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Inicio / Cuenteros Locales / Curufmapu / Algunos le llamarían Fé

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Predicaba solo en las calles de veredas rotas o en los pasajes sin pavimentar, con su parlante a batería y su Biblia protestante.
Líder de una ínfima congregación con nombre mesiánico, se había autoimpuesto la misión de redimir al trozo de Babilonia sudaca en el que le había tocado nacer y donde desde niño había sido víctima silenciosa de los golpes de un padre borracho y sin credo y de demasiados inviernos en la pobreza, subsistiendo en una mediagua que prácticamente colgaba del cerro.
Con la autoridad de su mandato divino arengaba al medio día la palabra del Señor, sordo a las burlas de los niños que salían del colegio e indiferente al menosprecio de las voluntarias de la Parroquia, que a esa misma hora vendían ropa usada en el patio de la iglesia.
Cuatro días a la semana, cuatro estaciones del año, su voz amplificada ofrecía un paraíso de caricatura a los mansos y las penas del infierno a todo aquel que se alejara del rebaño, a todo aquel que osara desear más de las opciones permitidas. Las condenas, por cierto, eran más duras para las mujeres (pécoras por naturaleza) que como costillas de Adán debían obedecer sin cuestionamientos a sus maridos y parir a todos los hijos que Dios quisiera enviarles al mundo.
Durante años había entregado con valentía y vehemencia su mensaje a quienes querían y quienes no querían oírlo; a viva voz en las calles, casa por casa, a la salida de las botillerías clandestinas o de los boliches con maquinitas de juegos de azar. Pero su osadía cobró notoriedad el día en que, poseído por una especie de epifanía suicida, se le ocurrió instalarse a predicar la Palabra en el centro mismo del averno poblacional: la peligrosa y tristemente célebre esquina de las “transacciones”, la esquina donde jóvenes flaites y zorrones se encontraban en una ilusoria igualdad de condiciones y por algunos minutos eran socios comerciales, la esquina que los señores de verde preferían prudentemente ignorar porque estaba más allá del sentido del deber.
Aquel día se enfrentó finalmente a una prueba de fe.
-¡Así se alegrarán los que en ti se refugian y siempre cantarán jubilosos…
Antes de terminar siquiera el primer salmo, con pistola en mano y con un rosario de palabrotas que bien podrían haber derretido su Biblia, se le fue encima uno de los narcos dueños de la esquina y le apuntó a la sien.
- ¡Mándate a cambiar, awueonao, si no querí un hoyo en la caeza!”.
Por un instante pensó resistir y espetarle algún exorcismo para demonios locales, pensó que la fe mueve montañas, pensó que correspondía que una legión de ángeles fuera enviada a aquel punto de conflicto …pero el combo en la cara y la patada que rompió su parlante le dieron pruebas de que no contaba con ningún blindaje celestial. Salió de ahí a tiempo, adolorido pero no vencido. Había perdido solo una batalla, después de todo - como reflexionaría más tarde - Pastor que arranca, sirve para otra prédica.


(de "Relatos Breves del Chile no Turístico")

Texto agregado el 28-08-2017, y leído por 114 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
28-08-2017 Lo primero es lo primero. Salvar el pellejo ***** grilo
28-08-2017 jajaja asi no mas la cuestión.. pobre pastor. Un abrazo, sheisan
 
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