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Las últimas sesiones habían sido largas y se había limitado únicamente a resaltar matices casi imperceptibles para el ojo inexperto, terminaba de trabajar cuando nacía la mañana y volvía a empezar tan pronto tuviese la certeza de que no moriría con el pincel en la mano y que su cuerpo inerte no estropearía la obra inacabada, entonces empezaba de nuevo a perfeccionar lo invisible. Le había dado el estilo de vida de sus antepasados inmediatos y lo había hecho sabio y venerable y cuando terminó por fin de pintarlo lloró, pues ya hacia un instante que la pintura existía y empezaba a hacerse vieja. Llevarlo a las galerías fue fácil, pues la crítica lo había aclamado y los artistas lo habían envidiado, y cuando era expuesto las gentes se maravillaban, y los estudiosos veían una de las grandes obras de su tiempo y los que no entendían miraban a los estudiosos maravillarse y se maravillaban también. Durante un tiempo fue movido a través de las grandes ciudades importantes y mucho se habló y mucho se dijo y mucho se escribió sobre la fascinación que causaba y sobre la maestría que implicaba y sobre la imponente presencia de razón y lealtad que inspiraba a quien la veía, así que no paso mucho tiempo hasta que alguien pensara como seria que aquel glorioso ser viviera y reinara entre los demás seres. La idea pronto se convirtió en anhelo y el anhelo en deseo, y la necesidad manifiesta los llevó ante aquel que lo había trazado. El pintor se sentó en la primera posición de la mesa, amplia y de madera tallada. La había adquirido como herencia y la había restaurado con los beneficios de sus primeros estilos. Una sombra se agitaba sobre el vidrio de las ventanas y las luces del atardecer venían acompañadas por la melodía del viento que hace crujir las hojas en pleno vuelo. Le dio un sorbo a su té y se aclaró la garganta. Las miradas que le exigían y se sometían a su palabra eran solo dos, pero eran pesadas, muy difíciles de sostener. Y empezó, trata sobre nuestra posición en el universo, sobre una tesis sobre la acción divina y una antítesis sobre lo contrario. Pero quienes lo escuchaban no querían un relato de inspiración, querían un modelo universal que poder transformar en excusa. El pinto entendió y empezó a hablar de sabiduría, de poder y de época. Cuando su garganta dolía, bebía té y seguía hablando, y cuando le hacían alguna pregunta, respondía con claridad y continuó respondiendo todo el tiempo que le tardó a la sombra llegar desde la ventana hasta la bóveda celestial, que ya había descubierto a Venus a los ojos de la gente, pero no a sus leyes naturales. La charla produjo ideas que llegaron a ser teorías, ya había pasado algún tiempo desde que la obra se había colgado finalmente en la pared del galerista que lo encargó y en todo ese tiempo hubo solo un intento de destruirla, no tuvo éxito y los culpables fueron ejecutados por voto popular. Cuando las teorías fueron conocidas por las masas, todos se voltearon a una idea que en otra circunstancias hubiese resultado ridícula pero que en este caso era la solución de toda infelicidad, después de todo ¿quién más aparte de su creador podía interpretas la voluntad de su obra y qué otra obra tenía el favor de la virtud y era tan ideal como modelo universal? Pronto fueron muchos los que adoptaron el modelo y eran esos muchos quienes reconocían al artista como el único que podía interpretar la obra. Pronto los muchos fueron muchísimos y estos escuchaban lo que el artista interpretaba. El artista interpretaba mundos fantásticos y grandes saberes. Se escribían cantos sobre estos mundos y se creaban alegorías a estos saberes, y cuando alguien dijo una vez se cierne sobre todos una sombra que amenaza nuestra libertad, el artista interpretó traición y sabiduría. Pronto se escucharon más seguido los ferrocarriles seguidos de las botas y el goteo de los tejados después de horas de lluvia, porque fue durante el invierno. No se supo quién dio el primer disparo, pero si se supo que el muerto era quien dijo una vez que se cierne sobre todos una sombra que amenaza nuestra libertad. Los disparos continuaron por mucho tiempo y siempre venían acompañados del ruido que hace una bota al pisar un charco. De vez en cuando las nubes grises se iluminaban por los destellos de las armas de asedio y otras veces por truenos o centellas. La guerra parió un manifiesto que escribieron las gentes al dictado del artista, quien hablaba al dictado de su obra. No se supo quién dio el último disparo, pero si se supo que, esta vez, quien moría era toda una institución. Se dieron fiestas magnánimas y desfiles magníficos en los que se realizaban trucos de magia, se invitaba a los niños a participar y se les daba de regalo un dulce de chocolate. En todas las celebraciones se cantaban canciones sobre la victoria, sobre las ideas y sobre la mano que las trazó. La obra fue llevada al lugar para gobernar sobre los seres, acompañada por su creador e intérprete, y a su alrededor se forjó una nueva institución y las teorías se convirtieron en leyes sustentadas en los principios del nuevo modelo universal. La masa aceptaba los postulados de la obra y respondía a sus consejos y, como el tiempo pasó, también aceptaron las incoherencias y respondieron a sus caprichos. Había sorteado a toda la gente que podría haber requerido su presencia y había llegado pronto a su oficina principal, donde estaba colgado el cuadro. Cerró bien la puerta para no ser molestado y, como un niño consiente de estar haciendo una travesura, prendió un cigarro mientras se sentaba, pero no aguanto estar sentado mucho tiempo así que se levantó y fue justo ahí que vio algo que le aterró. La pintura lucia excelsa e inmaculada, pero un color desconocido contrastaba con los tonos en uno de los costados del lienzo. Se acercó de prisa para confirmar el horror y pudo ver como la pintura era lentamente consumida por un hongo que allí se había desarrollado. Acongojado confirmó que la pintura no podría ser reparada pues el hongo había empezado ya a comerse el lienzo y pronto se expandiría sobre las texturas, sobre las pinceladas y sobre las correcciones, sobre las ideas, sobre las teorías y sobre los manifiestos. Todo eso consumiría ese hongo que debió verse influenciado por el frio, por esos vientos ásperos, por esas sombras que trepan paredes, por esas luces que suenan a hojas rotas y por esas gotitas que se deslizan por los tejados y que seguirán cayendo porque está empezando a llover de nuevo.

Texto agregado el 13-06-2018, y leído por 98 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-06-2018 Entre artistas, botas y las masas, el hongo. Entre la realidad y la metáfora, la historia. Bien hecho Hectorfari
 
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