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12/03/2016
MOISES

Moisés era el médico de un pueblo pequeño y olvidado. Hombre culto y peculiar, a veces me parecía ver revolotear pajarillos alrededor de su cabeza, lejos de espantarlos, los alborotaba, y no sé si por el aburrimiento o por saciar esa curiosidad innata, se retaba continuamente con la vida.

Residía en la casa del médico, un caserón enorme destartalado, acompañado en exclusiva por un chucho que encontró en la calle, fiel hasta la humillación, pero libre, pues indefectiblemente todas las mañanas Moisés le abría la puerta y él pasaba el día suelto por el pueblo, volviendo a última hora de la noche a dormir o cuando el hambre le apretaba. Todo el mundo respetaba a su perro, pues como él me confesaba: ”era el perro del médico”.

Le gustaba desafiarse, no sè si por valorar la experiencia, porque se le apoderaba la monotonía o porque uno de esos pajarillos le picoteaba el cerebro. Uno de sus retos consistía en convertirse en lo que él denominaba “asceta rural”. El experimento consistía en sobrevivir con 100 pesetas al día, menos de un euro actual. Simpático, me aclaró, que en ese presupuesto no entraba la comida del perro, con gran ternura explicaba el amor y respeto por el can.

Gracioso me relataba el sufrimiento del inicio, que la hambruna autoingligida se “agarra al estómago como una garrapata”, y que adaptarse a las penurias no es un tema menor. Riendo ambos, me refería como alguna noche mordisqueaba a oscuras con fruición un coscurro del pan del perro, y que había aprendido de la experiencia que el hambre hacía que las noches fueran muy, muy largas, más que el desamor. ¿Sería por ello cierto el refrán: “las penas con pan son buenas”?. Coincidimos en que el amor está sobrevalorado.

Animoso, continuó diciendo que a los pocos días de menesteroso consiguió adaptarse, y tras tres semanas le aburrió el experimento, de modo que debía apretar las tuercas y hacerlo un poquito más difícil.

A esas alturas mis ojos no podían apartarse de los suyos y su expresividad. Animado continuó su relato:
No sabía si debido a la debilidad, o a un pequeño ictus cerebral, el caso es que una noche decidió que completaría el ejercicio de la austeridad convirtiéndose en un ermitaño. Ideó, adentrarse en una de las cuevas de la montaña cercana al pueblo, pensó práctico, que como estaba cerca y no desayunaba, le daría tiempo de llegar a la consulta a primera hora.
A la mañana siguiente cuando comió un poco de leche y unos mojones de pan, se rió de sí mismo y decidió que la locura nocturna no podía hacerse real, bastante daba que hablar a los del pueblo como para verlo viviendo como un anacoreta.

Mientras él relataba con aquellos ojillos avispados y verdosos semejante hazaña, yo reía desternillada alabándole su extravagancia. No lo creerán, pero el mundo se hizo una esfera, fuera de la cual una nebulosa cubría todo, y dentro, aparte de nuestra hilaridad nada la perturbaba, mi interés y regocijo le animaban a seguir contándome más locuras.

Otro día, esto es absolutamente cierto porque luego lo comprobé, para divertimento, se dedicó a hacer un sondeo estadístico en el bar del pueblo. Puedo imaginármelo con su pelo pajizo en la entrada, con la excusa de que era una encuesta que necesitaba para la Sanidad Pública, preguntando, con la formalidad que le caracterizaba cuando hacía una fechoría:

- fulanito, ¿es ud. es homosexual???
- y, ¿Cuántas veces practica el sexo a la semana?

He de explicar que ese era un pequeño pueblo perdido de la mano de Dios e inculto, los habitantes eran meros campesinos que apenas sabían de letras, algunos incluso analfabetos.
A ellos les sonaba rara la pregunta, pero algo de sexo debía ser… así que para hacerse los machotes, contestaban, ”faltaría más, yo homosexual de toda la vida…” o con risa burlona “eso ni dudarlo, madre mía… menudo soy yo en el catre… homosexual”, decía ufano otro vecino, y así fue contagiándose de unos a otros en el bar. Moises no se inmutaba y apuntaba sus respuestas en el folio que llevaba para disimular, aunque por dentro se moría de la risa.

De esa experiencia concluyó, que en su pueblo el 99% de los hombres eran homosexuales y practicaban sexo a diario.

Cuando finalizó el relato, creí desencajarme de la risa y a cada brote de carcajadas mío se explayaba:
-pues no veas el aguacil.. se echaba mano a la pitera y exclamaba ufano… “¿alguien tiene duda?!!!” todos se cachondeaban y Moises tuvo que poner orden diciendo : -Sres. que esto es serio, ¡es ciencia!, cuando por dentro sentía que se le dislocaba una costilla.

Compartíamos estudios de Psicología, él era muy estudioso, buen médico y muy querido por aquella humilde comunidad.

Pienso que estaba muy solo, y la soledad también procura travesuras….

Me extrañó que faltara a las prácticas aquella mañana, pero todavía me extraño más la llamada recibida un mes más tarde de parte del alcalde del pueblo. Esté me informó de que hacía veinte días que Moisés había desaparecido, nadie sabía nada de él, es como si se le hubiera tragado la tierra. Su familia estaba muy preocupada.
Yo desde luego le informé de la última visita y que desde entonces nada sabía él, y que me tuviera informada si había noticias nuevas.


EPÍLOGO:

Al cabo de seis meses recibí una carta con el siguiente texto que reproduzco literal:
“No quería hacerme trampas en el solitario. Soy el 1% que faltaba para el pleno, pero el mío es real.
Me he perdido ejerciendo de eremita en las cuevas de Waitomo, Nueva Zelanda. Solo dejo en España tu sonrisa fresca y conmovedora, seguro que también sabe ser cómplice, no me delates. Un beso. Moisés”.


Supe que su perro murió de pena.

Texto agregado el 16-03-2016, y leído por 140 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
16-03-2016 Me adhiero plenamente al comentario de Elisa Tab. Felicitaciones. -ZEPOL
16-03-2016 Es una historia fresca y conmovedora.me ha gustado mucho. Saludos. PiaYacuna
16-03-2016 Aplaudo tu relato, que me encantaría fuese real, lo único que lamento es la muerte del perro. ELISATAB
 
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