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Inicio / Cuenteros Locales / kentucky / El hombre que no tenía nada que perder

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Lo bueno de no tener nada, es que no tienes nada que perder….

Así estaba Alfonso ese día. Desalojado, buscando una banca donde pasar la noche, luego de meses sin encontrar un empleo. Se sentía solo, viejo, rendido.

Estiró una hoja de diario sobre la banca y se recostó sobre ella; sentía que debía llorar, pero no encontraba ya ninguna conexión con sus emociones. Solamente se mantuvo ahí, recostado, mientras la plaza iba vaciándose lentamente
Se sorprendió al divisar un anciano alto, vistiendo abrigo en verano, que se le acercaba como si lo conociera. Estaba seguro de que jamás lo había visto antes en su vida. Se sentó a su lado, buscándolo con la mirada, y esbozó una sonrisa

-¿Desea algo, señor?
-No estás en tu mejor momento, Alfonso, puedo verlo…
-Nos conocemos?
-Yo te conozco a ti..
-Siento mucho si no lo recuerdo en este momento. Como comprenderá...
-No me des explicaciones, Alfonso. No las necesito. Solo quería entregarte esto. Creo que es tu momento de tenerlo. –y diciendo esto, le entregó un amuleto cobrizo, desgastado, del tamaño de una moneda antigua, con una cara tallada de perfil en un lado, y un símbolo desconocido en el reverso.
-Y esto que es?
-Tú no mereces todo esto que te ha pasado. La vida fue injusta contigo, se cometió un error muy grande castigándote así. Esta es la forma de reparar eso. –el anciano centró el amuleto en la palma de Alfonso, y apretó su mano con fuerza- mientras tengas este amuleto, todas las injusticias que se han cometido en tu contra se repararán; todo lo que debió ser tuyo te será devuelto, y con creces. Día a día irás viendo como todo eso que era tuyo, todo eso que perdiste, irá regresando de a poco: dinero, amor, reconocimiento, sabiduría.
-¿Qué es esto? ¿Un amuleto mágico?
-No pido explicaciones, no doy explicaciones.
-Es que no puedo creer en algo asi….estaré en la calle, estaré desesperado, pero sigo siendo cuerdo…
-Esto simplemente es, acéptalo así. No es necesario que me creas, tan solo debes mantener este amuleto en tu poder, y ya verás que todo regresa a ti. Solo debes saber que el día en que deje de estar contigo, perderás todo lo que el amuleto te haya dado. Lo que ganes desde este momento será tuyo mientras tengas el amuleto junto a ti. No lo olvides…

El anciano se levantó y se marchó sin mirar atrás. Alfonso pensó en tirar el amuleto al desagüe, pero no estaba en condiciones de rechazar ayuda, por irracional que fuese. Cuando no se tiene nada, cualquier ayuda es bienvenida. Puso el amuleto en su bolsillo y se acurrucó en la banca.


Había una billetera a su lado cuando abrió los ojos. No sabía cómo había llegado ahí, pero tenía su nombre bordado en el costado superior. Adentro había dólares, muchos, tantos más que los que llegó a tener cuando se dedicaba a especular en la bolsa. Esperó un rato por si alguien aparecía a reclamarlo, antes de ir por una habitación decente en un hotel, una buena ducha y ropa nueva.
Se premió con una parrillada para uno en aquél restaurant que solía ir cuando estaba de novio con Amanda. Llevaba meses soñando con regresar; y fue allá que se topó con Osvaldo, su ex jefe. Sorprendido, le comentó que llevaba semanas tratando de ubicarlo, que había sido un error despedirlo, que nadie lograba trabajar como él, y que su empleo era suyo si le interesaba regresar.
Fue entonces que comprendió que el amuleto no era una superstición absurda. Lo apretó con fuerza y decidió encadenarlo a su cuello, para no perderlo de vista nunca más…


10 años habían pasado desde aquella noche en que el anciano visitara a Alfonso en la banca de la plaza. 10 años en que había ascendido lo suficiente en la empresa como para comprarse dos casas, tres autos, mantener a dos familias (la oficial y la de la amante) y darle un excelente pasar a sus 3 hijas. Aquél hombre durmiendo en una banca parecía solo una pesadilla borrosa, absurda, irreal. Alfonso ya no recordaba lo que era la mala suerte.
Hasta que ese día lo volvió a ver. El anciano, vistiendo abrigo en verano. Lo divisó a lo lejos, caminando hacia su auto mientras le cargaba bencina, a paso lento. Sabía que no podía ser nada bueno.
- Por tu cara veo que te acuerdas de mi, Alfonso…
- Yo…no esperaba volver a verlo
- Llevas el amuleto al cuello. Te dije que ibas a creerme…
- Pues si….en ese momento no pensé que fuese algo en serio pero…
- No te pedí explicaciones, pues yo no doy explicaciones. Me alegra ver que mi amuleto te dio un buen pasar.
- “Su” amuleto?...
- Pues no es tuyo ¿no? No lo compraste, no lo heredaste, no lo encontraste. Yo te lo presté. Y con él, te di 10 años de felicidad. Tuviste todo lo que querías, y más. Y ahora es hora de regresármelo.
-¿Qué quiere decir con que debo regresárselo?
- Pues el amuleto es mío, y ya lo quiero de vuelta. Su tiempo contigo ya ha acabado
- Pero usted mismo me dijo que si yo me apartaba del amuleto, lo perdería todo.
- Así es.
- ¿Entonces como espera que yo se lo entregue?
- No pido explicaciones, no doy explicaciones. El amuleto es mío, yo decido que hacer con él.
- Usted no puede quitármelo, yo no lo voy a permitir.
- No está en ti el permitirlo o no.
- Pero ahora tengo una familia. Tengo mujer, hijas, tengo casas, tengo autos, tengo mucho dinero. ¡No puedo perder todo eso…Déjeme el amuleto, ¡se lo puedo comprar!
- No necesito tu dinero, con eso que tienes en tu cuello podría tener todo el que yo quiera.
- Y porque no me lo ha quitado aún? ¿Porque estás ahí hablando, en vez de tomarlo e irse? ¿Teme que pueda matarlo si lo intenta?
- Porque hay algo que me puedes dar, mucho más poderoso que el dinero.
-Y que sería eso?
-Tu miedo…
Alfonso miró con incredulidad al anciano, que esbozaba una sonrisa mientras tomaba aire para seguir hablando.
- ..Tu dolor…
- ¿Es una broma?
- No.
- No lo entiendo…
- Pues te lo explicaré fácilmente. Estoy dispuesto a dejarte el amuleto un tiempo más, si me ofreces un sacrificio. Algo que quieras mucho. La vida de una de tus hijas, por ejemplo.
- Usted está demente. Adiós- Alfonso volvió a subirse a su auto dispuesto a marcharse – no le entregaré mi amuleto ni mucho menos la vida de ninguna de mis hijas y…
Fue en ese momento que se percató; no supo cómo, pero el amuleto ya no estaba en la cadena alrededor de su cuello, sino que en la mano del anciano.
- Es tu elección, Alfonso. Si te vas sin el amuleto, para mañana ya no tendrás nada. Si lo recibes nuevamente, aceptas que me llevaré a una de tus hijas, y que tendrás el amuleto por un tiempo más.
Alfonso comenzó a sudar. Amaba tanto a sus hijas pero….era tanto lo que tenía. Y siempre el amuleto se había encargado de darle más, mucho más. A veces grandes logros requieren de grandes sacrificios
- ¿Cuánto tiempo más podré tenerlo?
- No pido explicaciones, no doy explicaciones. Lo tendrás hasta cuando yo regrese.

Al volver a casa, la mujer de Alfonso lo recibió entre gritos y llantos. Emilia, la primogénita, había sufrido un infarto cardiaco fulminante. Aunque toda su familia lloró sobre la tumba de la pequeña, él no pudo más que mirar al infinito.


Seis años habían pasado desde la última vez que Alfonso viera al anciano de abrigo. A pesar del gran dolor que le causaba la pérdida de Emilia, funcionaba a perfección en el trabajo, y pasó de empleado a empresario, duplicando su fortuna.
Cuando golpearon a su puerta con extraña solemnidad, supo que se trataba de él; sabía que no se trataba de una visita de cortesía, y por tanto, no le sorprendió cuando le comunicó que si deseaba mantener el amuleto, ahora le costaría la vida de su esposa.
No dudó en aceptar. No fue tan difícil verla partir como con Emilia; desde la muerte de la menor, su mujer había estado deprimida, callada, desvanecida. Era más una carga que un aporte a su vida. Por lo mismo, el violento atropello que tomó su vida le vino a parecer más un alivio que un tormento.


Cuatro años más de prosperidad le brindó su viudez; ahora ya no tenía una sola amante, tenía cinco, y la vida sexual de Alfonso estaba en su apogeo. Su empresa se transformó en una multinacional, por lo que se dedicaba a viajar constantemente, lo que le llevó a colocar a sus hijas en un internado. Ya no sabía por cuánto había multiplicado su fortuna en los últimos diez años, pero sabía que era mucho. Y que el anciano de abrigo no le iba a cobrar un precio bajo por mantenerla.
Iba viajando dese Alemania cuando él se sentó a su lado en el avión. Ya nada lo sorprendía viniendo de él, pero no dejaba de helarle las entrañas cada vez que oía su voz.
-Las dos que te quedan – le dijo, sin saludar – es el precio esta vez.
-¿Las dos? Pero sin ellas, me quedaré sin nadie.
- Pues si me llevo el amuleto te quedaras sin nadie de todos modos. No sólo las perderás a ellas, sino que también todo lo que tú tienes. Si aceptar, al menos te quedarán tus mujeres, y por supuesto, el dinero. Y el dinero siempre ayuda, Alfonso.
Esa noche, las dos hijas menores de Alfonso habían regresado a casa por vacaciones. Una inexplicable fuga de gas acabó con sus vidas mientras dormían. Se fueron sin dolor..


El anciano no había mentido cuando decía que el dinero siempre ayudaba. Alfonso, ahora sólo, se dedicaba noche y día a sus negocios, y éstos seguían aumentando, y aumentando. Ya se había convertido en uno de los hombres más ricos del país. La imagen de la familia que alguna vez había tenido se volvía difusa, se escapa entre imágenes oníricas y recuerdos nebulosos. Por eso, trataba de no dejar tiempo a la memoria, ni espacio a los recuerdos. Casi siempre le resultaba, por suerte. Porque las pocas veces que su táctica fallaba, esas veces era tal el dolor, era tanto el llanto, que siempre terminaba a punto de apretar algún gatillo.

Dos años pasaron desde entonces. Alfonso pensaba que ya no vería más al anciano, pues ya no le quedaba nadie a quien perder. Por eso le sorprendió verlo esa noche en la puerta de su casa
-Vengo por el amuleto
-¿Qué me va a pedir esta vez? ¿Qué me mate a mi mismo?
-Pues ya no vengo a pedir nada. Ya tuve mi entretención. Solamente vengo a llevarme el amuleto
-No puedes llevártelo! Te di todo lo que me pediste! Me lo he ganado!
-No te ganaste nada. El amuleto nunca dejó de ser mio.
Alfonso palpó su cadena y se percató de que estaba vacía. El amuleto ya estaba en la mano del anciano
-Adios Alfonso. Espero hayas disfrutado el tiempo que te he regalado….
Alfonso se arrodilló, y se largó a llorar
-Por favor, no se lo lleve, le doy lo que quiera. Ya perdi tanto, no puedo perderlo todo!...
-Pues a mi juicio, no has perdido nada. Cuando te encontré, nada tenías, todo lo que te he quitado estaba en calidad de préstamo. Ahora volverás a tu estado natural. Sin nada.
-No estoy preparado, no puedo…
-Nadie está preparado para eso, nunca. Adiós Alfonso.
Alfonso se mantuvo llorando, desconsolado, en el suelo. Miró a su alrededor : no estaba en una oficina; estaba en la plaza, en aquella misma plaza en que lo encontrara el anciano años atrás.
-..Nunca has dejado de vivir debajo del puente en esta plaza, Alfonso. Esa es la única verdad que tienes. Todo lo demás te lo has inventado
-Pero mi esposa…mis hijas…ellas fueron reales! Yo las quise…yo…
-¿Qué importa ya? No están. No las recuerdas.
-…porque me las has quitado….cuando pierda el amuleto, perderé todo lo que haya ganado desde que lo tuve. Hasta el recuerdo de ellas..
-Ve a dormir, Alfonso. Cuando despiertes, esto no será mas que un mal sueño. Probablemente lo olvides a los pocos minutos, así como uno olvida las pesadillas a medida que avanza la mañana….

Alfonso se dio media vuelta y se alejó. Ya no quería oir nada más. Solo quería encontrar una banca donde pasar la noche y descansar. Se sentía viejo, confundido y solo.
Estiró una hoja de diario sobre la banca y se recostó sobre ella; sentía que debía llorar, pero no encontraba ya ninguna conexión con sus emociones. Solamente se mantuvo ahí, recostado, mientras la plaza iba vaciándose lentamente


Texto agregado el 20-01-2019, y leído por 140 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-01-2019 ...y 30 o 40 o 50 años más viejo, es decir, ya era un anciano. Entretenido, camarada. D2EN2
 
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