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No le bastó que él la llamara con nombres nuevos de ternura, con que sus suspiros la nombraran, con que él la llamara con los latidos de su corazón. Ella quería que su adorado la reconociera con un nombre que fuera tan bello como simple y sonoro y que representara la menudez de su cuerpo.

Sugirió "pequeña". Y el se sintió atemorizado. De inmediato le preguntó si había sido llamada así en tiempos pasados y ella, que percibía con dulzura todas las variaciones de si espíritu lo tranquilizo diciéndole que él sería el primero. Pero "pequeña" o "pequeñita mía", no le parecían tan bellos como otros que desconocía pero imaginaba y se dio a la tarea de inventar uno elegante, simple, sonoro, uno tan bello que la representara en toda su magnificencia, en toda su alegría y que dijera de su cuerpo delicado, de sus labios delgados, de su cabello maravilloso y de su sonrisa de niña hermosa y feliz.

Le pareció que "pequeña", como ella había sugerido, debería ser el comienzo y esencia de su camino y buscó en otros idiomas su equivalente, tratando de encontrar algo tan bello como su bella merecía y exigía.

De entre los grandes idiomas europeos el "piccolina" italiano le pareció bello y delicado, como le parecían todas las palabras del idioma de Collodi. Pero ella no se emocionó cuando escuchó la palabra.

El sonido del turco "küçük" le pareció acariciador, pero era difícil de pronunciar. La simplicidad del "mic" rumano le gustó, pero le faltaba la picardía y la poesía que juzgaba imprescindibles para describir la gracia de su niña hermosa. Continuó buscando y buscando traducciones en los idiomas más inverosímiles y se sorprendió cuando encontró el "se senyenyane" del lenguaje sesoto que mi siquiera sabía que existía y que le pareció tan exótico que su imaginación se dejó seducir por países de magia con mujeres envueltas de sedas de mil colores, donde todos los habitantes eran felices por la razón conmovedora de que hablaban un idioma bellísimo.

Cayó en la cuenta de que no había considerado su muy amado Esperanto. Desde los días de su juventud lo hablaba con la naturalidad que proporcionaba su lógica y su rara belleza, y se dejó llevar por la nostalgia de recuerdos de muchos países y de muchos amigos cuando recreó los deseos de su muy bella con palabras como "eta", "belulino", "amenda" o "blondulinet'" que hacían que se le humedecieran los ojos cuando venían a su mente las lecciones que le había enseñado a su "bela" y que los habían hecho muy felices. Fue durante esas lecciones cuando había podido ver en todo su esplendor la inteligencia y la modestia de su muñequita linda y rubia.

Pero le pareció que ningún idioma tenía la belleza que quería otorgar al nombre de su amada y empezó a vagar de idioma en idioma buscando la traducción requerida, más por la admiración y respeto que tenía por todos los idiomas y dialectos -aprendidas por el uso casi cotidiano de Esperanto-, que por haber conservado la esperanza de encontrar un nombre con la altura que requería su dama.

Pasaba de los idiomas de un continente a los de otro, con la misma curiosidad y gusto con que recorrió el mundo en su barco, y que le había hecho pensar que todo, todo en el mundo era admirable y bello, y que todos los seres humanos eran de verdad hermanos.

Para los muchos idiomas que tenían alfabetos desconocidos, inventó traducciones que le parecían bellas y adecuadas a su propósito de encontrar un nombre bellísimo en algún idioma que reemplazara al "pequeña" de su maravilloso español, que ya no encontraba tan rico y bello y que, ahora lo comprendía, era insuficiente para cantar a su preciosa de alegría eterna.

Se hallaba ensimismado explorando los idiomas de las islas del Pacífico, cuando encontró algo que lo dejó admirado. La palabra para pequeña en samoano era "la'itiiti". La encontró bella. La unión de las dos ies le daba un sabor y una gracia especiales. Sabía que a ella le iba a gustar y se la susurró al oído. Y los ojos de la siempre grácil se iluminaron. La acogió en seguida pero tuvo un reparo. Le parecía un poco, tan sólo un poco larga. Pero con la alegría de estar muy cercanos a su deseo la modificaron y lo que resulto los satisfizo por completo y les llenó el corazón. Cuando él le dijo yo te bautizo Tiiti, ella respondió con una sonrisa de gozo y sus ojos, brillantes, dejaron ver toda la luz de su interior.

Habían logrado su objetivo. Habían creado una palabra única y bella que la describiera. A ambos les fascinaba. Los dos la habían encontrado y era fruto de su esfuerzo mutuo, de su búsqueda, de su ingenio, pero sobre todo de su amor.

Tiiti, Tiiti, se repetían. Y mientras más la decían y más la escuchaban, más bella y adecuada les parecía. Cuando el la llamaba por su nuevo nombre, a los dos les parecía que en cada letra se representaba todo el azul de un océano esplendoroso. Sentían que cada vez que acentuaban la segunda i, se desprendían de sus corazones los atardeceres que envolvían con amor a las islas maravillosas de donde provenía el nombre mágico.

Les pareció que el nombre era la representación perfecta del amor. Y pensaron que si era tan bello, que si los había maravillado tanto, entonces podrían crear un idioma con sonidos más bellos que la luna llena, con el único propósito de abandonarse a la belleza de los sonidos para expresar su amor. No les importaba que no comprendieran el significado de las palabras. Eso les daría la libertad de traducir las frases del nuevo idioma con el contenido de sus corazones.

Y empezaron de inmediato a escribir en este nuevo idioma versos de amor: Tiiti na pua/ tel kana ti / seto da teli / den si pan. Cada palabra dicha tenía un único significado: nos amamos. Y a cada frase, a cada verso, el lenguaje del amor les parecía más bello, más significativo.

Y seguían: Ten kana, lu Tiiti / dela Tiiti no /. Se mia nu Tiiti? Lan de lu to...
Era la verbalización de sus corazones. No era necesario comprender el significado de las palabras. Bastaba sentirlas. Continuaron: Na pua, na pua! / en ti rina si! / Kan pu la Tiiti... / Kan pu na til...

Y entonces ella dijo: Tiiti se tua!!! El significado era claro. Tiiti es tuya.

Y esa frase simple, inventada en su idioma de besos e influenciada por las lenguas latinas resumió en tres palabras toda la aventura de buscar un nombre hermoso para ella: se pertenecían el uno al otro.

Así como se dejaron llevar por un juego que parecía de niños, se dejaron llevar de la vida hacía un amor desmesurado. Se adoraron. Vencieron todas las dificultades que la vida les trajo y algunas que crearon ellos mismos. Y nunca dejaron de amarse, ni siquiera cuando empezaban a olvidar el significado de Tiiti y los versos de encanto del idioma del amor, y fueron felices.

La palabra Tiiti fue la más querida de cuantas alguna vez usaron. Y la frase Tiiti se tua los acompañó durante toda la vida como una prueba inequívoca de que el amor es posible y de que la felicidad es tan sólo una elección que cualquiera, con sólo desearlo, puede apropiar a su vida cotidiana.

Texto agregado el 16-03-2016, y leído por 169 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-04-2016 Ruben no habia visto un cuento tuyo hace tiempo me alegra volver a leerte pues a través del cuento me siento ligada al pasado y al colegio gracias por todo lo dicho aleka3
16-03-2016 Un relato muy ingenioso, y rico en los léxicos utilizados . He concluido que la verdadera libertad de un amor auténtico reside en una entrega absoluta, ante la decodificación del lenguaje de los sentidos; ante la invención de juegos que no han perdido la esencia de nuestra infancia. Te felicito. JuliaFlorencia
16-03-2016 Ingeniosa la historia. Me gusto mucho el título. Felicitaciones. 5* dfabro
 
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