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EL MANIQUÍ
Paulina entornó las tupidas pestañas mientras suspiraba con pasión. Los brazos de Isabelino la oprimían con fuerza en un estrecho abrazo; sus labios la besaban despertando su calor y ansias. Sus manos ávidas, que ardían sobre la delgada tela, le desabrocharon la blusa con torpeza y suavidad al mismo tiempo.
El silencio de la estancia era roto por la respiración entrecortada y anhelante de ambos. Inesperadamente, ella se soltó de las lianas palpitantes, se sentó en la cama parsimoniosamente, recostó la cabeza sobre la almohada y sonrió. Sus ojos brillaban como faros encendidos. Con un movimiento lento y voluptuoso de sus manos lo invitó a acercarse. Las sombras de las velas de color rojo, dibujaban figuras caprichosas en la penumbra de la alcoba, distorsionando las formas y tamaño de las cosas, pero acentuando las hermosas líneas del rostro femenino.
Él la miraba con ojos encendidos y apasionados, no exentos de adoración. Ella abrió los brazos y él se sumergió en ellos.
Murmullos, vahídos, suspiros y chasquidos de besos formaron una amalgama de sonidos que iba en ligero crescendo hasta hacerse frenética y acuciante. Luego cesó abruptamente.
De alguna ventana abierta llegó una ráfaga de viento que se introdujo cual intrusa en la estancia, llevándose en su efímero vuelo la débil llama.
Un rayo lejano iluminó la habitación fugazmente, dándole a los objetos una apariencia casi fantasmal. El sudor que cubría parte de sus cuerpos refulgía en la penumbra como gotas de plata titilantes.
Otro relámpago cortó el cielo con violencia, mordiéndolo. El estruendo que siguió pareció un lamento desgarrador, una protesta. Fue tan violento y cercano que hizo saltar el corazón de Paulina.
Casi al mismo tiempo, Isabelino contrajo abruptamente su cuerpo y sin emitir quejido alguno se desplomó sobre el lecho.
Camuflado por el estrépito del trueno, el disparo apenas se oyó en la pieza cerrada. Los vidrios de la ventana cayeron al piso con un tintineo dramático. Antes que pudieran esparcirse por completo sobre la lustrosa superficie, se oyó otro estampido. El amante quedó con los ojos abiertos mirando sin ver el oscuro techo. Un hilillo de sangre salió presuroso de la comisura de sus labios, formando un delta tétrico que se dirigió en perezosas gotas púrpuras hacia las sábanas. Su pecho, antes lleno de placer se convirtió en segundos en una rosa que florecía rápidamente en húmedos pétalos escarlatas.
El grito, agudo e histérico de Paulina parecía interminable.
Un relámpago lejano dejó ver brevemente su mirada llena de horror, que reconoció al asesino, cuyo rostro desfigurado por el dolor y la desesperación era una lívida máscara donde sobresalían dos ascuas luminosas que emitían destellos de locura y odio.
Él parecía sordo a los terribles alaridos, que por instantes eran tragados por fuertes truenos.
Se acercaba a ella lentamente, como si fuese un robot con un a orden que cumplir.
Paulina quiso huir, correr a algún lugar para salvarse. Pero sus piernas estaban paralizadas, pesadas, laxas.
Sintió que la tomaban de los cabellos con violencia.
Quiso gritar, pero las grandes manos del hombre rodearon su grácil cuello. Y apretaron, apretaron.

Unos minutos pasaron. Mansamente se aflojó la mujer entre las sábanas. Un último estertor y quedó inerte, con la cabeza doblada en forma anormal sobre el cojín de encajes, como si fuese un títere desarticulado.
Sus senos enhiestos sobresalían desafiantes en su desnudez, sobre el cuerpo manchado de sangre de su amante.
Afuera el viento silbaba furioso con mas ímpetu, doblegando árboles, colérico y ofendido por los crímenes que se habían cometido. Por momentos aplacaba su ira y más calmo, dejaba que la llovizna cantase sobre los tejados con notas ora estridentes ora rítmicas.
Una ráfaga de aire llegó de algún lugar acompañada de gotas de lluvia que dieron a la estancia una falsa frescura, rechazada por los olores formados por la mezcla de sangre y cera derretida.
Una voz gutural se elevó silenciando la canción de la lluvia. Era un lamento, ininteligible, monótono, susurrando las mismas palabras.
-¿Cómo pudiste hacerme esto, Paulina, cómo pudiste?
Cuando se cansó d e repetir la pregunta, comenzó a llorar. Sus roncos sollozos rivalizaron con los truenos que volvieron a sonar sobre el cielo oscuro que cubría la casa.
Pasaron horas antes que el hombre quedase en silencio. La furia había abandonado su cuerpo, desalojada con firmeza por el arrepentimiento.
-¿Por qué la maté? Ella era la razón de mi existencia!
-¡Pero...te ha sido infiel!- le decía la voz en el cerebro.
-Pero...¿cómo será mi vida sin Paulina? Si yo canto, río y sueño porque ella existe.
Con lucidez reconoció que ya nada tenía sentido y que no podría vivir sin su mujer. El llanto fue el bálsamo que le impidió quitarse la vida.

Un amanecer gris se coló por la ventana devorando la oscuridad que se interponía a su paso. En los rincones se habían refugiado las últimas sombras de la noche, resistiéndose a morir ante la llegada de la luz. Esta formó un torbellino y penetró en los pensamientos del hombre. Su débil mente perdió el camino que lo llevaba a la realidad y se hundió en el laberinto brillante, rodeado de cavernas frías y oscuras que lo hicieron sentir mejor.
Un manto blanco de amnesia lo anestesió. El dolor era tan grande que su mente negó todos los hechos. Se convenció que nada de lo que había ocurrido era verdad. Eso lo colmó de un alivio inmediato.
-Ya volví mi amor.¿No me esperabas tan pronto, verdad?
Tomó en brazos a Paulina, cuya cabeza colgaba grotescamente sobre sus hombros y la llevó al laboratorio. Cerró la puerta y la depositó sobre la mesa de metal.
¿Tienes frío, verdad? No te preocupes. Pronto estarás bien.

El embalsamador realizó un esmerado trabajo. Por algo era conocido como el más diestro en su profesión. Su maestría en la reproducción de rostros en cera le habían valido
muchas menciones internacionales. Cuando terminó su tarea, había devuelto a Paulina sus bellas facciones. El rictus de horror se había marchado; su lugar había sido ocupado por una enigmática sonrisa que daba a su faz pálida una serena y subyugante belleza.
Estaba más hermosa que nunca.

Por unos días le habló como si estuviera viva, como si oyese las respuestas a sus preguntas. La acariciaba, la besaba y reía mucho.
Vivía feliz en su locura.

Pero una tarde, sus ojos adquirieron una lucidez olvidada. Quedó callado en la mitad de una frase. La miró de una forma diferente, sin ternura. Un ramalazo de luz en su cerebro pareció unir los cables de algún circuito roto. Y todos los recuerdos volvieron. Y con ellos el dolor.
Un aullido rompió la quietud del silencioso ocaso que en su mortaja de sombras abrazaba a la noche.
No quería esa luz. No quería verla con el otro.
La razón avanzó con fuerza devorando de un bocado a su amnesia salvadora.
Y la cordura trajo al odio, que encerrado tanto tiempo en las celdas vesánicas de su cerebro estaba hambriento de maldad.
Como si cumpliese una orden militar, fue decidido hacia la cocina.
Una carcajada histérica se escapó de su boca.
Preso de una extraña premura abrió la garrafa del gas. Con un gozo terrible y absurdo, encendió la cerilla.

-Este es.¿Qué te parece?- preguntó Olivia, expectante.
-¡Divino! Me gusta todo. El estilo, la tela, el escote, el velo.
-¿Viste? Te dije que era una maravilla. Cuando lo vi en ese maniquí, me convencí. El día de mi boda quiero lucir tan bella como la modelo que lo tiene puesto.
Las dos amigas entraron a la boutique de ropas de novia y en menos de media hora salieron con el rostro feliz del que ha realizado la mejor compra de su vida.

Doña Lorenza miró a través de los vidrios de la amplia vidriera a las dos mujeres que se alejaban conversando. Esperó unos minutos. Después fue a la trastienda donde tomó un envoltorio de plástico que contenía un vertido de tela tosca y corte sencillo. Casi se podía decir feo, sin ninguna gracia.
Fue hacia el maniquí y con rapidez lo vistió con la nueva prenda.
Al ratito había finalizado. La seda, casi amarillenta, se volvió blanca y pura como las nieves que cubren las cimas de las altas montañas al amanecer.
La tela tenía ahora una caída exquisita, los volados de las mangas adquirieron una trasparencia insinuante, los botoncitos del escote parecieron encenderse.
Había tenido un cambio espectacular; .lucía hermoso, idéntico al que se había vendido unos momentos atrás.
El modelo simple se había vuelto elegante en su sencillez.
Toda novia que lo viese quedaría hechizada ante su influjo.
A pesar que no era la primera vez que se operaba ese cambio tan extraordinario, Doña Lorenza no se acostumbraba al milagro que acontecía todas la s veces que vestía al maniquí.
Comerciantes de renombradas casas de moda ofrecieron grandes sumas de dinero por él, después de comprobar que no era una modelo de carne y hueso.
Era la mejor compra que había hecho años atrás en una antigua casa de remate.
Le dijeron que el maniquí se llamaba Paulina. Claro que conocía los cuentos que se tejían sobre él.
Se murmuraba que Bruno, el joven violinista del pueblo, algo tocado de la cabeza, le traía serenatas de madrugada, le cantaba canciones románticas y le declaraba su amor con las palabras más ardientes de su repertorio
Un vecino juraba que la había visto salir de la vidriera abrazada al joven mago que le hablaba en noches de luna.
Doña Lorenza no creía nada, pero de lo que sí estaba segura que era su mejor aliada en el negocio de la venta de ropas, pues prenda que le ponía, era prenda que se vendía.
Pero nadie sabía que en su fuero interno le tenía miedo ¿La causa? No la sabía, si la miraba a los ojos, un escalofrío le erizaba los vellos del cuerpo. Tampoco debía olvidar taparle el rostro en noches de lluvia, especialmente si había truenos y relámpagos, porque de lo contrario, gritos terribles e histéricos retumbarían en toda la cuadra.

El sonido alegre de las campanillas de la suerte que pendían sobre la puerta vidriera de su establecimiento la sacaron de sus reflexiones.
Una cliente entró al negocio y con cara embelesada se dirigió a admirar el vestido de novia que lucía encantadoramente Paulina.

Texto agregado el 20-11-2004, y leído por 654 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
29-02-2012 Tan deleitable, sencillo y preciso, tal narración vuelve efímeros los pensamientos que me reinaban... Sigue así, esperaré otro cuento. ivancamella
25-08-2008 Hola 'niña'... Estiraste tu mano, tomaste el lápiz, hiciste el primer trazo y me llevaste lentantamente obsesivo, hasta el final. Mis felicitaciones. tonycarso
15-05-2008 vaya, que creatividad, escribis de todo un poco cierto 5* ilov
07-11-2007 Tienes una habilidad extraordinaria para desarrollar y entrelazar historias que nos conducen de la mano por un laberinto de emociones sin limite. Tienes mucho que enseñar. Un abrazo gcarvajal
07-11-2007 Tienes una habilidad extraordinaria para desarrollar y entrelazar historias que nos conducen de la mano por un laberinto de emociones sin limite. Tienes mucho que enseñar. Un abrazo gcarvajal
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