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EPyeP,11.05.2012
El desalmante

Una vez más se veía cercado, el palurdo amenazante se acercaba, entre risas y bravatas. Malditos fueran todos. Él agarró del brazo que intentaba agredirle y le arrojó por las escaleras.
La verdad es que fue bastante desagradable, sobre todo para el otro, y el crujido de los huesos botadores resultó muy antiestético, sin la menor armonía. Aún así, no dejó de tener su encanto. Era una obra joven, innovadora, casi poética, de alguna retorcida manera. Retorcida, sobre todo, por la forma en que las cabezas astilladas de los huesos salían de la piel.
Sonrió casi enternecido, pero se dio cuenta de que aquello tendría consecuencias. El desmadejado no iba a levantarse de buen humor, y lo más probable es que no se levantase en absoluto. Y él tendría que pagar por lo que había ocurrido. Parecía claro que tenía un problema.
Pero qué diablos, había valido la pena, sin duda alguna. Había sido divertido. Lo demás, fuera como tuviera que ser. Sin embargo, lamentaba que se le estropease la existencia en aquel momento, cuando acababa de encontrarle atractivo a la vida, sobre todo a su mutis. Desearía no tener que afrontar las consecuencias. No por las consecuencias en sí, sino porque descubrió que aún tenía mucho por probar.
Entonces hubo un fogonazo, un destello, una humareda, un olor súbito e intestino que surgió de la nada y le ocultó a las miradas de horror de los allí reunidos. Nadie pudo decir qué había ocurrido, pero pronto no hubo tampoco nadie para decirlo. Solo estuvo él, infinitamente olvidado en mitad de un abismo negro que no tenía paredes, ni suelo ni cielo, pero del que no se caía ni podía pisar. No había nada, nada en absoluto.
-Bienvenido —le habló una voz, que son quienes suelen hablar.
-¿Quién eres tú? —atacó receloso el asesino aficionado.
-Oh, eso no tiene ninguna importancia —respondió jocosa— Me llaman el Oferente, pero supongo que eso da igual ahora mismo.
-¿Oferente? ¿Y qué me ofreces?
-¡Ah! Me gusta cómo relacionas ideas, sí. Bien, sí que tengo algo que ofrecerte. Digamos que he visto lo que has hecho y tengo ciertos intereses en todo ello. Tienes un talento que no me gustaría ver desperdiciado. ¿Te gustaría que las cosas siguieran como están?
-¿Como están? Ahora mismo estoy encerrado en un lugar negro y extraño, que no conozco y que no me gusta nada… No sé si me interesa.
-Me refiero a cómo eran las cosas antes de que… bueno, de que tu amigo tuviera un accidente por las escaleras.
-¿Eso? ¡Eso acaba de ocurrir, aún no ha cambiado nada!
-Pero cambiará. Lo sabes, ¿verdad? Por eso estabas angustiado. Sabes que no serán unas buenas consecuencias. ¿No quieres seguir con esta nueva afición que acabas de descubrir?
-Pues la verdad es que sí, parece ser bastante entretenida.
-Bien, eso es sencillo: las consecuencias de tus actos se deben a que la gente considera que eres un malvado por haber arrebatado una vida.
-¡Se lo merecía!
-No lo dudo. En cualquier caso, es posible evitar eso. Simplemente, hay que evitar que la gente sienta lástima, o se sienta identificado con ese hombre. Para ello, hay que quitarle lo que tienen en común todos los seres: hay que quitarle el alma.
-¿Eso se puede hacer?
-Yo puedo. Me gustan las almas, son una mercancía muy útil y valiosa. Y con tu ayuda puedo hacerme con esta. Entonces nadie miraría la muerte de este hombre como algo terrible.
-¿Y por qué me necesitas a mí?
-Bueno, digamos que necesito parte de tu… creatividad para poder hacerme con ella. Tú eres un hombre, yo… yo soy otra cosa. Tú tienes un enorme poder, pero no sabes controlarlo. Yo sé controlarlos, pero no los tengo. En conclusión, si te unes a mí, podemos hacer grandes cosas.
-Bueno, ¿qué puedo perder?
-Oh, eso no es asunto mío. ¿Aceptas, entonces?
-De acuerdo —afirmó, sin pensar demasiado. Estaba hablando con una nada. No era momento de ser quisquilloso.
De alguna forma, sintió que había dado un apretón de manos. Hubo un parpadeo universal y ominoso, una sacudida de algo que no se debería poder sacudir, y se vio donde antes.
Volvió a un mundo igual a aquel del que había partido, aún con el curioso cadáver desmadejado al final de los escalones asesinos.
Y la gente lo miraba, pero con curiosidad. No había miedo, ni odio, ni rabia, ni nada por el estilo. Estaban bien, estaban tranquilos. Ese hombre no les producía nada, no lo veían como un hombre.
-No manches tanto, por favor —le dijo un buen vecino, para su maravilla. Y eso fue todo.
Él sonrió y se imaginó las posibilidades. Eran muchas y muy interesantes. Salió a la busca de más cosas. Todo era nuevo, maravilloso, verdadero y libre. Lo disfrutaría.
Podía matar gente, podía destrozar cuerpos que pronto se quedaban vacíos, eran simples cáscaras, sacos de vísceras y sangre sin nada de interés. Así que podía seguir creando. El extraño oferente que le había hablado, o lo que hubiera hecho, se quedaba con las almas, cierto, pero eso no era asunto suyo.
Esperaba que las estuviera utilizando bien, y que no las estropease. En el fondo, él mismo sentía cierta compasión por lo ocurrido. Les mataba y disfrutaba con sus cuerpos dolientes, pero no les guardaba rencor.

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