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Raquel aparcó el coche frente a la puerta de la casa de sus padres, le extrañaba que su madre la requiriese con tanta urgencia, más aún cuando llegó al patio y encontró la mesa, al lado de los olivos, preparada con ese esmero con el que la madre solía hacerlo. Se abrazaron, se besaron. Se encontraron las miradas: En la de Raquel había ansiedad, en la de la madre dolor, le temblaba la barbilla y los ojos estaban llorosos.
¿Qué te ocurre que me has llamado con tanta urgencia? -No me ocurre a mi sola. Es algo que nos afecta a toda la familia, pero siéntate y come algo; he preparado lo que más te gusta, pimientos asados, berenjenas rellenas rociadas de miel y cordero con almendras.
-Gracias, madre, pero ¿Puedes decirme, de una vez, qué es eso tan importante que tienes que contar?
Preguntaba a su madre, mientras comenzaba a picotear un poco de cada plato.

Entraban ruidos de la calle, los coches tocaban el claxon, la gente estaba de fiesta. Por fin las primeras elecciones después de cuarenta años de dictadura, de masacres y silencios obligados.
La madre comenzó a hablar:
En el año mil novecientos treinta y siete, segundo año de guerra civil, llegaron al pueblo los falangistas con el único fin de hacer una redada, querían limpiar la zona de indeseables comunistas y socialistas. Librar a España, pueblo a pueblo de esa conspiración judeo-masónica y que de una vez quedara resplandeciente para que El Caudillo se la pudiera ofrecer al victorioso Cristo-Rey.
Eligieron a jóvenes del pueblo para asesinar a los que ellos creían que eran subversivos. Entre los jóvenes elegidos estaba tu padre, así que, el día y la hora que decidieron los jefes falangistas llevaron a diecisiete hombres, ninguno pasaba de treinta años, a las afueras del pueblo los colocaron en la pared del cementerio y les descargaron tantas balas como había en sus fusiles.

Raquel no pudo seguir comiendo, de repente todo cambió, las hojas de los olivos perdieron el verdor. El calor derritió la miel que había sobre las berenjenas y las tapizó de lágrimas doradas, el resto de la comida adquirió una pátina opaca. No podía mirar a los ojos de su madre. Su mundo desaparecía y ella no podía detener el vendaval que lo devastaba. El patio ya no volvería ser a el mismo. Tampoco la familia.
¿Madre, me estas diciendo que elegiste cómo marido y padre de tus hijos a un criminal de guerra?
-Cuida esas palabras, Raquel, tu padre era muy joven y no tenía plena consciencia de lo que estaba sucediendo. Se sirvieron de jóvenes inexpertos. Tu has comprobado que algunas de las mujeres viudas han seguido trabajando en casa. Se les ha ayudado.
-Ya lo veo claro, tienes miedo que alguien nos lo eche en cara. Ese es el motivo por el que me lo estas contando. Piensas que otros puedan ganar las elecciones y tomen represalias. No tengas miedo, madre, ellos tienen experiencia en el silencio. Quien no lo puede callar soy yo.

Raquel se sintió juzgada por un tribunal que exhibía la foto de su padre junto a la de otros criminales, su madre había abierto una caja que no volvería a ser cerrada, porque los gritos de dolor que contenía pedían voz y ella no quería acallarlos. La yegua desbocada de la intolerancia había parido un potrillo que no estaba dispuesto a correr por caminos regados con sangre.




Texto agregado el 21-06-2015, y leído por 198 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
20-06-2019 Terrible hecho bien narrado, duro, polémico. Martilu
23-01-2016 *****Siempre me he preguntado lo que sienten muchachos como aquellos que son llevados a "trabajar". Enternecedor. Solo_Agua
03-07-2015 Granada...Sentí tu relato..me impactó y me hizo llorar...sentirse al otro lado de la barricada ..desgarrador... trotskki
22-06-2015 Yo sí lo entendí :)+++++ crazymouse
22-06-2015 Me gusto mucho la historia. Además tiene una prosa sencilla, como creo que deber ser toda historia. Felicitaciones. 5* dfabro
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