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La escala crujía con cada paso que daba, a medida que ascendía a la zona prohibida me preguntaba qué encontraría.
Cada peldaño gritó acusándome. Recordé que en otras oportunidades mi mamá me había impedido traspasar el dintel, pero hoy todo era posible, ella había salido y volvería tarde.
La puerta tenía una cerradura como esas que salen en los libros de cuentos: grande y vieja. Sólo una princesa la podría abrir o bien aquél que va en su rescate. Curiosamente la llave estaba puesta y me dijo: - gírame y descubre el secreto del altillo. Me temblaron las piernas cuando mi mano hizo dar vueltas a la llave y luego empujó la puerta, que crujió tan fuerte, que siempre creeré que la escuchó todo el barrio.
Mi pelo se erizó igual que el del gato de la Rosa, me costó respirar y mis ojos casi se salieron de mis órbitas, deseosos de desentrañar el misterio de la habitación. Un olor a recuerdos se metió por mi nariz y me hizo estornudar.
Con sólo dos pasos me abracé a la penumbra y los muros comenzaron a dibujar cosas extrañas. Luego todo comenzó a moverse y una tela de araña se pegó a mi rostro y tropecé con una caja grande, que derramó su contenido centenario por todas partes.
Me quedé quieta, como una estatua. Caminé nuevamente a tientas, como cuando se juega a la gallinita ciega, intentando encontrar el interruptor de la luz. Mi mamá siempre la enciende cuando sube, tiene que estar en alguna parte - repetía para mis adentros - pero mientras busco, un abrigo de piel se me sube por la espalda, su extraño olor me produce arcadas, como cuando tomo el jarabe para la tos.
Doy otro paso y un conejo se enreda con su cola en mi zapato derecho, salto y vuelo a una cuna, que meció a mi tatarabuela. El abrigo no quiere dejarme y el conejo se ha enamorado de mi zapato, he caído en una trampa mortal. Un paraguas se abre creyendo que llueve y una mecedora revive haciéndome gritar con todas mis fuerzas. Intento saltar hacia la escalera, pero un viejo reloj cúcú se interpone para cantarme una canción.
Una ruma de libros me hace una zancadilla y todos sus romances, aventuras y estudios científicos cortan mi carrera a la libertad, terminando de narices en un grueso tomo de filosofía. Me arrastro y trato de alejarme de esas hojas sabias, doy con la cabeza en un baúl, que se abre asustado y un sombrero emplumado reemplaza en mi cabeza al abrigo que se quedó entre los romances de los libros.
El caos se ha desatado tras mis pasos, mi garganta no para de emitir gritos de auxilio y una vieja bata de baño, apolillada pero tierna en su textura, me abraza para tranquilizarme y no lo logra. De pronto se hace la luz, como cuando nació el mundo y en la puerta el juez salvador: papá !
Extiende los brazos y yo corro hasta el refugio de su cuerpo, dejando atrás chinelas y acolchados viejos.
Con esa calma que sólo tienen los grandes cuando algo espantoso sucede, me abraza y a la vez me sacude...
- Gordita.... Despierte, es hora de ir al colegio.

Texto agregado el 03-01-2017, y leído por 125 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-01-2017 buen texto, a veces los sueños nos juegan esas trastadas seroma2
 
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