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La pequeña Amanda de 7 años se lavaba los dientes dos minutos como le decía su mamá todos los días. Cuando terminó fue a su cuarto, se puso su piyama y se acostó en la cama lista para dormir. Un momento, Amanda no podía dormir aun, no sin su vaso de leche tibia y su cuento para dormir.

Para eso estaba su mamá.

Ella entró con una bandeja en el que descansaba un vaso pequeño de leche tibia con una cucharadita de chocolate en polvo. Le dio el vasito y Amanda lo bebió de un solo trago dejando un bigote blanco en su cara.

- No debí lavarme los dientes primero.
- Supongo que tendrás que hacerlo otra vez.

Sin decir nada más, y con algo de pesadez, Amanda salió de la cama, se dirigió al baño y se lavó los dientes por dos minutos. Cuando volvió se metió otra vez en la cama y le sonrió a su madre.

- Muy bien Amanda, tu sabes que una buena sonrisa siempre es la mejor carta de presentación para todo.

Amanda no entendía de nada de lo que le decía su mamá pero no le importó mucho. Solo quería su cuento para dormir.

- Mamá no puedo dormir sin no me lees un cuento- dijo Amanda.

- Claro. Ahorita te lo leo.

La madre de Amanda estuvo buscando entre los libros algo interesante que leerle a su hija. No le gustó nada de lo que había ahí. Así que se volteó y le dijo:

- ¿Qué te parece un cuento inventado por mamá? – dijo su madre esbozando una sonrisa.

- Está bien- dijo Amanda muy sonriente.

Ella se sentó en la esquina de la cama, se aclaró la garganta y comenzó la historia.

Este cuento transcurría en una pequeña ciudad muy pobre donde estaba habitado solo por niños porque los adultos murieron o de hambre o de alguna enfermedad. Estos niños también tenían hambre, sed y también les dolían la espalda lo que les impedía caminar derechos.

Un día uno de ellos convocó una especie de reunión en el que dijo:

- He oído de una vieja leyenda sobre un paraíso
llamado “El valle precioso”. Un lugar donde las tierras son fértiles y crecen todo tipo de frutas y vegetales tan grandes como sus propios puños. Un lugar donde el cielo es azul y el agua cristalina. Yo sugiero que dejemos este horrible lugar y vayamos hacía “El valle precioso”.

Amanda estaba muy contenta. Sus ojos brillaban. La historia le había interesado demasiado, de hecho es una de las mejores historias que su madre le ha contado.

Los niños dejaron sus viejas y destruidas casas y se dirigieron al “valle precioso”. Caminos durante más de 10 días por un desierto inhóspito, el sol no calentaba, quemaba a los pequeños niños. Tenían mucha sed, pero siguieron caminando. Hasta que llegaron hasta una especie de océano. El problema es que no tenían un bote.

- Entonces ¿Cómo iban a cruzar?

La madre no respondió la pregunta y dejó que la historia
respondiera por ella.

Decidieron nadar. Un poco de agua helada los refrescaría al menos para olvidar el horrible calor. Comenzaron nadando, estuvieron nadando por más de tres días.

Comían los peces que pudieron atrapar. Una tormenta apareció en el cuarto día. Las nubes se tornaron grises, cubrieron el sol, la lluvia comenzaba a caer a cantaros y los niños no se rindieron, siguieron nadando.

El mar también se tornaba amenazador, las olas medían más de cinco metros y hundían a los niños que intentaban alejarse de ellas. Varios murieron ahí. Los cuerpos se hundieron hasta llegar al suelo. Unos peces rayados nadaban muy cerca de ellos cuando vieron los cuerpos de los niños sin vida solo una cosa pasó por sus mentes: Comida.

Amanda se estremeció por lo que estaba escuchando. No será verdad lo que estaba pasando. Esos peces se iban a comer a los niños muertos.

Si había algo que les gustaba a los peces más que las algas eran los ojos humanos. Se acercaron hacia ellos y comenzaron por los suculentos ojos sacándolos cuidadosamente de sus orbitas y comiéndoselos de manera lenta, bocado por bocado.

El resto de sobrevivientes siguieron nadando hasta poder salir de ese océano llegando hacia un lugar bastante feo y destruido, casi tanto como el lugar que habían dejado antes. Los cuerpos de varios hombres, mujeres, niños y ancianos estaban apilados en una especie de montaña de muerte. Unos hombres vestidos con unas armaduras quemaban los cuerpos dejando una enorme nube de humo negro que invadía los cielos y los pulmones de los niños.

Uno de ellos tosió.

Uno del hombre de metal volteó para verlos. Eran guerreros aterradores e imponentes que llevaban unas armaduras de metal y levantaban unos enormes mazos con puas. Uno de ellos sonrió y los demás corrieron hacia los niños.

Las sonrisas de los hombres de metal se intensificaban y se hacía más grande con cada mazazo que le daban en las pequeñas cabecitas de los pobres niños. No dejaban de sonreír ni reírse con cada niño muerto que aumentaba la nube de humo negro.

Ahora si Amanda estaba asustada.

- Por favor dime que los niños que sobrevivieron llegaran al valle precioso.

- Si, si van a llegar- dijo la madre acariciando el pelo negro de su hija.

Continuó son su historia.

Los pocos niños que sobrevivieron consiguieron escapar de los hombres de metal. Salieron de ese pueblo de miseria y muerte. Siguieron con su camino sin importar las circunstancias. Llegarían al valle precioso vivos o muertos.

- Mamá- gritó la pequeña Amanda.

- Ya, está bien. Vivos- dijo su madre con un tono de: “Que aguafiestas”.

Después de cruzar el bosque de la muerte y comer frutas de ahí consiguieron llegar.

Amanda lanzó un grito al cielo. Estaba contenta de que los niños hayan podido llegar al valle precioso después de todo lo que habían pasado.

Entraron al valle. Comieron toda la fruta que pudieron, bebieron toda el agua que podían. Era el mejor sitio de la tierra. Sus miradas decían: “Todo valió la pena”.

La felicidad no les iba a durar para siempre. Los hombres de metal habían llegado. Los sonidos de las herraduras de los caballos aterraron a los niños. Dejaron la fruta y el agua y se escondieron en el sitio más cercano.

Fue inútil. Los hombres de metal los encontraron.

- Mamá. Por favor dime que no les van a pasar nada.

- No te preocupes todo saldrá bien.

Los niños consiguieron quedarse en el valle precioso trabajando como esclavos para los hombres de metal. Y vivieron felices para siempre. FIN.

Después de contarle tremenda historia la madre de
Amanda le dio un beso en la mejilla y salió del cuarto no sin darle las buenas noches.

Amanda no pudo dormir en toda la noche.

Texto agregado el 28-07-2015, y leído por 104 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-07-2015 Me gustó tu historia. Yo revisaría algunos pequeños detalles gramaticales en la redacción, pero la esencia de la historia es buena. gcarvajal
28-07-2015 Cinco estrellas de metal para ti. Pero bien pulidas. -ZEPOL
 
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