Soy tierra, soy mujer, soy simplemente un ser que habita, que pertenece a un país lleno de magia y de encanto: México.

Crecí teniendo al templo mayor de testigo y a la catedral de cómplice, así es, florecí aquí, en la fecunda ciudad de México tan llena de luces, de anuncios para ser feliz, tan llena de contrastes y de coches, de edificios inteligentes y de pobres muy pobres; ciudad cargada de prisas y de sueños, de días cortos y largas noches.

Yo, repito, soy mujer como la hierba por que el destino así lo quiso, con todas las maravillas que eso implica y también con todo el sufrimiento y el dolor que puede cargar una en tantos años y en tanta vida. Redimida ante los ojos del pequeño que arrullo en mi regazo; a través de su mirada soy la heroína de la historia, la invencible, la que nunca se cansa, la que tiene todas las respuestas y la que sabe curar con besos las heridas más profundas. Él, fuente inagotable de ternura, tan lleno de vida que arremete como ese remolino que dibujan sus cabellos, incansable, ávido de conocer todo y a todos y es que se quiere chupar el mundo entre los dedos y beberse el mar en su mamila.

Yo, mujer por derecho divino, profesionista y madre, recorro los caminos que van dictando mis pasos por laderas inciertas pero ciertamente mías; y abrazo la vida, y me aferro a vivirla intensamente, por que después de todo nunca hay tiempo suficiente...