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El día fue insoportable.

A las nueve de la noche el calor todavía se mantiene. Rivadavia, a la altura de Flores, es un mundo de gente que mira vidrieras y ocupa mesas de bares y confiterías. El tránsito está imposible. Los motores recalentados, esperando el cambio de luces de los semáforos, aumentan la temperatura ambiente.

Entre un taxi y un colectivo, un Peugeot gris perdido en la marea de vehículos que se desplazan hacia el oeste, espera la luz verde. Los vidrios polarizados impiden ver desde el exterior a los tres muchachos que están adentro.

Tienen aproximadamente la misma edad, veinte años. El que maneja es alto, de buen físico, sus facciones rudas denotan un carácter fuerte. El cabello negro y lacio, un poco grasiento, le llega hasta lo hombros. En el asiento de atrás viajan los otros dos. El que está detrás del conductor, es muy morocho, de estatura mediana, más bien delgado, y pelo negro ensortijado. Lleva un aro en la oreja izquierda. El otro, muy robusto, un poco más bajo, tiene piel blanca y pelo castaño corto peinado hacia atrás con gel. Está recostado sobre las piernas de su compañero. Pierde sangre por una herida y se queja débilmente.

Los tres visten jeans, remeras con motivos rockeros y zapatillas de goma. En el asiento delantero al lado del conductor, se ven tres pistolas de nueve milímetros. Dos de los ocupantes hablan entre si.

-¡Dale loco, metele! El Cacho no para de quejarse y respira mal, perdió mucha sangre y la tengo toda encima. Me estoy ahogando, encerrado aquí adentro. Deben hacer como cuarenta grados con el calor del motor, y esta batata ni tiene aire, dice el Negro, su cara revela angustia y gran preocupación.
-Aguantá negrito, ¿que querés que haga, no ves éste quilombo...? responde Juan, molesto, desde su posición al volante. No demuestra temor. Tiene muy claro lo que quiere hacer.

Que frío y que sed que tengo y como me arde el pecho. Quiero ir a casa, la Rosa ya debe estar preocupada, pobre, encima con esa panza. Como me duele. Fue como una pedrada en la espalda y se me doblaron las rodillas. Menos mal que el negro me metió en el auto. Quiero ir a casa, ¡por favor llévenme a casa..!

-Debe estar sufriendo como loco, con un cuetazo adentro. Y con éste lorca. Pobre gordo... menos mal que está apoliyado, continúa el Negro.
-Si flaco, hace mucho calor y no tenemos aire, pero la cana no lo sabe y no va a sospechar por los vidrios oscuros levantados. Por el Cacho no podemos hacer nada. Hay que aguantar.
-¿Porqué no agarrás otra yeca que se mueva más?, hay que llevarlo a alguna parte donde puedan ayudarlo...
-No conviene, los patrulleros, deben estar todos apiolados. Mejor seguimos así, escondidos entre los colectivos. La cana debe estar controlando las rápidas, Gaona, Juan B. Justo y la 25 de mayo. Seguro que no piensan que vamos por Rivadavia, responde Juan desde su experiencia.
-Pero... ¿qué pasa con el semáforo que no cambia...? Fijáte el tachero como relojea la puerta trasera de tu lado que está baleada...
-Si..., me parece que se avivó, pero no creo que se meta. Estos tipos ya saben que botonear es para quilombo.
-Che Juan, me parece que el Cacho se está muriendo, ya no se queja y respira cada vez peor...

Me duele menos, pero tengo frío y mucho sueño. ¿Para que nos habremos metido en esto? Yo le decía al Negro, Juan no es el mismo de antes. Cuando volvió al barrio ya era otro tipo. Siempre desesperado por la guita. Pero el Negro no tiene carácter, siempre lo admiró. Ya de pibe hacía todo lo que Juan decía. Yo me dejé arrastrar como un gil. Lo hice por la Rosa y por el pibe que está viniendo. No se para qué, nadie me había pedido nada. Debo estar loco...

-¡Cortala Negro! Y la voz de Juan es firme y contenida.
-Ya te dije que no podemos hacer nada por él. Y no va a durar mucho, el cuetazo lo tiene en la espalda. Si muere, lo vamos a tener que tirar en algún lugar. Andá sacándole cualquier cosa que lo pueda identificar...
-¡Pero que te pasa loco!, grita el Negro indignado, -No podemos hacer eso. ¡Es Cacho, nuestro amigo! Además es mi cuñado, el marido de la Rosa que está embarazada. Si le pasa algo, la pobre se muere también...
-Mirá, no me vengas con mariconeadas ahora. Y Juan mastica las palabras con paciencia. Tenemos la guita y la posibilidad de salvarnos si hacemos las cosas bien. Si la chingamos terminamos como él, o enjaulados muchos años. No te olvidés que matamos un milico. Y acordate lo que contaba Pancho, de lo que les pasa a los pendejos como nosotros cuando caen en Devoto o alguna de ésas. Te garchan hasta los guardias…
Después de un silencio el Negro concede:
-Está bien loco, está bien. Si muere, lo dejamos... ¿pero dónde?
Juan ya ha pensado en todo
-Al llegar a San Pedrito voy a doblar para el bajo Flores. En algún baldío por la cancha de San Lorenzo lo bajamos. Después subimos a la Richeri, agarramos la 205, Cañuelas, y estamos en casa. Con un poco de suerte en una hora y media estamos morfando una de muzzarella con un buen tinto en el rancho, termina sonriendo.
-¡Cortala chabón, cortala!, no seas hijo de puta. Como podés pensar en morfar con el Cacho muriéndose...

Con la plata que me toque voy a arreglar la casita. Que no se llueva más el techo y que el pibe tenga su pieza... pero primero tenemos que zafar, ¿dónde estaré?... ¿Cómo era que decía Juan? Una casa de cambio en Once, un laburito fácil. A las cinco se van los dos empleados, pero el encargado, un viejo, se queda hasta las siete y media. A esa hora llegamos nosotros y decimos que venimos de parte de Domínguez a comprar unos dólares. El viejo nos abre, lo llevamos adentro y ahí lo apretamos. Salimos como vinimos, y a casa con la guita. Más fácil que quitarle el chupete a un bebé. Y si, parecía fácil, pero se complicó. Quiero llegar a casa, la Rosa debe estar muy loca...

Un aire caliente e inmóvil abrasa la gran ciudad. Los letreros de neón de los comercios brillan a pleno y las vidrieras resplandecientes de la calle y galerías distraen a los peatones. Los colectivos transportan gente que regresa de sus trabajos. Muchachos y chicas se agrupan aquí y allá. Algunos automovilistas conversan con sus acompañantes. Otros, solitarios, escuchan radio o conversan con si mismos.
-Lo que vamos a hacer antes de entrar a Cañuelas, es quemar el auto en algún descampado. Pero vamos a tener que levantar otro. .
El Negro cambia la conversación,
-Ché, ¿cuánta guita calculás que metimos en la bolsa antes que se armara el quilombo? Porque está bastante llena y hay dólares.
-No se, pero mas de cien lucas seguro. Con eso tiramos un rato. Buen morfi, buenos tragos, buenas minas y un poco de la buena. ¿Qué tal...? responde Juan con ojos brillantes. Luego su mirada se ensombrece y agrega:
-¿Como va el Cacho...?
- No sé, respira para el carajo y no se mueve nada… ¿Qué hacés, porque doblas para la vía?
-Voy a agarrar Yerbal, después Nazca y le metemos por San Pedrito a la Richeri como te dije antes. ¿Le vaciaste los bolsillos al Cacho?
-Escucháme, dice el Negro remarcando las palabras. -Lo vamos a dejar, si muere, mientras viva sigue con nosotros.
Juan se impacienta.
-Mirá Negro, ¡no seas boludo! El Cacho perdió, no tiene vuelta. Va a vivir un rato más y chau, se acabó, ¿la cazás...? Y ahora nos está complicando. En un coche limpio con la cédula verde y nuestros documentos podemos viajar a velocidad normal con las ventanillas bajas, tan panchos, sin despertar sospechas. Y aunque nos paren no se van a avivar. Pero con él, hecho bolsa y chorreando sangre, estamos cagados. ¡Hay que largarlo Negro!, ¿me oís bien? ¡Hay que largarlo!

¿De donde los sacaste Negro? Seguro que te los dio Juan. Ya se que sin fierros no se puede hacer un laburo, pero yo no sé ni por donde se agarran. Bueno tenémelo vos y me lo das en el auto. No quiero que lo vea la Rosa. Qué oscuro que está todo, y qué frío. Qué bien me vendría un faso...

Juan golpea con rabia el volante.
-¡La puta que los parió! Mirá, en la esquina de Ramón Falcón está parado un patrullero, y el semáforo en rojo. Tené el fierro preparado. Si hacen cualquier gesto raro les tiramos y rajamos.
- Pará bolu, están conversando muy tranquilos y la puerta baleada está del otro lado. No la pueden ver. Si les tiramos nos van a boletear, son cuatro.
Juan le sigue pegando al volante con impaciencia,
-¡Vamos semáforo hijo de puta ponete verde, carajo! Si ya tienen la descripción del auto, cagamos.
El Negro, que no les quita el ojo al patrullero, tranquiliza.
-Deben estar contando cuentos porque se están cagando de risa... ahí cambia el semáforo, menos mal. ¡Rajemos!


¡No le pegues más Juan, lo estás matando. El viejo nos dio todo lo que había, y es bastante. ¿Qué decís Negrito? Que hay un policía en la puerta... ¿de dónde salió, que quiere? Debe haber notado algo raro. El viejo dice que es el policía de ronda y que la casa le paga extra para que vigile. Que si él no sale y le dice que está todo bien va a hacer algo. Viste Negro, yo sabía que iba a haber lío. El viejo marcado como está no puede asomarse. Juan dice que el viejo se limpie la cara, le abra la puerta y lo haga pasar. Está loco, ¿que quiere hacer?



Ahora Juan habla con tono decidido.
-Ché, ¿qué pasa con el Cacho? Ya estamos llegando al bajo, vamos a tener que dejarlo. No quiero otro susto como el de recién. Paramos un auto como la gente, le sacamos los pelpas al chabón y lo metemos en el baúl. Después lo largamos en medio del campo. Pero hasta allí vamos a tener que ir en los dos autos, así quemamos éste.
-Mirá viejo, vos hacé lo que quieras, pero yo te digo que mientras el Cacho esté vivo no lo dejo. Es mi amigo, yo lo metí en esto y me salvo o me hundo con él. Y la voz del Negro suena muy firme.

Que silencio y que oscuridad. ¿Qué hora será? La Rosa me debe haber preparado la cena y estará sentada en la cocina esperándome... debo estar dormido ¿porqué no despertaré en casa? Negro, el viejo abrió la puerta y está hablando con el cana. Juan está detrás de la puerta escuchando y lo tiene encañonado. ¡Que hijo de puta, le batió! El cana salió de raje y Juan lo está culateando en la cabeza al viejo. Lo está matando. ¡Vamos Negro, se pudrió todo, rajemos al auto!

Han sobrepasado la rotonda de Avenida del Trabajo y Juan continúa hacia el sur, dobla y se interna en un descampado. Detiene el auto y apaga las luces.
- Che, ésto es como estar en medio del campo. Acá nos van a afanar a nosotros... -¿Porqué parás? dice el Negro, y hay preocupación en su voz.
La respuesta es glacial.
-Tenemos que dejar al Cacho. Este es el lugar.

Dale corré Negro, corré! El cana nos está tirando, mirá como está la puerta de atrás del auto. Juan también tira y me parece que le dio en el estómago al cana. Lo vi caer. ¡Vamos, Negro, vamos! Dale subí atrás, yo voy adelante con Juan, que ahí llega. ¡Negro, Negro, agarrame, me caigo! Algo me pegó en la espalda. ¡Dios, que dolor! No me puedo mover. ¡No me dejes Negro, por favor! ¡Ayudame a subir, ayudame!... Siento aire fresco, olor a campo, como aquellos domingos cuando salíamos a pasear con la Rosa por las afueras del pueblo. Ella estaba tan linda y yo tan feliz. Que ganas tengo de estar en casa.

En la zona no hay iluminación y la noche clara apenas permite distinguir los rostros de ambos. Juan ha bajado del auto. Abre la puerta trasera y toma de los pies al herido.
-Me duele tanto como a vos, Negro. Pero éste negocio es así. Hasta aquí llegó Cacho.
La voz del negro, helada, corta la oscuridad,
-Te dije que mientras viva no lo dejo. Y está vivo. Subí al auto y seguí manejando, se queda con nosotros.
-Vamos a hacer lo que yo digo. Te estoy apuntando con la pistola...
El Negro solo responde.
-Yo también...

Negro, Juan, apurensé, los de Lobos ya están en la canchita y el desafío lo hicimos nosotros. Hoy los goleamos a esos fanfarrones. Está bien Juan, vos sos el capitán como siempre. Pero yo al arco no voy. La Rosa va a venir al partido y quiero que me vea hacer un gol. Saben una cosa muchachos, quiero ganar. Pero jugando con ustedes no me importaría mucho perder. Y creo que a la Rosa lo que le importa es estar conmigo y nada mas.
Como oscurece..., no veo nada y tengo miedo.
Rosa no me dejes, dame la mano...


Los dos estampidos simultáneos, suenan como uno solo. El Negro, ya está muerto cuando cae sobre el cuerpo de Cacho, con una bala en el pecho. Juan, recibe el impacto en el medio de la frente y queda inmóvil sobre los yuyos con los ojos muy abiertos hacia el cielo estrellado de verano.
El aire muy cálido de la noche, está perfumado con el aroma de la vegetación suburbana. En la oscuridad que envuelve la escena, el silencio solo es quebrado por el canto de los grillos y el distante rumor de la ciudad.





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Texto agregado el 15-04-2005, y leído por 11388 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
12-08-2008 Agil, muy bueno! ElnegroHinojo
08-01-2006 Este negro nos hace vivir cada momento, el lector está en el asiento delantero, del lado derecho. Si hasta de vez en cuando se dá vuelta para saber cómo sigue el Cacho. Una joya que excede a los mejores trabajos de los aficionados al género. ergo ergozsoft
12-10-2005 Qué pelotudos resultaron, negroviejo, yo me había encariñado y hasta pensé que les iba a salir bien lo del atraco. Me gustó mucho su manera, el "paseo en coche", el quía nublado por las escenas que lo han condenado, y los otros discutiendo... En fin, le salió redondo. Saludos. guy
11-07-2005 Me gustó mucho tu cuento. Lo encuentro muy bien narrado y mantiene el suspenso hasta el final. Los personajes son tan reales que parece que los tienes a mano para gritarles que no lo dejen. Te felicito. castillo
10-05-2005 Me gusto tu relato tiene esa locura que es producto de la desperacion. La idea de dos textos paralelos jugando con el tiempo esta bien resuelta>Bravo manes
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