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Todo estaba oscuro... y Julia en la cama fumaba un cigarrillo, esa costumbre que tenemos la gran mayoría de seres humanos reservada para después de un buen polvo. Todo estaba oscuro, no quisimos encender el bombillo de aquel cuartucho de motel... en la atmósfera de aquel reducido recinto flotaba el humo del cigarro que Ella fumaba. Ah, y el olor a sexo... Ella, desnuda bajo las sábanas de esa cama, no quería mirarme. Fumaba, fumaba salvajemente, desaforadamente, como una chimenea... ¿qué te pasa?, le pregunté mientras miraba al espejo instalado en el techo del cuarto. Siguió callada, expidió humo por su boca, suspiró y siguió callada. ¡¿Qué te pasa maldita sea?!, le dije un poco más fuerte... nada, respondió, sólo pensaba, eso es todo. La conozco y sé que en verdad le sucedía algo, no sabría decir porqué afirmo esto con tanta certeza, quizás sea por todo el tiempo que llevamos juntos, en las sombras, evitando que se sepa que tenemos algo.

¿Seguro?, insistí, porque te conozco Julia, llevo conociéndote todo este maldito tiempo... Ella no respondió nada, se limitó a dejar a un lado la colilla del cigarrillo y a encender otro.

Pasaron diez minutos en los que no hablamos nada. Estuvimos acostados en esa cama, desnudos, sin movernos, yo mirando al espejo que había en el techo; Ella fumando sus cigarrillos... me desesperaba verla fumar tanto, me desesperaba su silencio, ese jodido silencio en el que no se dice ni una sola palabra pero se expresa mucho con la actitud. El silencio y el humo. Humo que se impregnaba en nuestras ropas dispersas salvajemente por toda la habitación. El silencio... cuanto hubiera dado para que Ella hubiera dicho al menos una sola palabra en esos instantes, al menos una, sin importar si era un reproche o una queja o un reclamo o un agradecimiento, algo maldita sea, algo que no fuera el sonido de los carros afuera en las calles, el sonido de los mosquitos, el de un disparo o de la pareja que jadea en el cuarto de al lado. Pero seguía callada, sin hacer más nada que fumar y fumar y fumar, maldición...

Acaso desearía recriminarme el hecho de mantener nuestra relación a escondidas, o el de tener a una esposa complaciente al lado de dos hijos... no sé porqué ando con Julia, si mi mujer es casi perfecta... casi pero eso no importa. Julia es quien me transnocha, Julia y sus malditas caderas, Julia y sus muslos, Julia y nuestras escapadas para amarnos bajo el manto de la noche en cualquier habitación de motel... Julia.

Pareció acontecer una eternidad cuando por fin ella hizo algo diferente. Se paró de la cama dejando al descubierto, en medio de la oscuridad, la desnudez de su cuerpo... y sin encender la luz comenzó a recoger sus ropas, delicadamente, sin afán, sin prisa... volví a preguntarle si le pasaba algo. Volteó su rostro y sentí, a pesar de la oscuridad, su mirada fija en mí, el preludio de algo que cualquier otra persona hubiera podido entrever antes que yo. “¿Sábes? -me dijo- tenemos que parar con todo esto... no quiero seguir siendo la amante de un hombre casado, no quiero ser la otra, el plato de segunda mesa, un objeto que se toma y se deja a un lado...”. Soltó sus prendas de la mano y las dejó caer, de nuevo, al suelo. Se acercó hasta donde yo estaba y se acostó sobre mí. “No, no quiero seguir siendo tu moza, ni la puta que tu buscas para cuando tu lerda esposita no te satisface, la que te hace todo, absolutamente todo lo que la otra no es capaz de hacerte...”, me dijo y comenzó a besarme, a acariciarme... “no, no soy esa, porque yo lo puedo todo, porque para eso tú me tienes y sé que, muy en el fondo, me prefieres a mí y no a esa...”

Me siguió besando, y yo sentía su aliento a humo de cigarrillo pero no importaba porque era Julia ahora quien me buscaba, era Ella la que me pedía que la complaciera como tantas veces lo habíamos hecho y mientras me besaba, balbuceaba maldiciones hacia mi esposa, mis hijos, mi familia y todo aquel que pudiera ver con malos ojos nuestra relación... “... ¿Pero sábes?... no me importa ser la otra, no me importa porque llevamos demasiado tiempo juntos - cuatro años con una amante...-, no me importa porque tu sexo es el único que me llena cuando está dentro de mí, tú maldita sea, tú, el que me transforma en una potra salvaje, el que me pone a respirar profundo y me sube la presión...”, y mientras decía esto, se sentó sobre mis muslos para cabalgar de nuevo, como media hora antes, y a gemir, a suspirar, jadear, a cerrar los ojos para mirar al infinito, para arañarme el pecho y la espalda, para poseernos el uno al otro... y así, al tiempo en que teníamos sexo, ella me abría su corazón y dejaba aflorar lo que sentía... y eso era lo que yo deseaba, que matara el silencio y lo cortara con sus palabras, palabras que me encendían, que me llevaban a querer estar dentro de ella mil y un veces de seguido si era necesario... Julia, tú y tus palabras, tú, tú, y siguió... “tú no me dices... todo lo que... me deberías decir... ahhh... porque a la amante no... no... ahhh... se le dicen esas... cosas... pero sé... que... ohhh... las sientes... siii”.

Y ella subía y bajaba, un juego delirante y placentero que sólo Julia, Ella, sabía hacer como ninguna, sin tapujos y sin temores, porque era dominada por los deseos, sus impulsos. Porque era una ninfómana, una experta, porque sí, porque la soñaba como una geisha... porque... y jadeabamos y gemíamos y mi esposa en mi casa cocinando la cena de mis hijos, y ellos veían la televisión y reían y jugaban y yo, acostado en un motel en medio de la ciudad, teniendo sexo con la mujer más salvaje que pudiera haber encontrado, Julia, Julia, y jadeaba, y gemía, y cerraba los ojos, y me pedía que entrara hasta lo más profundo... y todo era oscuro, y el sonido de los carros, no más silencio, te oía Julia, te oía como me pedías más y más y más, sí así era como tu lo querías, como tú lo deseabas, y todo seguía en oscuras, y el sonido de otros, al igual que los dos, en las mismas, y jadeaba, y más, así, cierra los ojos, y arriba y abajo... sudabamos, dos disparos se oyeron afuera y yo estaba dentro y no quería salir, ella no quería que yo saliera, y decía miles de cosas pero yo cerrado al mundo solo la sentía a Ella, a Julia, Julia, y jadeabamos, y más y más y más, seguíamos, dale, dale, eso, ahhhhh, así, ahhhhhhhhh, ohhhhhhh, y todo eso, y el mundo mundano giraba y giraba, y ella subía y bajaba, ohhhhh síííí´, dale, más, ya casi, ohhhhhhhh ohhhhhh ohhhhh ohhhh ohh

Abrí los ojos, Julia seguía a mi lado y me miraba, se veía agotada pero contenta, satisfecha... “sí, me cansé del estorbo de tu mujer...”, y yo no entendía a qué se refería con eso... qué diablos te pasó Julia, “sí.... pero tranquilo, en estos momentos debe haber alguien violando a tu esposa... un supuesto ladrón que ha entrado a tu casa, ha golpeado a tus hijos y los ha dejado inconscientes - sin matarlos porque a ellos no los odio- y todo eso mientras seguíamos siendo felices...”, se paró, recojió sus ropas y se vistió despacio... yo seguí en la cama, desnudo, y el mundo y mi cabeza daban vueltas, y mi esposa y mis hijos en el suelo de mi casa, y un violador incognito que huía por las calles, y sangre, y olor a sexo... Julia salió de aquel cuarto, de aquel motel. Y me dejó sólo, sólo para siempre...


II
y no sé como, salí de aquel estupor en que Ella me había inmerso... no sé como me vestí, bajé corriendo las escaleras de ese motel de quinta y llegué hasta mi carro. Manejé a toda velocidad por las calles, muchas luces y demasiada gente, y mi pobre esposa sufriendo por mi culpa, por culpa de Julia y de un tipejo que Ella pudo haber contratado... y mis hijos, pobrecitos, debían estar gritando llamando a su mami, mami qué pasa, mami, papi auxilio... esa noche el tráfico estaba hecho un infierno. Quería seguir pero no podía, pitaba y pitaba para que alguien en esa calle se diera cuenta de que había una emergencia... Julia, en las que me pones.

Conocí a Julia una tarde en la que llegó a la agencia, como cliente, buscando que le diseñaramos la publicidad para su empresa. No sé como llamarlo, digamos que fue impacto a primera vista. Ella me dejó su teléfono. Llameme cuando tenga algo, me dijo. Ese día, el primer día, llevaba puesta una blusa y una minifalda roja; una minifalda que dejaba ver esos encantos que tanto me cautivan de ella, un par de piernas perfectas, un par de hermosas piernas, sin celulitis ni estrias; un par de piernas diferentes a las de mi esposa. Esa noche la llamé. Me gustaría que conversáramos sobre lo que usted quiere para su empresa –qué buen pretexto-. Y ella: claro, estoy sola en mi apartamento. Si quiere puede venir y aquí conversamos... a gusto.

Salí corriendo de mi casa, motivado por el tono sensual en que pronunció las últimas dos palabras, a gusto; mi esposa, ella, me preguntó para donde me dirigía y yo, mintiéndole como siempre, es que hablé con un cliente y necesita que lo vea urgente. Tú sabes que no puedo descuidar la agencia, tu sabes amor...

Conduje por aquellas calles como ahora lo estoy haciendo, rápidamente, en una carrera contra el tiempo, el maldito tiempo del que tanto dependo. Pero esa vez las carreteras estaban desoladas y oscuras. Entonces ¡La dirección! No sabía donde vivía ella. Tuve que tomar rumbo a la oficina, llegar a decirle al portero “Quiubo Marcos, vengo por unos papeles que dejé en la oficina” para que él respondiera “claro doctor don Jorge Eduardo, siga no más”. Subí hasta la agencia, abrí. Estaba oscuro, no encendí las luces, fuí hasta mi oficina y entre tantos papeles encontré los datos de Julia, de Ella, pero no estaba la dirección de su apartamento. La llamé... el teléfono timbró una, dos, tres veces y nada. Vamos Julia conteste... ¿Aló? Hola Julia, habla Jorge Eduardo, el publicista... hola, qué tal, lo estoy esperando... sí, es que estoy en la agencia y no tengo la dirección de su apartamento... ah, era eso, vea, la dirección es...

Bajé corriendo, ni me despedí del portero, me subí al auto y manejé hasta la morada de aquella ninfa que me enloquecía –y que aún lo hace-. Llegué, el portero del edificio me dijo “¿usted es el que espera la doctora Julia? Suba al quinto piso que ella...” sí, gracias por la información. Y subí por ascensor, maldita sea parecía lento, y Ella esperándome desde hace rato. No quería hacerla esperar... la puerta del departamento estaba abierta. Llamé a la puerta, no salió nadie y entré. Como en una película de suspenso (donde todo está en silencio y en cualquier momento puede salir el asesino, dejarme solo, entra alguien y me culpan del homicidio de la víctima) todo estaba en silencio. Las luces estaban encendidas... ¿Julia? ¿Está usted por acá? Cerré la puerta de entrada, intrigado, comencé a recorrer el lugar. En la entrada estaba la sala, seguía una cocina, un baño, el estudio, un cuarto con la puerta asegurada y uno con la puerta entreabierta. Entré allí, las luces estaban apagadas, en el centro una cama –una inmensa cama con sábanas suaves de un aroma inolvidable-, a los lados dos mesas de noche, en una esquina un televisor y en la pared opuesta a la entrada, una ventana con las cortinas impidiendo la entrada de luz. Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y pude ver algo: una figura suave, femenina, atractiva, desnuda, acostada en la cama, observándome. ¿Vamos a conversar de negocios? Y yo me quedé callado... ¿No piensa seguir? Y al diablo mi mujer, me olvidé de todo, de todo en ese instante, me desnudé, le desnudé el alma a Ella, mi Julia, e hicimos el amor como conejos, apasionados, desaforados, que delicia pecar a tu lado Julia, ¿seguimos haciendo negocios? Preguntó Ella, y yo: esas preguntas no se hacen, preciosa... y una y otra vez, y más y más, no sé cuantas veces y no interesa. Mi mujer y mis hijos dormían mientras yo te encontraba a tí Julia, mientras yo escribía sobre tu piel capítulos sensuales de una novela. Tu me abrías tu corazón, todo, querías que entrara, me quedara allí. Julia que hiciste hoy, mi esposa no merecía eso... yo la hubiera dejado si me lo hubieras pedido, hubiera mandado todo al carajo, a la mierda por Tí, my darling, I´ll be there for you, si me lo hubieras pedido, no me importaba lo que iba a decir la gente, mi familia, las amigas con que mi mujer se reunía a charlar... y seguimos encontrándonos, a escondidas, en secreto, para amarnos, necesitarnos, poseernos. Cada encuentro contigo era como perder la virginidad de nuevo porque inventábamos inmensos placeres para darnos, para darte, para complacerte...


Salí de los recuerdos que a mi cabeza venían. Julia ¿Qué hiciste? No había necesidad de hacer nada... y cuando llegué a casa, encontré la puerta abierta y adentro no había nadie, todo parecía en calma pero cierto olor en el ambiente me decía que esa tranquilidad era falsa, subí las escaleras, fui hasta mi alcoba... nuestra alcoba. Allí estaba ella, en la cama, tirada, rodeada de sangre, los ojos mirando al infinito, y no se movía, no decía nada... estaba muerta. ... los niños estaban bien, no sufrieron mucho porque el tipo no los golpeó: los encerró en su cuarto y ellos gritaban mientras a ella la violaban, mientras entraban a ella por la fuerza, sin pedirlo... mientras yo deliraba a tu lado, ella sentía el infierno llegar con el último de sus minutos. Y los niños gritaban, gritaban, ella sufría, yo gozaba, ella padecía, tú gemías, ella no soportaba, tú me pedías más y más y más... los niños me abrazaron, ¿papi donde estabas? ¿Qué pasó? Nada cariño, nada. Llamé a la policía. Llegó mucha gente, y yo ponía cara de sufrimiento, de sorpresa, de tragedia y pensaba ¿Qué hiciste Julia?. Y los oficiales me preguntaban un montón de tonterías, las lágrimas brotaban de mis ojos, qué hiciste Julia, los vecinos me consolaban, el levantamiento del cádaver, todo oscuro, Julia, todo oscuro, era de noche, ya era tarde, llamar a nuestros familiares, pasó algo grave con Gloria: la violaron y está muerta, y llanto gritos no puede ser no es justo Dios mío, ¡Qué hiciste Julia!

Ahora estoy en el funeral de mi esposa, mi complaciente esposa que no resistió tanto sufrimiento... son las cinco y ella, su cadáver, está al fondo de la fosa, todos lloran pero yo estoy sereno. “Mira qué calmado está él”, dice en susurros la mejor amiga de mi difunta esposa, pero yo la oigo, los oigo a todos... son las cinco y el cielo está nublado, son las cinco, subo al carro, dejo a mis hijos con mi suegra y con la excusa de que quiero dar una vuelta sigo en el carro. Pero como te vas a ir a dar una vuelta, necesitas descansar Jorge, todos necesitamos descansar después de esta tragedia. Y yo: quiero estar solo, pensar. Sí, quiero dar un paseo, tomarme algo... y enciendo el auto y me voy, tratando de no pensar en nada. Tomo mi celular, quiero hablar con un amigo. Malditas mentiras, soy libre y sin remordimientos, no los tengo, ¿Aló? Hola ¿nos podemos ver ahora en tu apartamento? Sí, ok, voy para allá. Quiero ir a... voy al encuentro de Ella, de Julia, mi Julia...

Texto agregado el 15-01-2005, y leído por 1688 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
11-12-2005 nosé cuántas veces lo he leído, pero no me canso... es fantástico! poetryinmotion
30-04-2005 híjole,lo leo y lo releo y lo vuelvo a leer, y me sigue gustando. Súper padre. Que final ah?!! nomore
27-04-2005 uao CennizA
20-01-2005 Vaya... q cuento! es buenisimo, no cansa leerlo una y otra vez... ese final es.. sin palabras... excelente. Mis 5 *s Princesa_Zafiro
15-01-2005 me gusto Dark_Princess
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