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Eran aquellos días luminosos de la infancia, de los plumieres de madera, de las pinturas Alpino con que jugábamos a ser mayores pintándonos las uñas y de la gomas de borrar de nata, que olían tan bien; de los juegos incesantes en la calle: la comba, la goma, el escondite, las chapas, los huesos...
Conocí a Charito en la escuela. Era una chica de una familia muy humilde del pueblo, que la maestra me había asignado, como más aventajada, para que la ayudara en el aprendizaje de las primeras letras y números. Desde entonces me convertí en una suerte de Pigmalión para ella.
Aún recuerdo las veces que tuve que preguntarle los versos que recitábamos para el día de la Primera Comunión.
Me viene a la memoria el delicioso olor de sus bocadillos de aceite con azúcar . Yo no vi en este manjar nunca un asomo de las necesidades que pasaba su familia, aunque mi madre me dio una pista que no supe interpretar cuando le solicité que yo quería un bocadillo como el de Charito para el recreo:
-¿Cómo te voy a dar eso?-me dijo, negándose en rotundo.
LLevaba a la escuela un abrigo de fibra ,de un material imposible, como plástico o espuma. Un día en que nos acercamos a la fuente en el recreo, se cayó al agua. Volvimos a la escuela, con Charito empapada, y la maestra la puso al lado de la estufa para que se secara.
Toda la chiquillería prorrumpió en sonoras carcajadas cuando Charito se dio la vuelta y vimos que su milagroso abrigo había encogido por la espalda hasta la altura de los hombros.
Más tarde yo me fui al colegio y no volví a verla, pues se fue del pueblo.
Me reencontré con ella hace cuatro años en una comida de antiguos alumnos, en que no nos separamos.
Me habló de algo que nunca me contó en la infancia y que yo nunca intuí:
-¡Qué hambre pasé de pequeña! Muchos días mi comida eran dos huevos que me daba la vecina.
Yo le recordé sus bocadillos de pan con aceite y el episodio de la fuente; pero no se acordaba.
La encontré muy guapa y le iba bien. Me confidenció que regentaba una administración de Lotería.
-Tú, ¿ a qué te dedicas?- me preguntó.
-Soy profesora-la informé.
Y vi cómo los recuerdos le iluminaban la mirada.

Texto agregado el 16-01-2017, y leído por 135 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
16-01-2017 Nostalgia. Eso es lo que hay en tu relato y la nostalgia, a veces, es buena para el alma y para la rutina. Una bonita historia... del ayer.+++++ crazymouse
16-01-2017 Bonita historia. Dicen que los amigos son como los dientes. Se van perdiendo con los años. Y si molestan arrancarlos. Jah!!. ***** grilo
16-01-2017 cuanto valor guardan esos recuerdos infantiles seroma2
16-01-2017 Un hermoso trabajo de remembranzas y encuentros con viejas amistades, historia muy bien desarrollada. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
 
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