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- Tú trae la soga y yo buscaré la pala- le dijo Oliver a su esposa Irene. Oliver trajo su palita pequeña de jardinería e Irene, unos cables de plástico que sobraron de su ya extinto negocio de cabina de internet.

Cuando estaban a punto de meter el cuerpo en un costal, para cavar su tumba en un lugar donde nadie ha puesto un pie antes, cuando escucharon el timbre tocar. Ding dong

- Ve a ver quién es- le dijo Oliver a su esposa- Si es un vendedor o testigo de Jehová mándalo a la mierda.

Irene fue a abrir la puerta, no sin antes ponerse una chompa negra que cubría las manchas de sangre de su blusa blanca. Caminaba nerviosa . El timbre no dejaba de sonar. Debe de ser algún mocoso malcriado que no saber esperar, pensó.

Irene hizo un pequeño ensayo sobre que decirle:

- Mira niño si vuelves a tocar el timbre te romperé la cabeza con un martillo.

No, eso me haría lucir más sospechosa, pensó.

- Solo improvisaré.

Su visitante no dejaba de tocar el timbre. Irene hizo unos
cuantos ejercicios de respiración y abrió la puerta.

- Mira niño yo…- Irene se detuvo cuando vio a la mujer de cabello corto canoso y una mueca de disgusto en su arrugada boca.

- Hola suegra…- dijo Irene intentando suprimir su desagrado y rogando que no la haya escuchado.

- ¿Esa es tu forma de recibir a la gente?- le reprendió doña Inés.

- ¡No! Es que como tocaba el timbre demasiado pensé que era un niño haciendo bromas pesadas.

- Llevo esperando dos minutos a que me abras la puerta ¿Qué querías que hiciera?

Seguir esperando vieja.

Irene no respondió. Doña Inés revisaba la casa. La casa
era pequeña pero tenía dos pisos. Estaba pintada de un verde oliva que la hacía lucir deprimente y un par de niños hicieron un concurso de grafiti en la pared. El ganador fue: “El barrio es mío”.

- Hmmm ¿Con que este es el basurero que compró el inútil de mi hijo? – preguntó doña Inés mirando a Irene a los ojos intentando sonar autoritaria y atemorizante triunfando en las dos categorías.

- Bueno este basurero es de los dos. Yo también estoy contribuyendo con los pagos haciendo pasteles y vendiéndolos, además al inútil de mi marido lo han des…- Putamadre Irene que mierda estás hablando.

Doña Inés levantó una ceja y esbozó una sonrisa. Le gustaba mucho ver a su hijo fracasar. Quería carcajearse pero se contuvo al ver a la mujer despeinada, ojerosa y triste parada frente a ella.

- ¿Vas a dejarme pasar?

- No. Quiero decir…

- Por el amor a Dios- Doña Inés golpeó a Irene en la pierna con su bastón haciéndola caer. Luego entró.

Irene no dejaba de sobarse la pierna. La vieja sí que tenía mucha fuerza. Intentaba no maldecir y se contenía las lágrimas. Sus sueños de ser corredora profesional estaban frustrados para siempre.

Un silbido la alejó de sus pensamientos.

- El basurero se ve peor por dentro que por fuera- dijo la anciana con aires de crítica de interiores.

Se sentó en el sillón más cercano y llamó a Irene como si fuera su criada. Irene se puso de pie lo mejor que pudo y cojeó hacia ella.

- ¿Desea algo?

- Si, querida por favor tráeme una taza de té hirviendo por favor y una rebanada de ese pastel del cual tanto estabas alardeando- Doña Inés mostró sus dientes blancos en casi una perfecta sonrisa. Esto a Irene le daba ganas de vomitar.

- Ahorita mismo se lo traigo.

- Apúrate. Muero de hambre- ordenó doña Inés.

Mientras Irene preparaba los mandados Oliver se dirigía a la sala. También llevaba una chompa negra para taparse las manchas rojas de sangre. Temía lo peor.

El cuerpo ya estaba en el costal.

- ¿Quién era Irene? Te dije que si era un vendedor o un testigo de Jehová lo mandaras a la mierda.
Cuando vio a su madre solo atinó a decir:

- Mierda- dio un pequeño paso hacia atrás como si hubiera visto a un monstruo fantasma.

- Supongo que el mal recibimiento viene de pareja. Esa mujer te ha estado maleducando.

- ¿Dónde está Irene?

- En la cocina preparándome algo.

Oliver se dirigió a la cocina disculpándose con su madre.
Irene ya tenía el té, el azúcar y una rebanada de pastel de chocolate en una bandeja. Oliver entró, se acercó a Irene, puso el dedo en el fudge del pastel de chocolate y lo chupó.

- Es para tu madre

- ¿Y qué?- dijo Oliver mientras pasaba su dedo otra vez.

- ¿Por qué tu madre tiene tanto complejo de superioridad? La última vez que la vi vivía en una granja con su desdentado marido.

- Yo que sé. Ella se pasa la vida minimizando a los demás. Además no dejaba de mimar a Andy, mi hermano menor . No dejaba de decir que yo ya me había echado a perder.

- Tal vez si- dijo Irene burlonamente.

- ¡Oye!- respondió Oliver fingiendo indignación.

- Echado a perder o no me alegra haberme casado contigo- Irene le dio un beso que ambos deseaban que nunca acabase.

- Oigan. No estarán haciendo el amor ahí dentro. Tráiganme mi comida- Oliver e Irene volvieron a la realidad.

- ¿Qué pasó con el cuerpo del señor Paccini?- preguntó Irene levantando la bandeja.

- Ya está en el costal. Solo tenemos que deshacernos de la vieja ¿Tienes un plan?

- Solo digámosle que vamos a salir o algo así. Improvisemos.

- Peor es nada.

Los dos salieron de la cocina. Le sirvieron la merienda a doña Inés y una pequeña taza de café para el matrimonio Rebel. Lo necesitaban.

- ¿Cómo te está tratando la vida Oliver?- Preguntó su madre mientras comía un trozo de pastel- por lo que veo mal.

- Veras mamá; Irene y yo iremos al…

- Nos vamos al cine- completó Irene.

- Y pues…- Oliver no dejaba de sudar- queríamos decirte que…

El ruido de una lámpara se escuchaba desde el segundo piso. Todos los vellos de Oliver e Irene se pararon. La piel de gallina surgió.

- Ahora regreso- dijo Oliver. Se acercó al oído de su esposa y le dijo- deshazte de la vieja como sea.

Antes de que Irene pudiera preguntar “¿Cómo?”Oliver ya estaba en el segundo piso.

- Debí haber sido más estricta con él- Doña Inés soltó un bufido y comió la ultima rebanada de pastel.

Perfecto, una oportunidad.

Irene se puso de pie, cogió el plato vacio con migajas de Doña Inés, esbozó una pequeña sonrisa de satisfacción y le dijo:

- Voy a lavar esto. Ahorita vuelvo.

Ya en la cocina lo primero que hizo fue mojarse la cara como si estuviera en el baño ¿Como me voy a deshacer de esa vieja? Abrió el refrigerador, necesitaba algo dulce para calmarse. Vio la torta de chocolate casi en su totalidad.

Irene tenía una idea.

Cortó el pedazo más grande que pudo. Si doña Inés ve que Irene es demasiado cortes se largará de inmediato. No era un buen plan pero no se le ocurrió algo mejor.

Antes de poner su plan en acción escuchó que alguien bajaba por las escaleras. Seguramente era Oliver . Luego escuchó unas palabras: “Disculpe ¿Me podría prestar su teléfono?”

Esa no era la voz de Oliver.

Luego escuchó otros pasos que bajaban muy lentamente. Mientras la voz del señor Paccini seguía hablando. Doña Inés también habló:

- ¡Oliver! Baja inmediatamente- gritó la anciana y los pasos bajaron mucho más rápido.

Irene ya no quería salir de la cocina. Quería quedarse a vivir ahí el resto de su vida. Cosechar raíces y morir al lado del horno. Pero terminó saliendo con la pesada porción de torta en un plato pequeño.

El señor Paccini, con una marca roja (del martillazo que le dio Irene) y un ojo cerrado miraba a la señora Rebel y le dijo:

- Llamé a algunos amigos para que viniera a recogerme. Llegaran en cualquier momento- miró la rebanada de pastel- ese pastel se ve delicioso y con lo mucho que me gusta el chocolate, ¿Puedo? – preguntó .

Doña Inés reprendía a su hijo sin dejar de jalonearle las orejas.

- ¿Así te eduqué?

- Mamá tú ni siquiera…- intentó replicar Oliver.

- Responde a mi pregunta.

- No- respondió Oliver resignado.

- Te dije que esa mujer no te convendría- doña Inés se puso a llorar- mi hijo se volvió a echar a perder.

El señor Paccini dejó el plato a medio comer en la mesa. Puso su mano en el hombro de Doña Inés intentando consolarla.

- No se preocupe señorita- dijo el señor Paccini con su voz de cantante español- estoy seguro de que su hijo y su mujer solo están desesperados. Y no los culpo, yo puedo ser un poco estricto a la hora de cobrar.

“¿Estricto?”, quería gritar Irene, que fue a consolar a su marido. La semana pasada les envió dos cabezas de gatos con una nota que decía: “Esto les pasará si no me pagan”.

- ¿Cobrar? – preguntó Doña Inés.

- Verá mi trabajo es proveer prestamos a los clientes para que puedan cumplir sus sueños (de hecho mi empresa se llama “Cumpliendo sueños”) y cobrarles cada mes cortos intereses. Esta adorable pareja – dijo señalando a Oliver e Irene que observaban como se convertían en secundarios de su propia historia.- Aun me deben 15,000 soles. Solo vine a cobraserlos.

Ding dong

Antes de que el señor Paccini pudiera continuar alguien tocó el timbre. Doña Inés miró furiosa a Irene.

- No te quedes ahí parada. Ve a abrir la puerta- ordenó.

Irene obedeció sin más. Eran dos sujetos que lo primero que hicieron fue ordenarle que volviera con su esposo.

- Inés te presento a Gino y a Aldo.

Los dos sujetos la saludaron y se quedaron parados en la puerta impidieron de que nadie pudiera escapar y para reforzarlo también cerraron la puerta.

El señor Paccini se acercó a la asustada pareja que no dejaban de temblar y abrazarse.

- Usualmente yo cortaría en pequeños pedazos y se los enviaría a sus familiares y a amigos a las personas que me han hecho la cuarta parte de lo que ustedes me hicieron- Oliver e Irene estaban en las espaldas en la pared. Sabían que ya no podían hacer nada así que solo se limitaron a disculparse y a escuchar sus posibles formas de morir.

- Pero no lo haré. Simplemente porque esa bella dama- señala a Doña Inés- No quiero mortificarla ¿Saben algo? Les daré un mes para que me paguen lo que me deben ¿De acuerdo? – preguntó levantando la mano para cerrar el acuerdo. Oliver le dio la mano. Solo querían que se fueran para que puedan tener un tiempo de respiro.- Ustedes le deben la vida a esa bella dama. Piénselo- dicho esto se alejó de la pareja para encontrarse con doña Inés.

- ¿Qué te parece si vamos al cine?- le sugirió el señor Paccini a Inés.

- Me parece muy bien- respondió muy feliz la anciana.

- Me voy yendo señores Rebel- dijo el señor Paccini dirigiéndose a la pareja- no olviden que volveré en 15 días para que me paguen los 75,000 soles que me deben.

Los Rebel sentían que caían en un pozo de alquitrán del cual nunca saldrán. Irene intentó defenderse.

- Nosotros solo te debemos 15,000 soles.
Oliver buscaba apoyo en su madre. No lo encontró.

- Por favor hijo. Tú y la buena para nada de tu mujer tienen que aprender a aceptar las consecuencias de sus actos.

Después de ese consejo los cuatro personajes se fueron no sin antes dejarles una pequeña advertencia. Gino disparó a un cuadro colgado de la pareja feliz.

- Nos vemos en una semana- dijo el señor Paccini antes de dejar la casa. El matrimonio se quedó parado sin decir nada. Ninguno de los dos podía asimilar la situación al 100%. Irene abrazó a su marido llenando su chompa de lágrimas. Su marido hizo lo mismo.

- ¿Qué vamos a hacer?

- Vamos a hacer un viaje muy largo.

TERCER ACTO ALTERNATIVO

El señor Paccini consiguió salir del costal. Aun se sentía mareado. Estaba en el dormitorio del matrimonio Rebel. Vio una señal de salvación en forma de un celular cargándose encima de una mesita al lado de una lámpara.

Hizo una llamada que solo se resumió en una frase.

- Vengan de inmediato.

Al poner el celular en su lugar tiró, sin querer, la lámpara roja haciéndola añicos.

El sonido de los pasos subiendo las escaleras lo pusieron en guardia. El señor Paccini era un peleador aceptable pero la perra de la señora Rebel le golpeó en la cabeza con un martillo justo cuando estaba a punto de cortarle el dedo a su marido. Era una advertencia.

Cuando Oliver Rebel apareció el señor Paccini lo atacó. El mar de golpes atacaba en la cara del delgado Oliver, que se defendía como podía.

Irene servía una enorme rebanada de pastel de chocolate
cuando escuchó decir a doña Inés.

- ¿Qué está pasando ahí arriba?

Irene corrió y depositó el trozo de pastel encima de la mesa de doña Inés.

- Buen provecho. Disculpe por favor es que puede que hayan- lo pensó un rato- ratas.

- ¿Hay ratas en esta casa?- preguntó doña Inés asqueada.

Eso es.

- Claro- dijo Irene fingiendo terror- son como perros pequeños. Oliver está tratando de matar a una que está arriba.- miró el plato de pastel de chocolate- espero que lo disfrute. Ahorita regreso.

Si con eso no se va, esa vieja no es humana, pensó Irene. Le hubiera gustado ver su expresión cuando se vaya pero estaba más interesada en saber que está pasando arriba ¿No será qué…?

Cuando subió vio al señor Paccini moliendo a golpes a su marido. A ella le hubiera gustado tener su martillo en este momento.

El señor Paccini dejó a Oliver agonizar en el suelo y con solo verla se acercó a ella.

- Tú, pequeña zorra-dijo mientras le ahorcaba en el cuello y la agitaba como a una muñeca.

Fue el sonido de un disparo el que hizo detener al señor Paccini de asesinar a Irene. Soltó a su víctima y bajó por las escaleras.

- ¡Dios mío!- terminó gritando.

Irene ayudó a Oliver a levantarse y juntos bajaron por las escaleras . A pesar de que saben que en cualquier momento les meterán un balazo.

- ¿Mamá?- preguntó Oliver.

Dos tipos estaban hablando con el Paccini mientras un cuerpo estaba tirado en el suelo con sangre esparcida como un mini charco.

- Disculpa colega- dijo Aldo- es que se me resbaló el dedo.

- Además la vieja me amenazó con un cuchillo- dijo Gino.

El señor Paccini le dio una cachetada a los dos.

- Idiotas, era un cuchillo de mantequilla.

- Si…pero…- Aldo intentó justificarse. Apuntó con su arma a la pareja que levantó las manos- ¿los matamos para no dejar testigos?

El señor Paccini se rascó la barba mirando a sus futuros fiambres hasta que tomó una decisión.

- No- Ambos pistoleros bajaron sus armas- que se hundan en su propia mierda. Además estos me deben 75,000 soles.

- Un momento- dijo Oliver- nosotros solo te debemos 15,000 soles.

- Gastos médicos- el señor Paccini señaló una marca roja que dejó el martillazo de Irene. Se dirigió a sus pistoleros- vámonos.

- ¿No les cortará los dedos? – preguntó Aldo- le gusta mucho hacer eso. Es una estupenda advertencia.
El señor Paccini miró el cadáver de doña Inés que ya empezaba a ser un destino turístico para las moscas.

- No. Creo que ya aprendieron su lección, ¿Cierto?

Tanto Oliver como Irene asintieron como dos niños castigados .

- Volveré por los 100,000 dentro de un mes ¿Entendido?

Volvieron a asentir.

Con un risa burlona y ayudado por sus pistoleros el señor Paccini salió de la casa del matrimonio Rebel. En menos de dos minutos ya estaba en marcha.

- ¿Qué vamos a hacer ahora?- preguntó Irene

- Enterrar el cadáver de mi madre.

- Tienes razón, ya se está echando a perder.

Primero comenzó con una sonrisa en los labios de Oliver, luego se convirtió en una risa para luego pasar a la carcajada. Irene se contagió de la risa y empezó a reírse
de su propio chiste.

Ambos se estuvieron riendo por más de media hora. Realmente lo necesitaban. Oliver fue el primero en calmarse, se limpió unas cuantas lágrimas, respiró profundamente y le dijo a su mujer.

- Realmente tenemos que deshacernos del cadáver. Empieza a apestar.

- Tienes razón. Yo voy por la pala, tú trae el costal y unas cuerdas.

Texto agregado el 12-02-2016, y leído por 78 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-02-2016 La imaginación está ahí, funcionando maravillosamente; sólo falta la redacción; el gusto estético; corregir los errores. Escribiste s/e con una frescura y un humor barbaro, de locos. Bien amigo Pato-Guacalas
 
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