera. Andrea conocía de sobra su profesión y esta vez lo hacía con un gusto especial.
Cuando Andrea se bajó de la cama y vio el rostro plácido de su amigo, se sonrió ruidosamente.
-¿Te sientes mejor?- le dijo.
-Sí, gracias.
Poco después Andrea se fue. Julián se sentía feliz, flotaba como entre nubes. Ya se podía morir a cualquier hora.

Texto agregado el 24-05-2015, y leído por 401 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
25-05-2015 Lo elevo a mi foro de crítica. Saludos. Lacaradelaluna
24-05-2015 El final cambió la tónica del relato, de platónico se volvió bukoskiano, y el buen Julián se fue cortado dos veces. lucrezio
24-05-2015 Qué hermosa historia!!! Me llenó de ternura ese gesto de verdadero amor. Una verdadera delicia tu narración. Te abrazo fuerte, querido Mario! MujerDiosa
24-05-2015 bueno! bien armado y entretenido. buena lectura itzamna
24-05-2015 Contundente hasta para enfrentarse a la muerte. Delirium
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