Mi último amor me enseñó
que a veces la necesidad
romántica o sexoafectiva
es tan pesada
que una sola persona
no puede cargarla,
que el amor cuando se da
-lejos de menguar-
multiplica y se ancha,
que a veces el contra-tiempo
es una consecuencia
de latir contra él,
que muchas son las razones
que atraen a las personas
-como a cuerpos celestes-
hacia si mismas
y en contra (o a favor) de otras,
que el corazón es tan amplio,
y encajan tan bien
dos o tres amores
en sus diastólicas paredes...

Con mi último amor
aprendí también
que a veces querer no es suficiente,
que el deseo desborda
rompiendo la presa
e inundándolo todo al paso,
que la paciencia es huérfana
y una siempre se recompone
-mejor, mucho mejor-
después de romperse.

Pero la ruptura de mi último amor
fue el comienzo de un primero:
el amor a mi misma.

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