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De haber podido hubiera reusado hacerlo. ¿Para qué cambiar? Era de los de dormir y guardar la era, y asumía las consecuencias de sus actos. Un día se profesó amor eterno e invitó a la boda a familiares y amigos. Habló a los postres y, emocionado, expuso la razón fundamental de tan insólita experiencia:

- Jamás encontraré amor más intenso. Solo el amor que uno se ofrece, es tan enriquecedor y sereno.

Sin embargo, la iniciativa revolucionaria- narcisista para algunos, para otros de un egoísmo enfermizo- topaba con el culto a lo tradicional y sentimentalmente pulposo. Justo después de que sonaran las campanadas con las que se despide el año, urdía lo necesario para llegar al 14 de febrero sin olvidarse de nada. Siempre se sintió detallista y no ahorraba en ceremonias. Durante los cinco años de matrimonio consigo mismo había dispuesto para tal fecha todo tipo de agasajos: viajes, gastronomía, espectáculos, ropa, tecnología… Más, en consonancia con lo que siempre quiso de sí, por complicidad y respeto, al tiempo que sus conocidos iniciaban una nueva ronda de visitas al gimnasio, buscó una escuela de yoga para refinarse. Es cierto que las condiciones en las que se practica una disciplina así conllevan la aceptación de principios filosóficos cuya antigüedad no ha menoscabado sus esencias. Pero él quería, simplemente, llegar a ser más flexible. Mucho más.

Un mes y medio de duro trabajo después, estaba listo.

Ya en su casa, acabada la jornada de trabajo, limpió su cuerpo bajo la ducha, tomó un largo baño a continuación y se relajó entre aromas y aceites.

En el dormitorio, prendió velas y, antes de tenderse sobre la esterilla que empleaba para sus entrenamientos, se miró en el espejo del armario ropero.

¿Acaso no se conocía?

Regresó a su cuidado y puso su espalda contra la superficie rutinaria. Los brazos estirados a ambos lados del cuerpo. Las palmas de las manos apoyadas sobre la horizontal… Levanta, entonces, sus piernas, hasta formar con el resto de su cuerpo un ángulo de noventa grados. Enseguida, y lentamente, lleva sus extremidades inferiores hacia atrás, de tal forma que su cadera se desplaza hacia el techo y termina por plantar sus pies más allá de su cabeza. En esa postura, que ya domina, su pene, a media erección, es accesible desde su boca.

Antes de ingresar el glande en la cavidad anhelante, utiliza la lengua, como si se retara a sí mismo, probando, humedeciendo la superficie aterciopelada de la cabeza de su ariete. Pero no tiene mucha paciencia, lleva hasta su paladar el tronco excitado del que va a extraer la simiente blanquecina que, en otras ocasiones derramó sobre sus manos, que extendió sobre su vientre.

Unos minutos más tarde, deshace la postura, aún con el esperma contenido por la decidida barrera de sus labios, y saborea aquello de lo que se ha surtido sin prisas, fascinado al ser consciente de la ocasión más romántica y excitante de su vida.

Lo repetirá.

Texto agregado el 22-03-2018, y leído por 42 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-03-2018 Fue divertido. ino
 
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