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El gato era medio silvestre y hacía casi dos años que, para mí, lo había sido del todo. Sólo desde dos semanas atrás o tres había recobrado el contacto. Entre los animales domésticos tenía también un ratón.
El ratón, sin embargo, más tímido, hacían unos días que no se aparecía.
Con el gato por allí merodeando había concebido la esperanza de que emigrara, al menos, el roedor; pero como tampoco era demasiado molesto ya casi no me estorbaba; viviendo roedor, gato y el que escribe en perfecta armonía. Me pregunto si existen las armonías imperfectas, pero parece que viene rodado escribirlo así. De cualquier manera quiero decir que no me importunaba ni nada que hubiera más ratón que el del ordenador por allí existiendo. Aquella gata que parecía que había inspirado la de piolín, andaba por aquel reino de los corrales cinco o seis años- de que yo tuviera constancia. En una ocasión, por descuido, se quedó encerrada dentro de la casa y saltó hacia la calle por una ventana que andaba medio rota y que como consecuencia acabó estándola por entero.
La zona de los corrales, como quiera que refrentaran ya prácticamente con el campo, era medio selvática y entre sus sombras había lagartijas, gatos, salamanquesas y otra fauna más menuda que encontraban por aquellos lares acomodo. También habitaban más volátiles que en otras zonas, creo yo que al socaire de los insectos que pululaban en torno a un par de higueras que daban sombra e higos y que allí estaban dispuestas.
No había probado un caldo que me había sobrado de una lata de perdiz escabechada, que me había despachado, y es que como había ya quedado claro, a los felinos no les gustaba el vinagre. Los roedores eran menos escrupulosos con las ingestas, habiéndose registrado casos de supervivencia a dosis dadas de preparados de veneno.
La gata había dado un par de lamidas al caldo y lo había rechazado, con lo que, de paso, me había frustrado a mí la cena con aquel rico adobo.
En fin, me tendría que sobreponer a la pérdida, habiendo aprendido algo del episodio.
La presencia del felino daba mucha compañía. Producía cierta alegría que confiara en uno tal animal medio selvático. Se ve que el animal no era enteramente salvaje pues demostraba con su comportamiento que había tenido trato de gente.
La gata era la dueña de aquel mundo de tejados, que debiera ser suficiente para su sustento, pues no daba ninguna muestra de estar pasando hambre, sino todo lo contrario, exhibiendo un pelaje brillante y límpido.
Una vez, creo recordar, escogió un hueco de la pared, que había sido antaño del basurero, como gatera. Se ve que toda aquella descendencia había emigrado a vecinas zonas o desaparecido, pues por aquella contorna no hubo más desarrollo que el de la gata blanca y negra.
Aquel barrio debía ser el último que conservara las esencias tradicionales del pueblo al estar recogido y no haber sido muy transitado por los automóviles- que recorrían mejor la calle vecina que era más ancha y no tenía maniobra. Quizá ello determinaba cierto contacto vecinal, pues la conversación no decaía por la molestia constante de dejar paso a un coche. Parecerá un asunto baladí pero en ello basaba uno la teoría. No obstante, el tiempo, todo lo cambia, y posiblemente fuera flor de un día.
Aquella vecinal calle era conocida por la calle de la Virgen, así en mayúsculas, pero en rigor era sólo calle virgen. A fuerza de repetirlo se había convertido en la de la madre de Cristo, aunque, en rigor- decimos-, el cartel no dejaba sombra de duda al respecto. Y era que vendría la cosa por haber estado semivacía cuando la denominación, o recibía tal nombre por el vecindario de los alrededores al haberse ido poblando paulatinamente. Ya se dijo que sus corrales refrentaban prácticamente con el campo. No obstante, ello era en tiempos- como hacía treinta años- pues también paulatinamente el pueblo había ido creciendo por aquel extremo y hoy, en realidad, el campo quedaba un poco más lejos.
Por los años que refiero, estaba poblada de chiquillería, habiéndose hoy quedado como un lugar de viejos. También ayuda, quizá, a la impresión, el tránsito vehicular, que difiere a la infancia puertas adentro. En la plaza aledaña se ven últimamente ajetreos futbolísticos. Parece, de alguna manera, que se ha recuperado el impulso juvenil, al menos en esta forma que refiero balompédica. La infancia con todo y en general ha perdido sociabilidad vecinal en relación proporcional al tránsito a motor que ha hecho peligrosas las calles. Lo que se ha ganado en acero veremos por qué resorte se pierde.
La gente quiere tener coche y los chicos adentro, antes que ir andando. Da la impresión de que hubiera sobrevenido un repentino impulso de clase. No es uno sociólogo como para dar con la razón del evento, pero el fenómeno es apreciable. También se pierde, con la costumbre de no ir andando, el beneficio que el ejercicio proporciona, aunque, evidentemente, se recorran menos distancias. Es, por tanto, una razón aparencial, una ilusión óptica.

Texto agregado el 20-11-2017, y leído por 62 visitantes. (0 votos)


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