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(Este cuento fue fruto de un trabajo que realicé para el taller literario «Vertientes». El disparador: La locura (clínica) —y el límite cuatrocientas palabras—. La historia da para más, lo siento así, pero por ahora va como se escribió. Sin ésta parafernalia el cuento tiene exactamente 396 palabras).

Al principio le llevaba cigarrillos por expreso pedido de mi padre. Tampoco podía negar que el loco Vitali era su mejor vendedor. Cada tanto convulsionaba y tenía episodios sicóticos. Entonces otra vez a llevarle cigarrillos. Viajaba en colectivo. Recuerdo pasar por el anexo del Club Atlético Estudiantes (¿Tortuguitas se llamaba?). En seguida me levantaba para tocar el timbre y bajar en el playón del Hospital neuro-psiquiátrico.

Después de dos o tres reingresos del loco Vitali al hospicio, comenzaron mis pesadillas: El Loco estafando a mi viejo, haciéndolo quedar en la ruina. Lo soñaba deprimido, acusado socialmente y muerto de vergüenza. Me despertaba con una angustia que nunca pude explicar. En las premoniciones mi padre terminaba sus días postrado en una cama. Ante la insistencia de esos sueños, até cabos: Vitali era vendedor de mi padre, quien organizaba rifas y otros negocios con el azar. También hacía las veces de cobrador. Siempre que Vitali tenía uno de sus ataques, desaparecía el dinero recaudado por él. Así caí en cuenta de que su enfermedad estaba relacionada con la pérdida de capital. Como mi viejo es muy bueno, sus mejores vendedores lo engañaron con notable abnegación. Eso me enfureció y logré que echara a unos cuantos; pero con Vitali no tuve la misma suerte (hasta ahora).

La única desgracia que soportamos en nuestra familia fue la muerte de mi hermano menor. Hablo de él y veo sus ojos verdes, sus pupilas dilatas; tenía doce años y yo dieciséis. Estaba sobre una mesada, en la morgue del hospital de la ciudad de Santa Fe. A veces viajábamos con mi padre en el Renault, pero después creo que él no lo soportó más. Entonces, para verlo nos movíamos en micro ¡y cómo se alegraba mi hermano cuando nos veía! La mesada tenía azulejitos verdes, como los de una cocina. Paro cardíaco dijo el médico. Pero yo le noté el corazón roto, pobrecito. Mamá le acariciaba su pelo rubio y lacio; lo abrazaba lo besaba y lloraba (no, miento: También gemía...).

Ahora mi padre sigue con sus negocios sin tantas pérdidas. De salud estamos bien. Yo voy al hospital neuro-psiquiátrico todas las semanas, religiosamente. El médico me dice que en estas condiciones nunca le dará el alta médica. Vitali será loco pero no es inocente.
Cuando salgo, le pago el servicio extra al enfermero que lo mantiene en estado de psicosis permanente.

Texto agregado el 06-04-2005, y leído por 329 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
24-07-2008 no lo entiendo majo, lo leo lo leo y no lo entiendo... es que estoy tan negao? andromaco
30-01-2008 Que manera de tener oficio, te felicito, es sin duda un placer leerte.5 on-line
04-06-2007 Es sobre todo el misterio que guardas en los escritos, La distribucion de los personajes, los espacios, la descripcion de los eventos, eso es lo que lo invita a uno a seguir leyendo...muy bien..me encanta. annakiya
25-10-2006 hoy leí esto por segunda vez, pero ahora lo leí sin el velo en los ojos. 5* Y un abrazo, amigo. Chauma
21-10-2006 Es tu forma de contar lo que lo hace bueno. doctora
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