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Periquín Estrella es el perico más valiente que he conocido jamás. Como todos mis amigos chaparritos, Periquín compensaba lo pequeño de su cuerpo con un corazón muy grande. Nada le daba miedo y estaba dispuesto a todo por ayudar a un amigo.

Pero déjenme contarles un poco de la historia de Periquín Estrella para que puedan entender mejor lo que les voy a platicar.

Él a diferencia de su familia, no nació en la selva, nació en la ciudad, Periquín Estrella es un perico de ciudad, por este motivo no entendía muchas de las cosas que hacían sus papás. Periquín Estrella no comprendía por qué sus papás tenían que volar todos los días tan lejos; allá donde se acaba la ciudad y empiezan los árboles, para encontrar los frutos y las semillas que a ellos tanto les gusta comer. Periquín prefería pararse sobre una banca del parque donde vivían y esperar a que uno de los monos multicolores le regalara una banana, una naranja, una manzana o cualquiera otra cosa deliciosa.

¿Monos Multicolores?, se preguntarán ¿Qué son los monos multicolores?

La familia de Periquín Estrella había llegado a la ciudad hace tres años llevados por los vientos de una gran tormenta que azotó a la selva donde tenían su hogar. Su mamá Lora Luna, su papá Perico Verde; su hermano Loro Banana y su hermana mayor Cotorra Tormenta habían nacido en la selva, pero como ya les había dicho, fueron arrastrados por la tormenta hasta llegar a la ciudad. En la selva no había personas, pero si había monos. Por eso cuando la familia conoció a las personas los empezaron a llamar monos, porque se parecían a los changos que vivían en la selva, y les decían monos multicolores porque pensaban que el color de las ropas de las personas era el color de su piel. Ellos veían monos amarillos, monos rojos, monos blancos, monos verde con rojo, monos de muchos colores.

Como ya se habrán dado cuenta, los pericos no son muy ingeniosos al momento de nombrar a sus hijos, los nombres están formados en primer lugar con el nombre de su especie: Loro, perico, cotorro, guacamayo, etc. El segundo nombre está relacionado con algo que sucedió o algo que vieron al momento del nacimiento y en ocasiones con alguna característica del cuerpo del recién nacido. Su papá se llamaba Perico Verde ¿Por qué?, porque… porque yo creo que el abuelo no era muy listo y simplemente lo nombró por lo que vio, un perico verde. Su mamá en cambio se llama Lora Luna, en primer lugar porque Lora es el femenino de Loro y en segundo lugar porque la noche en que ella nació brillaba una hermosa luna llena en la selva, así que su mamá la nombró Lora Luna. En el caso de nuestro héroe, él fue nombrado Periquín Estrella porque nació muy pequeñito. Tan pequeño que su papá tuvo que robarle a un mono multicolor una cáscara roja que usaba en la cabeza (En realidad era una gorra, pero los pericos no saben nada de ropa) para poder hacer un nido donde Periquín pudiera estar a gusto y no ser aplastado por sus hermanos.

Su segundo nombre, Estrella, no se lo pusieron por haber visto una hermosa estrella cuando él nació, en la ciudad casi no se pueden ver las estrellas. El nombre se lo puso su odiosa hermana Cotorra Tormenta, porque cundo vio al recién nacido empezó a gritar:

--- GUAC, GUAC, La mancha que tiene el bebé en la cabeza parece una estrella.

--- GUAC, GUAC, Parece una estrella.

Periquín había nacido con una mancha amarilla en la cabeza, y era cierto, la mancha en su cabeza parecía una estrella. Así fue como nuestro amigo, Periquín Estrella, el primer perico de la familia nacido en la ciudad, obtuvo su nombre.

Bueno, ya les he contado un poco de la historia de Periquín Estrella y su familia, ahora sí, déjenme platicarles como conocí a Periquín.

Así como la familia de Periquín había llegado a la ciudad por los vientos de una tormenta, así le sucedió a nuestra familia. Otro tipo de tormenta nos hizo mudarnos a la ciudad donde nació mi padre. Resulta que un día, de repente y sin aviso, mi papá se quedó sin trabajo. Él es un hombre muy bueno y muy trabajador, pero ya no es ningún jovencito. Papá conoció a mamá cuando tenía treinta y cinco años, dos años que anduvieron de novios, un año que se pelearon, otro año en que se contentaron y otro más en lo que se casaron, total que mi papá se casó con mamá a los cuarenta años. Yo nací al año siguiente, así que mi papá tuvo a su primer hijo, o sea yo, a los cuarenta y un años. Cuando perdió el trabajo yo tenía ocho años, casi nueve.

Por más que lo intentó, no pudo conseguir otro trabajo. Yo creo que cuando tienes cuarenta y nueve años como él, la gente piensa que ya no sirves para trabajar. Por este motivo tuvimos que viajar a casa del abuelo, en una pequeña ciudad cerca del mar, donde mi papá le ayudaría al abuelo con su tienda.

Cuando empezó la escuela, yo no conocía a nadie y ningún niño quiso ser mi amigo, por eso en el recreo me senté solo, muy solito, en una banca a comer mi lonche. Yo veía a los otros niños jugar futbol, voto, a las escondidas o sentarse en grupo a comer su lonche, todos muy contentos, todos muy felices, menos yo.

Por si eso no fuera suficiente para ponerme triste, dos niños; uno muy gordo con cabeza de balón y otro muy pequeñito, pero muy enojón, me dijeron que yo debería darles mi lonche y que si no lo hacía me pegarían y que tirarían mis libros en un charco de agua sucia. Como no quise darles mi lonche y me fui corriendo para el salón, ellos me persiguieron y el niño gordo con cabeza de balón me pegó en la panza con la mano cerrada. Eso me dolió, pero no me dolió tanto como ver al chaparrito que sacó mis libros del banco y los arrojó al charco de lodo que está en el patio.

El golpe me lo podía aguantar y no decir nada, pero ¿Cómo explicarle a mis papás que mis libros recién comprados, estaban todos sucios y mojados?

Eso me puso muy triste y lloré, lloré y lloré por el resto del recreo; lloré y lloré durante las clases después del recreo, lloré y lloré hasta la salida. La maestra se enojó conmigo porque no me podía calmar y los niños se reían y se burlaban de mí, pero a mí eso no me importaba yo lloraba y estaba muy triste porque sabía que mi papá se iba a preocupar, ya que no teníamos dinero para comprar unos libros nuevos.

Cuando llegué a la casa, me hice el enfermo, no me senté a comer y me fui a acostar a mi cuarto. Mi mamá subió a mi recámara para ver que me pasaba y encontró escondidos en un rincón, debajo de mi uniforme, mis libros mojados y cubiertos de lodo. Cuando me preguntó qué había pasado, yo me asusté y en lugar de decirle la verdad le inventé que un perro muy grande que me quería comer, me persiguió al salir de la escuela; corrí, corrí y corrí hasta que me tropecé en un charco y se me mojaron los libros.

Mi mamá me abrazó y con su voz que usaba para arrullarme cuando era bebé, me consoló y me dijo que no me preocupara, que desde mañana le pediría a la abuela que me recogiera en la escuela al salir de clases. Yo me sentía muy mal, por decirle una mentira a mi mamá y por hacer que la abuela, que ya está muy viejita y batalla para caminar, tuviera que recogerme en la escuela. Me sentía muy triste por engañar a las personas que más quería en el mundo y lloré, lloré y lloré, abrazado de mi mamá hasta quedarme dormido.

A la mañana siguiente no quería ir a la escuela, me quedé en la cama y pensé en decir otra mentira; que estaba enfermo, que me dolía la cabeza, que tenía tos, que no podía caminar.

Como no bajé a desayunar, mi mamá subió a mi habitación y antes de que yo pudiera decir nada, ella con voz como de maestra enojada, me dijo:

--- Jovencito, ¿Por qué no ha bajado a desayunar? ¿Acaso cree que hoy es domingo?

Y sin darme tiempo a responder; me puso la mano en la frente, me hizo sacar la lengua y me miró muy bien el blanco de los ojos, al finalizar concluyó:

--- Usted no tiene nada, vístase que va a llegar tarde a la escuela.

Me asusté tanto con la voz de mi mamá, que rápidamente me vestí. Lo malo fue que por las prisas se me olvidó ponerme un calcetín y así me fui a la escuela, con un solo calcetín. Claro está que cuando llegué al colegio todos los niños me señalaban y se reían de mí.

--- Ja, ja, ja. Solo tiene un calcetín. Su papá es tan pobre que no le puede comprar dos.

Apenas era el segundo día de clases y todos los niños de todos los salones se burlaban nuevamente de mí.

No lloré, porque ya me había cansado de tanto llorar, ya sé que ustedes creen que soy un llorón chiflado, pero en mi otra casa yo no era así, yo era un niño alegre, me gustaba ir a la escuela y no le decía mentiras a mi mamá. Desde que llegamos a la casa del abuelo yo me sentía muy triste, porque veía triste a mi papá y a mi mamá la veía muy preocupada siempre por que el dinero no alcanzaba para nada, bueno eso es lo que ella siempre decía. Aquí yo no tenía amigos y la escuela ya no me gustaba.

Como no tuve tiempo de desayunar, a media mañana ya tenía mucha hambre. Mi mamá me había mandado de lonche una torta de jamón, un jugo y una naranja. Yo sabía que si me veían los dos niños malos; el gordo cabeza de balón, que después supe que le decían Pepón y el chaparrito enojón que se llama Héctor Bueno, que de bueno no tenía nada y debería llamarse Héctor Malo, me iban a quitar el lonche, así que cuando sonó la campana del recreo, corrí con todas mis fuerzas para esconderme junto al árbol caído que está atrás del patio de las porterías. Cansado pero contento de que nadie me haya perseguido, me recargué en el tronco del árbol y saqué mi comida de la lonchera. Cuando ya estaba tranquilo comiéndome mi torta, una vocecita atrás de mí dijo:

--- Dame naranja.

--- Dame naranja.

Yo asustado pensando que eran los niños malos, casi me ahogo con la torta. Nuevamente la vocecita dijo:

--- Dame naranja.

--- Naranja.

Sorprendido, bajé la mirada y ahí lo encontré.

Parado sobre una roca, un pequeño periquito verde, con una mancha amarilla en la cabeza, que si te fijabas bien, parecía una estrella, me miraba fijamente, moviendo su cabecita de un lado a otro, como queriendo saber si yo era bueno o era malo. A mí me dio mucha risa ver a un perico tan chiquito pedirme de mi naranja, pelé la naranja y le di un gajo, él con su patita izquierda la agarró y me dijo:

--- Dámela toda.

Yo no podía parar de reírme, le entregué toda la naranja y el periquito se la empezó a comer mientras me seguía viendo muy fijamente.

Cuando sonó la campana para regresar a clases, yo me levanté, recogí las cáscaras y las guardé en mi lonchera.
Le dije:

--Adiós periquito.

Y él me contestó:

--Me llamo Periquín Estrella, ¿Y tú cómo te llamas?

-- Juan Carlos, pero todos me dicen Juanito

El me respondió a manera de despedida:

--Mañana me traes manzana.

Yo no sé mucho de pericos, pero por lo que he visto en Youtube y en la televisión, los pericos solo repiten palabras, no pueden platicar contigo.

Muy sorprendido le respondí:

--¿Qué dijiste?

Y el perico contestó

--Que mañana quiero manzana.

Ese día no lloré nada, aunque unos niños se quisieron burlar de mí y el gordo y el chaparrito me hacían señas con las manos como diciéndome que me iban a pegar, yo no les hice caso. Solo pensaba en el periquito, me gustó mucho poder hablar con alguien aunque fuera un pájaro que quería comerse mi lonche.

A la salida tan pronto sonó la campana, me fui corriendo a la casa, hasta se me olvidó que mi abuela iba a pasar por mí a la salida, me la topé en el parque cuando apenas iba la pobre a recogerme.

Pasé a su lado corriendo a toda velocidad y le grité:

--Te veo en la casa.

Mi pobre abuelita apenas y pudo reaccionar, se quedó parada viéndome como me alejaba rumbo a la casa y solo pudo hacerme una seña con la mano, como diciéndome “Espérame”. No corría porque tuviera miedo de Pepón o de Héctor Malo, corría porque quería llegar rápido a la casa para pedirle al abuelo que me regalara una manzana para el perico.

Cuando llegué a la casa, dejé mi mochila y fui a la tienda del abuelo, que estaba a un lado de nuestra casa. Lo encontré subido en la escalera acomodando latas de sopa, le dije:

--Abuelo, ¿Me puedes regalar una manzana para llevar a mi escuela mañana?

--¿Tú mamá no te pone lonche? –Me respondió intrigado.

--No, es que la quiero para… y como se me hizo que mi abuelo no me iba a querer dar la manzana para darle de comer a un pájaro, le dije:

--Es para un amigo.

Mi abuelo se puso muy contento, sonriendo bajó de la escalera y con mucho cuidado escogió las dos mejores manzanas que había en la tienda.

--Una para ti y una para tu amigo.

Puso las manzanas en una bolsa de papel y me las entregó, mientras que con la otra mano me daba palmaditas en la espalda.

--Me da mucho gusto que ya tengas amigos.

Yo le di las gracias y me fui a casa para comer.

No quise decirle lo del perico, porque no quería que pensara que soy un niño raro, sin amigos, que en todo el día solo habla con un perico. Por eso mejor me callé, para no decirle una mentira, mejor no le dije nada.
Cuando salí de la tienda me encontré con la abuela, que toda sudada apenas venía llegando del parque donde me la topé.

--Ay mijito ¿Por qué no me esperaste? –Me dijo con voz como de enferma.

Como tampoco quería contarle a la abuela lo del perico, para que no pensara que estaba loco, mejor le dije.

--Es que me estaba haciendo pipí.

Después de comer y hacer la tarea, toda la tarde me la pasé buscando en internet información sobre los pericos.
Aprendí que hay muchos tipos de pericos, de diferentes tamaños y colores, pero que ningún perico puede mantener una conversación, solo repiten los sonidos y palabras que escuchan de sus dueños.

Me quedé pensando que tal vez alguien me hizo una broma, que se escondió y él fue el que dijo las palabras que yo creí que había dicho el perico. Eso me puso triste, en la noche me quedé pensando si sería una broma o si en verdad el perico hablaba.

En la mañana cuando ya me estaba preparando para ir a la escuela, estaba un poco triste porque pensaba que si era una broma, los niños se iban a reír de mí otra vez, por eso dejé la bolsa con las manzanas sobre la mesa y me fui a la escuela. Apenas había caminado una cuadra, cuando mi abuelo me alcanzó agitado por el esfuerzo de haber corrido hasta donde yo estaba, con voz como de perro viejo, me dijo:

--Se te olvidaron las manzanas.

Le di las gracias, el me dio un beso en el cachete y me dijo:

--Salúdame a tu amigo.

Mientras caminaba rumbo a la escuela, me quedé pensando, si lo del perico era una broma y los niños se reían de mí, no iba a llorar; también pensé que si les daba las manzanas a Pepón y al chaparrito Héctor Malo tal vez no me pegaran.

Cuando iba a entrar a la escuela, el periquito se paró en mi hombro y me dijo:

--¿Trajiste manzana?

Yo volteé para todos lados, para ver si no había alguien escondido haciendo la voz del perico, pero no había nadie cerca.

El periquito me volvió a preguntar.

--¿Trajiste manzana?

Yo le dije que sí y le enseñe la bolsa con las dos manzanas.
El periquito las vio y alzó el vuelo al momento que me decía:

--Te veo en el árbol.

Cuando iba entrando al salón, Pepón y Héctor Malo estaban esperándome en mi banco, vieron la bolsa de papel y preguntaron:

--¿Qué tienes ahí?

--Unas manzanas.

--¡Dánoslas!

Yo tenía miedo de que me pegaran, pero también me estaba cansando de esos niños malos. Cerré los ojos, apreté los puños y les respondí:

--¡No!, no les doy nada, son para mi amigo.

Ellos al principio se sorprendieron por mi reacción, pero después se empezaron a burlar de mí diciendo:

--¡Tú no tienes amigos!

--¡Nadie habla contigo! Porque les dijimos a todos que el que quiera ser tu amigo, le vamos a pegar.

Ahora el sorprendido era yo, eso me dio mucho coraje y mucha tristeza también, porque yo creía que los otros niños no me querían, pero eran estos dos malvados los que hicieron que nadie me hablara, ni se juntara conmigo. Me dieron muchas ganas de llorar, pero me aguanté. Solo una lágrima se me escapó.

Ya no quería tenerles miedo, yo quería tener amigos. Apreté los puños y cuando ya estaba listo para pelear, entró la maestra y tuvimos que sentarnos en nuestros lugares. Durante toda la mañana, Pepón y Héctor Malo me estuvieron haciendo señas de que me iban a pegar, también se pasaban un dedo por el cuello, como diciendo que me iban a matar.

Yo estaba muy nervioso, no podía poner atención, solo pensaba en cómo me iba a librar de la golpiza; tan distraído estaba que cuando la maestra me preguntó ¿Cuánto es ocho por cinco? Yo respondí: Calcetines. Todos se rieron y la maestra se enojó mucho, me dijo que me iba a poner un cinco por hacerme el payaso.

A mí eso no me importó, yo solo estaba pensando que ya no tenía miedo, que si me tenía que pelear con esos niños tan malos para que me dejaran en paz, pues ni modo, me peleaba.

Cuando sonó el timbre del recreo, corrí al patio de las porterías, donde está el árbol caído. No porque tuviera miedo y me quisiera esconder, corrí porque quería entregarle la manzana al perico, antes de que me peleara con los niños malos. El problema fue que Pepón y Héctor Malo me vieron salir corriendo, pensaron que me quería escapar y me siguieron.

Cuando le estaba dando la manzana a Periquín Estrella, me dijo:

--Hay un mono gordo con cabeza de coco y otro chiquito con cara de malo detrás de ti.

Yo al ver que me habían alcanzado, todavía con la otra manzana en la mano me volteé para enfrentarlos. Pepón al ver la manzana me la arrebató de la mano, diciendo:

--¡Presta! Tú ya no la vas a necesitar.

Periquín al ver esto, le gritó a Pepón:

--¡Deja la manzana de mi amigo!

El chaparrito, Héctor Malo, se empezó a reír.

--Ja,ja,já. Su único amigo es un perico.

Yo me preparé a pelear con ellos, cerré los puños y alcé los brazos al frente, como lo hacen en las películas; la verdad es que yo nunca me había peleado y no estaba seguro en qué hacer o cómo empezar.

En eso estaba, pensando cómo hacerle, cuando Pepón me dio un golpe muy fuerte en la panza con la mano cerrada y cuando estaba cayendo al piso me alcanzó a dar otro golpe en la cara. Yo caí de pompas al suelo, lo que me permitió ver a Periquín Estrella gritando con una voz como de loco:

--¡Deja a mi amigo!

Se lanzó volando como un águila y le empezó a dar de picotazos a Pepón. Quien asustado corriendo en círculos y cubriendo su cabeza con los brazos, gritaba:

--¡Quítamelo!, ¡Quítamelo!

Héctor Malo agarró un palo y trató de pegarle a Periquín, que seguía dándole picotazos a Pepón. En el primer intento le pegó a Pepón en la cabeza.

Los otros niños que nos habían seguido, formaron un círculo alrededor de nosotros. Cuando vieron que el chaparrito le pegó con un palo en la cabeza al gordo con cabeza de balón, todos se rieron y se empezaron a burlar de ellos. Periquín ahora le estaba dando picotazos a los dos niños malos que asustados corrían en círculos y trataban de cubrirse la cabeza con los brazos.

Yo todavía sentado en el suelo, miraba la escena sorprendido. De pronto como en cámara lenta, pude ver como Pepón agarraba el palo y con tan buena puntería le asestaba un golpe directo a Periquín. Solo pude ver una nube de plumas y a periquín caer al suelo. Me levanté gritando:

--¡Noooo!

Y lanzando puñetazos me abalancé sobre Pepón, casi no podía ver nada porque las lágrimas me nublaban la vista, pero eso no me impidió vengar a mi amigo.

Casi no me acuerdo de lo que pasó después, cuando pude reaccionar, Pepón estaba tirado en el suelo, sangrando de la nariz y llorando como un bebé. Yo estaba sentado sobre su pecho, también llorando, pero llorando de coraje. De pronto alguien me tocó el hombro, era mi abuelo; quién después me explicó que curioso cómo es él, cerró la tienda para venir a la hora del recreo y ver quién era mi amigo. Yo lo abracé llorando.

--¡Mataron a mi amigo!

--¡Mataron a Periquín Estrella!

Él me tomó de la mano y me dijo:

--Vamos a buscarlo.

Cuando volteé pude ver que los otros niños tenían rodeado a Héctor Malo, listos para pegarle si se metía conmigo.
Mi abuelo se acercó a Periquín y con mucho cuidado lo levantó para revisar sus heridas.

Le pregunté:

--¿Está muerto?

Mi abuelo que sabe mucho de animales porque una vez tuvo un rancho, me contestó:

--Respira, pero tiene un ala rota, hay que llevarlo con el veterinario.

Y quitándose las ligas con las que se sostiene los calcetines para que no se le caigan.

--Es que tengo los tobillos flacos –Dijo a manera de excusa

Le quitó el palo a la paleta que se estaba comiendo un niño y con eso hizo una especia de vendaje para inmovilizar el ala rota de Periquín. Se quitó la gorra y con mucho cuidado puso a Periquín en ella, como si fuera la cuna de un bebé.
Me acerqué para ver cómo estaba mi amigo, le faltaban algunas plumas y con el vendaje que le hizo mi abuelo parecía un peluche roto.

Llorando le dije:

--¡Gracias por defenderme!, ¡Por favor, no te mueras!

Periquín, abriendo lentamente un ojo y mirando para todos lados, dijo:

--¿Qué pasó?, ¿Ganamos?

Todos los niños, mi abuelo y yo, gritamos:

--¡Siiii!, ¡Está vivo!

Hasta Héctor Malo se alegró de que Periquín Estrella no estuviera muerto.

Desde ese día, dos cosas cambiaron para mí.

Todos los niños se empezaron a juntar conmigo y algunos ya son mis amigos; a Pepón y a Héctor Malo, que ya casi es bueno, los perdonamos, pero ya nos los dejamos ser malos, si quieren molestar a un niño nuevo o pegarle a alguien, entre todos los regañamos para que se porten bien.

La otra cosa que cambió, es que mi abuelo, agradecido con Periquín Estrella por haberme defendido y por estar dispuesto a todo por ayudar a un amigo. Le puso un lugar especial en nuestra mesa, para que pueda venir a comer todos los días a la casa; manzanas, naranjas, bananas y todas esas cosas deliciosas que les gusta comer a los pericos.

FIN
©migueltr@yahoo.com Monterrey, México Marzo, 2018

Texto agregado el 08-04-2018, y leído por 154 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-04-2018 Hermoso cuento. Uno puede encontrar un verdader amigo donde menos espera. Mis felicitaciones!! sheisan
 
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