Cada vez que escribo lo siento: es una sed desesperante por expresar el sentimiento del momento. Por ello, si mi literatura no es la mejor me disculpo, pues mi único deseo es dejar escapar esos demonios que me acosan, esas emociones reprimidas, esas historias que comprendo, aunque nunca las haya vivido.

Mi nombre es Silvia Sáyago Baez, originaria del Distrito Federal, México. Tengo 43 años y me gradué en Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de México. Durante algunos años me desempeñé como reportera en semanarios pequeños y como correctora de estilo en diarios. Tuve un pequeño Internet y actualmente tomo trabajos eventuales. Tengo una preciosa niña metalera de 18. Todos los días escribo cuentos cortos y poesía, lo que en realidad es mi mayor gratificación profesional, pues el periodismo nunca fue mi pasión. Además estoy construyendo una novela, la que espero poder publicar cuando tenga el dinero suficiente.
Leer y escribir son mis dos pasatiempos.
Sin embargo, mi corazón infantil se inclina demasiado por la ficción japonesa, así que colecciono anime y manga. Muchas personas me preguntan por qué, y la razón es que en este tipo de entretenimiento he encontrado historias más originales y divertidas las cuales, a mi gusto, no tienen parangón en la literatura actual. Admiro profundamente a los samuráis. No olvido que su oficio era matar, pero detrás de tanta disciplina, entereza y entrega algún defecto tenían que tener.
Por otra parte la literatura que prefiero son los clásicos del romanticismo francés, aunque en general estos son mis autores favoritos: Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Oscar Wilde, Torcuato Luca de Tena, Fiodor Dostoievski, Carlos Fuentes y Vicente Riva Palacio.
Tengo sólo una advertencia que hacer: mi naturaleza es melancólica, por lo que adoro las causas pérdidas y las historias fúnebres.

Dejo ahora un poema-cuento, el que más me gusta:

RONIN

Un Samurai
En su vida rota
Buscó un dueño.
Al paso del tiempo
Lo encontró.
Peleó a su lado,
Lo protegió.
Su sangre vertió
Más de una vez
Por la gloria
De su señor.
Entonces llegó
El día aciago
Que la mano protectora
Abandonó su hombro.
Fue como la traición
De tu Dios verdadero.
Aquel señor
Lo dejó de nuevo.
Le dio las gracias,
Lo arropó,
Lo envió muy lejos.
Así empezó su viaje.
Y de famoso samurai
Pasó a vagabundo:
Otro ronin
Sin futuro,
Sin meta alguna.
Al atardecer del
Día tercero
Ronin miró
Su equipaje.
Nada tenía,
Nada había reservado,
Solo libertad completa
Para realizar sus actos.
Lloró como lloran
Los guerreros salvajes:
Con el rostro sereno
La mirada errante.
La tristeza era tanta
Que en desesperado intento
Murmuró su adiós
Se alejó del pueblo
Y cometió Seppuku
Al atardecer doliente
Obsequió su último aliento.