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Cuentito

Ël estaba parado en la esquina Hacía rato que esperaba. Estaba seguro que ella saldría en cualquier momento. Ya era la hora y sabía que la vieja necesitaba su medicina.
No en vano era el enfermero que le aplicaba su inyección dos veces al día.
Así la conoció a ella. Tendría unos quince años y unos ojos que nada tenían que envidiar al cielo. Iba a cuidar a la anciana y le llevaba la comida y le daba los medicamentos que le recetaba el médico.
La anciana vivía sola y no aceptaba compañía alguna, salvo a su nieta a quien adoraba.
De pronto la vió salir de su casa, camino a lo de su abuela. Se dio cuenta que iba para allá, porque llevaba un bolso donde seguramente iría una vianda con sopa de pollo. Esta sopa le encantaba a la abuela y él, como enfermero le había recomendado a la niña que le pusiera muy poca sal, para que a la viejita no le subiera la presión. Cuando ella agradeció su consejo, lo miró con esa dulzura que tienen los inocentes. A él se le cayó la baba del placer que sintió al ser mirado de esa manera por la chiquilla.
Ahora se iba a hacer el encontradizo y la iba a tratar de acompañar a casa de la abuela, para ir ganando su confianza.
No sabía que tenía esa muchacha que lo atraía tanto. No solamente le atraía su juventud, su cuerpo, ya en sazón, sus ojos maravillosos y sus labios que se le antojaban golosos, húmedos, listos para ser comidos a besos…
La estaba alcanzando, cuando ella se detuvo y entró en una florería que estaba en la mitad de la cuadra. Ël siguió caminando hasta la esquina, y desde allí se volvió marchando muy despacito. Justo salía ella del negocio, con un pequeño ramito de nomeolvides en su mano y al ver al enfermero se sorprendió gratamente. Sonrió con esa sonrisa que al él se le antojaba maravillosa y le dijo:
—¡ Oh, señor enfermero! ¡Qué alegría encontrarlo! Voy a casa de mi abuelita a llevarle su sopita y darle la medicina. También le llevo algunas flores para que le alegren la vida a mi pobre abuela…
—¡Eres una buena nietita! —le dijo él, acariciando su mejilla y mirando disimuladamente su escote donde dormitaban las palomas que nombraba García Lorca.
—Si quieres te puedo acompañar hasta la casa de tu abuelita y de paso le aplico la inyección. ¿Te parece bien?
—Me gustaría mucho que me acompañara, porque aunque es mediodía, una no sabe con quién se puede encontrar en estas calles, a pesar que yo no le temo a nada…
—Y a las inyecciones ¿les tienes miedo?
—¡No, señor enfermero! Pero no me gusta que me hagan doler.
—Yo tengo muy buena mano. Si alguna vez te aplico una inyección, no te va a doler en absoluto. Te lo prometo.
—Eso espero, señor enfermero…
—No me llames Señor enfermero. Acá tienes mi tarjeta donde está mi nombre
—¡Qué bien! Usted se llama Wolf, pero ya llegamos, pase, pase señor Wolf..
El enfermero, señor Wolf, miró para todos lados antes de entrar y tuvo mucho cuidado de no apretarse la cola antes de cerrar la puerta.

Texto agregado el 19-08-2015, y leído por 186 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
27-08-2015 Sos un genio!!!!***** jordifont
26-08-2015 Jajaja. Eres maloso, lindo Zummcito. Me encantó tu versión, jajaja. Besitos fulles. SOFIAMA
20-08-2015 jajaa nuestra Caperucita y sus mil versiones. Agil tu relato, me gustó. Un abrazo, sheisan
19-08-2015 Jajaja. No sé si quieres comerla o "vacunarla" a esta Caperucita. Un abrazo. Carloscaro
19-08-2015 Jajajaa...siempre picarón e ingenioso, mi amigazo!!! Bravo. Un abrazo enorme! MujerDiosa
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