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A Laura le parecía que los sucesos de su vida se mezclaban, o resultaban confusos. Problemas de memoria, pensaba. A veces le venían a la cabeza cosas del pasado; por ejemplo: el beso que le había dado Carlos el primer día de clases porque ella estaba asustada.
¡Tonterías! dijo mientras se colaba sin ser vista dentro del club para hacerse de algunas latas de gaseosas arrojadas en los cubos de residuos.

En ese momento el partido de tenis llegaba a su fase final. Era imposible que Luis lograra revertir el resultado. Carlos era el mismo de siempre, y a pesar de su edad (casi cincuenta años) seguía demostrando que sus legendarios triunfos se debían a aquellos saques inolvidables y a ese revés que ninguno de sus amigos podía igualar.
Luis comprendió que era el momento de rendirse. Seguir el juego sin esforzarse demasiado sería lo más prudente. De esa manera el próximo rival lo encontraría en mejores condiciones.
Al terminar el partido saludó respetuosamente a su amigo y lo felicitó con sincera admiración.
-Te espero en el bar luego de ducharnos -le dijo Carlos.
Gustaban de encontrarse cada tanto, y no solo por el juego. También les interesaba conversar acerca de sus viajes, adquisiciones y logros.
Se sentaron junto a Jorge y Mario que los esperaban desde hacía unos minutos. Los cuatro se enfrascaron enseguida en una charla que los llevó a los habituales recuerdos.
-¿Te acordás cuando le decías a tu profesor que estabas dispuesto a entrenar seis horas por día? -le preguntó Jorge a Carlos.
- Sí, creo que pensó que estaba loco.
-¡Y lo estabas! ¡Cincuenta victorias consecutivas! Todo se puede con dedicación ¡no hay dudas!

Mientras ahondaban cada vez más en el pasado sintiéndose exitosos como en los días de juventud, una mujer mal vestida que arrastraba un carrito de supermercado provisto de todo tipo de elementos en desuso se detuvo a observarlos.

-¡He! Yo los conozco a ustedes. Los vi en la tele.
¡El de la gorrita azul! ¿No te acuerdas de mí?- gritó con entusiasmo.
Ellos la miraron con gesto de disgusto. Esa mujer mal entrazada no tenía nada que ver con ellos. Decidieron ignorarla.
-¡Carlos! ¡Con dedicación todo se logra! Me acuerdo que repetías esa frase, en la primaria. Soy Laura. ¿No me reconoces?

Él la recordó enseguida. Estaba muy cambiada: su cabello era gris, su rostro se veía demacrado y sin brillo. Pero las facciones eran las mismas; y sus ojos también.
Sin embargo contestó:
-Disculpe, señora, no la recuerdo.
Ella insistió un poco más y finalmente decidió continuar su camino.
Necesitaba seguir. El esfuerzo y la tenacidad eran fundamentales en la vida. Carlos era un claro ejemplo. Lástima que no se acordara de ella. Y bueno, el pobre había tenido una vida muy intensa; tal vez su memoria también comenzaba a fallar.

Texto agregado el 15-01-2016, y leído por 237 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
25-02-2016 Bien logrado... claras imajenes de un realista final.saludos caliyuga
16-01-2016 A veces pasa, y se siente uno después muy avergonzado consigo mismo, triste. Cinco aullidos Yar
16-01-2016 Qué triste!! el saludo y la sonrisa son gratuitas, si das amor es lo que recibes... excelente escrito, como siempre. Te abrazo dulcemente. gsap
15-01-2016 Personajes como Carlos abundan.Son seres despreciables.Un Abrazo. Gafer
15-01-2016 Excelente. Un retrato de como puede cambiarnos la vida. tuki
15-01-2016 Me gusta mucho tu relato. Me encantan estos cruces en los que algo incomoda hasta hacernos dudar de nuestros valores... Marcelo-Arrizabalaga
 
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