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La antigua casona familiar se mantenía en pie en su lucha contra el tiempo, como un gladiador que no se rinde, ni dobla, ni cae, sino para morir, se ve en sus erguidos muros las arrugas que imprime la vejez, que le da ese color mustio de los temporales a los edificios, como el rostro de algunos hombres que viven de continuo a la intemperie.

Su grandiosa portada se alza tan derecha, entera y altiva, como si quisiera ocultar a las miradas de los transeúntes el abandono y la ruina que tiene a sus espaldas, el cuerpo alto de la casa esta inhabitable a causa de las muchas goteras, en uno de los cuartos del piso bajo vive el hijo del que fue capataz con su innumerable familia, aunque no recibe salario sigue cuidando el viejo edificio por la ventaja de habitarla y no pagar alquiler; a la espalda de la casa está la parra que ha perdido los sostenes del emparrado, agarrándose a los hierros de una ventana para trepar sin miedo de la podadera, como una volatinera al tejado, mientras dejaba colgar algunas ramas que hacen sombra al nido de unas golondrinas, que agradecidas cantan con gran verbosidad maravillas de lejanas tierras, las malvas crecen por todas partes, ofreciendo sus buenos servicios como hermanas de la caridad, a quienes preguntaba el viento si lo querían y respondían moviendo sus ruborizadas cabezas diciendo que no, que no.

Pero lo más bello es el gracioso moral, aquel árbol magnifico encumbrado como un Rey, elevado y majestuoso como un patriarca, rico y prodigo, lozano y airoso, como un anciano hidalgo, está situado junto al pozo cuyo brocal ha caído por tierra, formando así caído un lecho solaz para la hiedra, cuyas ramas han trepado por el tronco del moral hasta enlazarse con las suyas, formando una espesa capa que oculta el nido de los pájaros, donde los gorriones se pelean sin reparo y con insolentes pitidos delante de los comedidos y finos palomos, que huían al tejado escandalizados, entre las matas pastaba silenciosa y grave una burra gris, sin cuidarse de las carreras y saltos con que gozaba a su lado su preciosa cría, en el brevísimo ocio concedido a este animal, inofensivo, manso, paciente.

Al ingresar a la casa está la sala toda empolvada, veo a los muebles muy deteriorados y en una de las esquinas encuentro, una antigua revista titulada “las astillas de un Collins” se agolpan en mi mente los recuerdos y como si el tiempo retrocediese observo a mi abuelo, con un machete Collins y nos relataba como su padre o sea mi bisabuelo, fue a luchar en las filas del taita Cáceres en la guerra del Pacifico contra los Chilenos, escucho su voz que dice:

“está bien templada la hoja, y así quede reducida al tamaño de un cuchillo siempre prestara un buen servicio”

Con el tiempo el abuelo compro un arado Collins, tenía dos manceras de hierro y timón de acero, y nos contaba lo que sabía sobre la fábrica y los artículos Collins diciendo:

“Los capitanes de barco Yankees que hacían viajes a los puertos centro y sudamericanos, allá por los años 1840 siendo ellos mercaderes tan honrados como astutos, traían a sus puertos cargamentos de mercancías en ese entonces preciosas, azúcar, melaza, tintes, maderas y especies, todo a cambio de los artículos manufacturados que daban comodidad a las gentes de esta parte del continente; para esto buscaban en los establecimientos de Hartford algo nuevo que añadir a sus existencias de productos, dieron con las brillantes hachas y herramientas Collins, ya famosas en aquel entonces por su filo agudo y perfecto equilibrio y manualidad, recordaban las penalidades que pasaron ellos antes de conocer los productos Collins, sus incursiones por las tierras vírgenes y las dificultades de atravesar la selva, las duras maderas que encontraban a su paso y las herramientas malas y primitivas, burdas hachas de acero malísimo y en muchos casos hechos de piedra, cosas que no sucedía con las hachas, cuchillos, machetes, cada herramienta Collins que llevaron consigo fue codiciada por todos, así de este comienzo modesto Collins fue creciendo, su símbolo el puño cerrado emergiendo de la corona, fue considerada una herramienta de calidad, cuentan que en 1862 Collins producía 1400 piezas diarias, en 1868 se fabricó 2400 diarios, después 10,000 su nombre fue sinónimo de excelencia y estaba situado en Collinsville E.U.A

Texto agregado el 19-09-2017, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


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