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mauriki2,26.01.2005
Estos son algunos post que coloqué en mi página http://www.mauric... y constituyen una especie de reseña o bitácora sobre la novela ´póstuma de Bolaño, 2666

La parte de los críticos
La canonización del escritor y la búsqueda

Unos cuantos días después de leer la primera parte de 2666, La parte de los críticos, advierto, inusualmente (porque es algo que salta a la vista), las raíces que comparten 2666 y Los detectives salvajes, las dos novelas prismáticas de Roberto Bolaño, sus novelas gemelas. Antes me había puesto a elucubrar sobre ciertos parentescos con otras novelas, con algo de Humboldt´s Gift, por ejemplo, o con la significativa búsqueda norteamericana de sus glorias literarias, la visita al maestro, como en Henry James o en Philip Roth. Después salta a la vista lo evidente, que la búsqueda que los críticos hacen de la figura de Benno Von Archimboldi no es otra que la búsqueda que en su momento llevan a cabo Arturo Belano y Ulises Lima de la poetisa Cesárea Tinajero. Estructuralmente, repito, es evidente. Lo que no lo es tanto, es el cambio íntimo que de sus búsquedas hacen los protagonistas. Aquí subyace una idea que ha batallado durante el siglo xx en las poéticas y en las academias, la idea del escritor enfrentado a su obra, donde en Bolaño al menos, percibimos como una batalla en la que el escritor, carne y hueso, resulta vencedor. Es un tema recurrente a la hora de hablar de Bolaño, la aparente confusión entre vida y arte, entre realidad y ficción. Pero días después me pongo a pensar que tal similitud ha cambiado sustancialmente. No sólo en un plano formal, no en que Belano y Lima son ahora cuatro críticos de fama internacional, sino en algo más esencial. Cuando leemos 2666, al menos yo, no podía quitarme de la cabeza este objetivo estúpido de los cuatro críticos por darle el lugar que se merece a Beno Von Archimboldi, un objetivo que Archimboldi nunca pidió. Y aquí vemos que esta búsqueda, la trivialización del autor por sus mejores lectores, es el primer peligro que corre Archimboldi. Como si la crítica estuviera pasando una dura prueba para justificarse ante lo que le da sentido, la obra de arte. Incluso hablamos del Nóbel para Archimboldi, el fantasma que tarde o temprano habría perseguido, no sé si de manera seria y contundente, al mismo Bolaño. En Los detectives salvajes, hasta donde recuerdo, esta canonización del escritor carecía de argumentos. Me recuerdo viendo la búsqueda de Arturo Belano y de Ulises Lima más como la búsqueda personal que la búsqueda de una obra. En este caso Cesárea Tinajero estaba lejos de representar lo último de lo último en cuanto a estatus literario se refiere. Con una alocución barata, digamos que Arturo Belano y Ulises Lima se buscaban a sí mismo, pero no buscaban justificarse como los críticos de 2666, cuyas vidas están encaminadas a dar a conocer al mundo a este escritor desconocido y grandioso, del que sólo sabemos que es un gigante y poseedor de unos tristes ojos azules. Entonces me pongo a pensar irremediablemente si no estará sucediendo lo mismo con Bolaño, si esta horda de reseñas, artículos, homenajes, (estas mismas palabras) no estarán menoscabando su misma obra. Una preocupación estúpida teniendo en cuenta los tantísimos fans que le salan a cada paso. Pienso que una lectura más o menos seria de la obra de Bolaño tendría que responder al tanteo por lo menos, lo que se da como un hecho, la influencia de Bolaño, los nuevos caminos que ha abierto para la literatura. Se dice fácil. Bolaño es el escritor más influyente de los últimos años. ¿Pero por qué él? Por qué no Vila- Matas o algún otro? ¿Qué tiene Bolaño que no tiene el resto? Con una de mis frivolidades típicas puedo soltar palabras idiotas, su valentía ¿qué valentía? ¿qué tipo de valentía? ¿hacia qué? o su actitud, las mismas preguntas. Al menos creo que yo sí me considero un lector de Bolaño, no un lector incondicional porque hay trucos bolañescos que veo muy seguido y me molestan. Pero no olvido la sensación que me produjo leer Llamadas telefónicas, los varios cuentos que me parecieron los mejores que había leído en mucho tiempo en lengua española. Pero eso no contesta a la pregunta de por qué Bolaño es tan influyente. ¿Por qué el?

2666, (2)
La parte de Amalfitano
Hora de la comida. Cielo despejado. Releo la primera parte de mi reseña y descubro las inconsistencias, las ideas sin desarrollar. Esta mañana he terminado de leer la tercera novela, La parte de Fate, con el sentimiento que antes me habían provocado otros libros de Bolaño, como Estrella distante, como ciertas partes de Los detectives salvajes. Un sentimiento de extrañeza por acumulamiento, la sensación de que has pasado por una experiencia y la sigues experimentando. Después de una mañana calurosa consideraciones de este tipo parecen ajenas. Miro a mi alrededor y contemplo mi realidad, la música de los vecinos a todo volumen (vecinos que viven a una cuadra pero cuyos aparatos de música de última generación son capaces de hacer vibrar un radio de treinta metros), la habitación desaseada, yo mismo en una postura algo cavilante y descuidada. Si esto se alargara, como llegó a sucederme en temporadas cuando acudía a la universidad, si esto se alargara el efecto de extrañeza se vería devorado por la abyección, primero, luego por la falta de entusiasmo, y finalmente por la decepción. Y poco a poco, con el paso de los días, se vería más remota la posibilidad de recomenzar con una sonrisa de felicidad, con ganas de hacer las cosas. Recuerdo que a los siete u ocho años solía sentirme visitado por las ilustraciones de mi libro de lecturas de la primaria. Recuerdo que las figuras de Dafnis y Cloe se trasponían a la realidad y aparecían cada noche para ponerme los pelos de punta. Fue algo que duró cerca de un mes. Ya he platicado de esto antes. Hasta que mi madre difundió el rumor, colocó una virgen en la pared por consejo de una vecina e inmediatamente las apariciones cesaron. Por eso cada vez que me hablan de visiones o cosas por el estilo no lo dudo ni un momento. Yo había puesto las ilustraciones de mi libro de lecturas en mi propia habitación. Me atraían y me atemorizaban. Y en cierta medida sigue sucediendo con las cosas que te atemorizan o te fascinan. Mi propensión a soñar con accidentes aéreos, por ejemplo. Ayer que leí La parte de Amalfitano pensé, por principio de cuentas, que no era una parte buena, que se le veía descuidada, sin mucho sentido. La descomposición psicológica de Amalfitano parecía demasiado explícita. Eso, desde un punto de vista estrictamente literario. Pero cuando miro a mi alrededor y descubro algunas de las cosas que rodeaban a Amalfitano (esta realidad únicamente mexicana, asquerosa), me siento un poco más cercano a sus temores y sus obsesiones. Lo otro, su mujer huyendo para reencontrarse con el poeta que la hechizó en su juventud, que una noche la poseyó frente a sus amigos, y que después fue a parar al manicomio, eso ya es lo bolañesco por excelencia. La inserción de la realidad literaria en la realidad real, por así decir, la obsesión por las figuras literarias, más explícitamente por la figura del escritor que ha preferido el anonimato y la oscuridad. Y con ello la aparición de alguien que se cree obligado a redimirlo. Ese es el Bolaño que se ve a primera vista. Uno de sus recurrencias favoritas. Lola, la mujer de Amalfitano, prefiere abandonar a su hija y a su hombre para ir al encuentro de este poeta senil, que debe ser rescatado de la oscuridad, y que finalmente no siente el menor aprecio por esta mujer “liberada”, de izquierda, poética, atávica, estúpida. Es esta recurrencia la que a veces hace flaquear a Bolaño, la necesidad de esta incesante búsqueda de una figura literaria a la que nadie le puede probar sus méritos sino unos cuantos discípulos convencidos de su valía para el mundo. Puaf. Otra visita al maestro, otra cópula frustrada con el maestro. Afortunadamente la figura de Amalfitano se muestra más cercana aunque la factura de esta parte deje dudas. Sin embargo, es necesario ver como Bolaño la empotra con La parte de Fate, para ver en toda su plenitud la figura de un Amalfitano no sólo en descomposición intelectual y emocional (como bien han atestiguado los críticos y la propia Lola) sino consciente de que su destino en Santa Teresa está marcado. Así vemos, en La parte de Fate, que su única salvación consiste en salvar a su hija Rosa. No sé qué más decir. Amalfitano es el único personaje empotrado en las tres primeras partes y el que por debajo parece darles unidad más allá de Santa Teresa, más allá de los asesinatos que han comenzado a vislumbrarse. Entre todo ese montón de basura norteña, ¿hay algún escritor que se haya atrevido a tocar el tema, fuera de periodistas o de González Rodríguez? No lo creo. Sólo se han dedicado a plasmar el folclor de la frontera, el folclor de la frontera (que no es poco, la verdad) pero no creo que ninguno haya logrado crear la atmósfera. Y cuando pasaba las últimas páginas de Fate, la atmósfera opresiva e irreal de Santa Teresa comienza a atacarte, y entonces los cadáveres de las mujeres asesinadas, todas esas imágenes que has visto por televisión, te llegan de golpe. Y no ha habido necesidad de sorrajarle ningún balazo en la nuca en nadie, al menos no por el momento. A riesgo de convertirme en apologista de Bolaño, acepto que esta novela me ha cautivado. Y presiento que viene lo mejor. Mierda!



La parte de Fate.
¿Cuando empezó todo?, pensó. ¿En qué me sumergí? Un oscuro lago azteca vagamente familiar. La pesadilla.

Quincy Williams, mejor conocido como Oscar Fate, tenía treinta años cuando murió su madre. A partir de ese momento su vida transcurrirá a través de ese lago azteca cuya profundidad es difícil de describir y cuyos misterios resultan inaccesibles. Para comentar un poco esta parte de 2666 hace falta un poco de misterio barato, suspense con agua. Es la historia del conferencista y predicador Barry Seaman, el que en sus tiempos fundara junto a Marius Sewell el movimiento de las Panteras Negras, y experto, también, en cocinar costillas de cerdo. Es la historia de Merolino Fernández, el fugaz semipesado del boxeo mexicano. Es la historia de Chucho Flores y de Charly Cruz, de Rosa Méndez y de Rosa Amalfitano. Es el primer vislumbre de la realidad de Santa Teresa a través no de los ojos sino de los intestinos de Oscar Fate. Desde un comienzo uno advierte la influencia de la narrativa estadounidense, su factualidad, algo muy lejano ya a La parte de los críticos donde el ejercicio bolañesco se mostraba de pronto mezquino, donde nos refería las voces y las pláticas pero donde nunca escuchábamos realmente a los personajes. En La parte de Oscar Fate, en cambio, los personajes se alejan de Bolaño y de lo bolañesco y siguen un rumbo independiente. Y uno lo agradece. Tiene algo de un tema recurrente, y que en referencia a México casi se trata de un subgénero, el personaje extranjero que se hunde en el abismo de las ciudades y la realidad mexicana (Lowry, Lawrence, Greene, Bellow, el mismo Bolaño, Fresán, ) pero que supera al no ajustarse a lo folclórico y simpático (lo mismo que sus antecesores, no digo que ello no) Es lo que uno admira, la capacidad de Bolaño para plasmar la realidad de Santa Teresa sin caer en trucos baratos, en enumeraciones idiotas. Al final Fate vislumbrará un poco de la pesadilla de Santa Teresa y el primer párrafo tendrá sentido: ¿Cómo salir de aquí? ¿Cómo controlar la situación? Y luego otras preguntas:¿ Realmente quería salir? Es la parte que más he disfrutado, la de la narración pura. Ayer tenía muchas ideas para escribir pero hoy se han esfumado, lo que habla de la superficialidad de mis ideas. Lo que me sucede con esta parte es que la acción pura no permite decir nada sino: Léela. Lee la historia de Fate y de Rosa Amalfitano, lee su gira por las calles y los bares de Santa Teresa, contempla a Rosa Amalfitano, a Charly Cruz, el rey de los vídeos.



2666, (4) La parte de los crímenes.

La muerta apareció en un pequeño descampado en la colonia Las Flores. Vestía camiseta blanca de manga larga y falda de color amarillo hasta las rodillas, de una talla superior.

Unos tres años atrás, creo, acudí a una conferencia de Sergio González Rodríguez incluida en el tema de las muertas de Juárez. Un hombre pequeño, de ojos vidriosos y grandes, cabellera alborotada, y que parecía haberse resignado a provocar morbo e interés de la peor manera, la de la crónica imperturbable de unas cuantas centenas de asesinatos. Hasta cierto punto es cierto. Hay morbo en ello en la misma cantidad que hay interés y eso es lo que sucede, en 2666, con La parte de los crímenes. No es raro, por supuesto, la aparición súbita de un personaje llamado Sergio González Rodríguez, periodista cultural del DF, ni que los hechos narrados en esta parte se yuxtapongan a los sucesos reales, como el apresamiento de un extranjero (que en la novela se trata del alemán Hass –que a la larga descubriremos como el nieto de Archimboldi-) como responsable de los asesinatos, o el asesinato de la turista holandesa (personificada en la novela como Lynn Ann Sanders) o los móviles, ajustados a final de cuentas a la teoría de la conspiración que el propio Sergio González planteó: una logia de figuras poderosas que llevaban a cabo ritos cruelmente sexuales que terminaban en la muerte de mujeres en la ciudad de Ciudad Juárez.
Y quizá este sea el talón de Aquiles de esta novela, si agregamos, además, la lista inacabable de los asesinatos, cientos de niñas muertas y violadas cruelmente. Lo que es verdad es que esa aparente trivialización del asunto (una crónica más o menos forense de los asesinatos) coincide plenamente con la trivialización que se produjo en el país a raíz de los asesinatos de Ciudad Juárez, más de cuatrocientos a la fecha, y que sólo resurge tras la aparición de un libro o un cortometraje, para después hundirse una vez más en su miseria, en la falta de resultados. Lo que, en Bolaño, provoca un juego de espejos porque si es cierto que uno podría pensar en una suerte de novela policíaca, también es cierto que, como en toda novela policíaca, uno se creería con la certeza de hallarse finalmente ante un encadenamiento lógico de elementos aparentemente dispares. Pero no es una novela policíaca. Quién sabe qué mierda es. Una crónica, el reportaje ficcionalizado de la realidad de Santa Teresa, o sea, la realidad del tercer mundo aquejado por los vicios de su industrialización. Sin contar que en la realidad el caso continúa abierto.
Pero qué es La parte de los crímenes. Es la historia del policía Juan de Dios Martínez, la historia del policía adolescente Lalo Cura (que nada tiene ver con la locura), es la historia de Klaus Hass, acusado de usar su negocio de computadoras para atraer mujeres trabajadoras (algo que tiene su similar en las investigaciones reales) y su adquisición de un conocimiento que sólo se logra en los más bajos fondos, en este caso, en la cárcel de Santa Teresa. Pero sobre todo es la historia de cientos de mujeres violadas y asesinadas impunemente. Y, por supuesto, es una historia sin final, aunque Bolaño ponga de relieve la teoría de la conspiración de su amigo Sergio González Rodríguez. Una logia que contrata mujeres para sus orgías y que son asesinadas por dos sicarios del narcotráfico antes de ser arrojadas en cualquier parte, esto último según González Rodríguez. Si lo pensamos nuevamente puede que caigamos en el lugar común inevitable a la hora de hablar de las subhistorias; podría decir que como dice Hemingway sólo una parte del iceberg es visible para nosotros y que el resto permanece escondido como el núcleo que soporta los actos de los personajes, el núcleo que da sentido a los actos más descabellados o a los actos más heroicos. A lo mejor eso le funciona a Hemingway y a quienes lo siguen repitiendo sin cansancio, pero lo que veo en Bolaño es todo lo contrario, un afán de dejar al descubierto lo que sucede y dejarlo así, como si tal cosa. Un narrador adepto a los eufemismos, un narrador que crea misterio no por el misterio mismo sino por la descontextualización y por los diálogos imprevistos. Sin embargo creo que ese fue el hallazgo de Bolaño y es bueno que haga uso de él. A algunos les aburrirá la larga crónica de La parte de los crímenes. A otros no. Lo cierto es que Bolaño se atrevió a hacerlo y creo que no sale mal parado.
En cualquier caso ha escrito una historia policíaca sin culpables, y sin condena, como debe ser.


2666, (5). Y último. pp. 795-1119
La parte de Archimboldi.

Terminé la novela. Y La parte de Archimboldi, sin asomo de dudas, es la novela que más he disfrutado. Si en la novela anterior nos encontramos con una galería inmensa de autopsias, una galería que parecía contener vida pero que en realidad no era así: la larga lista de mujeres y niñas de las que sólo captamos un guiño y una mirada, pues en esta ocasión el proceso es el contrario y la recompensa resulta una galería igualmente inmensa de personajes e historias, cada uno una cervical en la vida del escritor y soldado Benno Von Archimboldi. Es, además, una novela iniciática, de formación, una novela de artista con tonos vieneses, una novela de aventuras y al final una amplia reflexión sobre el papel de la literatura en la vida de un hombre. Esto es lo más interesante. Parece que Bolaño pone la experiencia sobre la literatura, y si resulta mejor, la experiencia dotada de sentido a través de la literatura. No es la novela clásica sobre el proceso formativo de un escritor, sus obsesiones, su imposibilidad de escribir, esas cosas. Al contrario, la literatura se reduce a un sistema práctico de aprehensión del mundo. No hay solipsismos baratos (al menos yo no los vi), no hay una visión del mundo restringida por la visión del arte. Lo que hay es una sed tremenda de contar historias, así de tonto. Y quizá, cuando hablamos de la maestría bolañesca- algo que no habíamos entendido bien, o no quisimos aceptar, o las editoriales y los críticos nos vendieron-, quizá nos referíamos intuitivamente a su capacidad para encontrar historias en cuanto estuviera al alcance de su mirada. La parte de Archimboldi revela mejor que nada esa capacidad suya, admirable, de llevarnos de la mano entre decenas y decenas de historias de otras tantas posibles novelas. Ya he dicho que no me quiero comportar como un incondicional de Bolaño. Pero se ve difícil últimamente hallar un escritor con la madera que él tuvo. Aquí pueden lanzarme una botella y romperme la cabeza. Habría muchas cosas que decir sobre esta novela. Dejo a los críticos profesionales y a los académicos decidir si esta novela vale la pena o no. Muchos, como es normal, criticarán el lado flaco. Hay una manera vívida de hacer crítica y ser inteligentes y esa se sostiene en hallar, siempre y a todo costo, los puntos débiles del enemigo ofuscando de esa manera lo bueno que pudiera tener. Pero en la balanza 2666 se sostiene como un trabajo valiente y claro, como el ejercicio tremebundo de un escritor que se atrevió a contarnos hasta la última historia posible, aunque esto diste mucho de ser así.
La lección de Bolaño, en este caso, no es una lección de estilo ni mucho menos. No ha instalado un canon y no sé si ha abierto caminos. Pero ha mostrado algo que a veces se olvida, que la literatura vale la pena, y que en ella los hombres pueden ser felices o desdichados tan sólo por el mérito de sus propios esfuerzos.

Nota al margen de 2666

Leyendo un poco las reseñas sobre 2666 disponibles en la red me encuentro con opiniones que con el paso del tiempo se van convirtiendo en lugares comunes. El hecho, por ejemplo, de que Bolaño hubiera casi ofrendado su vida por escribir esta novela. O su decisión de publicar 2666 en cinco novelas algo “más llevadero y rentable, para sus editores tanto como para sus herederos, con cinco novelas independientes, de corta o mediana extensión, antes que con una sola descomunal, vastísima, y para colmo no completamente concluida.” Estos dos simples asertos, en mi opinión, han influido mucho en esas reseñas. Los reseñistas han hecho un balance cuantitativo, primero, comparando la novela con otras sólo por su extensión, mientras que por otro lado nos encontramos con un balance nostálgico, la pérdida de Bolaño, la nostalgia por las obras que pudo habernos dado y ya no nos dio. Por supuesto hace falta tiempo para criticar bien cada una de las novelas. Y un día, seguramente, un grupo de académicos gringos pondrá al día la contabilidad de personajes de este inmenso trabajo. Y el relieve que una ciudad imaginaria como Santa Teresa tiene para las letras hispanoamericanas, tan en deuda con las ciudades de la imaginación, y quizá se hablé de esta ciudad fantasmal y terrible en comparación con otras ciudades imaginarias. Macondo, Comala. Y quizá de cierta poética de la violencia, tan de moda, como La virgen de los sicarios, o esas novelas que han puesto como tema la realidad violenta y resignada de sociedades católicas y preindustriales, con un pie en el primer mundo de las apariencias.
Pero 2666 no se estancó en un solo tema. No denuncia simplonamente la violencia, tampoco se escuda en ella para crear un lenguaje desaforado y estúpido. También es un paseo por la historia de Europa, sólo un paseo, y por el de los caminos encontrados de la literatura y la obligación que se le ha dado de encumbrarse incluso pese a sí misma. Y es un alegato contra las sociedades industriales en un mundo marginado; y también un paseo íntimo por un país desgarrado, perdón por el lirismo, y víctima de los elementos más nocivos e idiotas.
A estas alturas parecería que me he convertido en incondicional de Bolaño. Digamos que me he convertido en incondicional de su visión de la literatura, la que por momentos parece más importante que cualquier otra cosa. Quiero decir, me he convertido en incondicional de cierta moral. Prefiero, a estas alturas, un escritor como Bolaño, una isla, a muchos escritores que pululan por ahí haciéndose el favor unos a otros, ansiosos por las cátedras y las becas y los puestos en el gobierno. Esos escritores puñeteros en cuyas novelas de coyuntura el personaje se halla –qué casualidad- en el momento justo y preciso y rodeado de las personas claves y decisivas, todo para reflexionar, con una mano en la polla, sobre la historia de la humanidad. The hell with them! A estas alturas, con todo lo ridículo y cursi que pueda sonar, me siento satisfecho con haber advertido un poco esa moral, muy a tiempo para ser franco y advertirme a mí mismo que aunque todos mis esfuerzos valgan un pito, está la certeza de no haberse vendido de ningún modo, de no haber coqueteado de ninguna manera.





 
evaristo,26.01.2005
Acabo de terminar la parte de amalfitano, es por eso que no he leído el resto de tu crítica. Sólo llegué hasta la primera parte.
La pregunta que sugieres, me ha rondado la cabeza por mucho tiempo: soy un buen lector de Bolaño, de hecho lo he leído prácticamente completo. Comparto tus críticas, hay cosas de Bolaño que se repiten, no sólo en los detectices y 2666, también en la pista de hielo. Las estructuras son muy parecidas y también me pareció que llamadas telefónicas es un gran libro, no te olvides de estrella distante, donde nuevamente se repite la busqueda del milíco torturador. Comparto en cuanto a la busqueda, quizá, fue el sinodo de su vida, la busqueda de esa realidad-ficción, que se confunde, que se abraza; me recuerda a Borges, quien dijo que su vida se leía mucho mejor de lo que se vivía. Pero volvamos a tu pregunta. Hablaste de la valentía de Bolaño y por ahí podemos empezar, el tipo corajudo, muy valiente para escribir, se la juega, arma una trama y la teje como telaraña y cuando te pierdes, te manda un salvavidas, alguna metafora con algún trasfondo, que puede llegar a inquietarte o incluso, conmoverte.
Borges utilizó la filosofía, no en la busqueda del ser o del deber ser, sino al servicio de su literatura. Bolaño tiene algo, utíliza la miseria del hombre, en estados triviales, normales, sin elocuencia, de una manera elegante. Me pasa que cuando leo a Bolaño y leo sus escenas sexuales o cuando hace parangones con cosas extrañas, no me parece feo u ordinario, porque está bien escrito, por que su prosa te lleva, te trae y te devuelve a su realidad,. En realidad puede ser extraño lo que te cuento, es una opinión solamente. Lo otro es el hecho de abrir caminos, fijate que Bolaño te regala autores, define literaturas, quien es bueno y quien es malo, incluso te aconseja y dan unas ganas de escribir increibles, quizá su mejor legado, es un formador de buenos literatos, te obliga leer, te hace distinguir y comparar, si quieres lo tomas o lo dejas pero está ahí, presente y se hace sentir. Por otra parte es muy original, no veo trucos literarios, no es de Bolaño, aunque me gustaría saber a que te refieres con ello. Finalmente el juego del fracaso constante de su personajes, de sus escritores pobres, que duermen en cuevas, que no se bañan. Borges dijo un día que el fracaso tiene una dignidad, que dificilmente tiene la victoria, me parece que por ahí va la cosa. Un gran saludo y leere tu crítica completa una vez que termine el libro.
 
mauriki2,26.01.2005
Muchas gracias por el comentario. Ahora mismo no tengo tiempo de responderte pero ya lo haré e intentaré explicarme cuando hablo sobre los trucos de bolaño. Estoy de acuerdo en todo lo que has dicho. Creo que la leccíón de Bolaño fue su actitud hacia la literatura, algo que no deberíamos olvidar. Una actitud coherente, que no busca prebendas ni regalos.
Saludos.
 
mauriki2,27.01.2005
actualizando
 
luchochago,07.08.2005
Buen ensayo y gracias por tus partes...
 
mandrugo,27.08.2005
Debería ser normal, evaristo, que un grande escritor como Bolaño te deje esa impresión de como que se repite, en muchos de sus libros. Digo esto porque estoy convencido de eso que un grande escritor, un verdadero escritor, uno que no puede hacer otra cosas sino escribir, entonces ese ser atormentado, siempre está escribiendo de sus obsesiones, de sus pulsiones más ocultas y misteriosas, de su concepción del mundo, de su parte diurna y de su metafísica laberíntica y nocturna.
Ese escritor, fiel a sí mismo, no se puede escindir, simplemente porque es incapaz de hacerlo. Entonces debe escribir siempre de lo mismo, de esos grandes temas que oprimen y energizan su existir. Entonces, a través de su obra, a través del lenguaje, de la palabra escrita, va haciendo luz sobre su espíritu.
Con grandes dificultades y con grandes aciertos, ese particular ser, y para deleite de sus lectores, nos va entregando parte de esa visión artística del propio universo.
Siempre me ha intrigado el hecho que grandes escritores, tantas veces, se averguenzan de algunos de sus libros, o de sus escritos juveniles, o no vuelven a lerlos más. Son misterios de la creación artistica; quizás la conciencia de no haber logrado capturar, esa verdad, esa belleza, esas intuiciones y esos mensajes fulgurantes que iluminaron, en algún breve instante, algunas zonas de sus espíritus, y de lo cual sólo creyeron expresar un burdo y torpe borrador, un fracasado simulacro.
 
evaristo,29.08.2005
Es muy cierto lo que dices, de hecho el mismo Bolaño no volvia nunca más a leer sus libros, quizá por el hecho de meterse tan fuerte en un argumento, que pierdes la noción de lo que querías decir, no tienes punto de comparación y te enfrascas en algo que no te da tiempo para saber si era eso lo que buscabas. En todo caso, a pesar de repetirse, no lo veo como una crítica, a mi juicio es buscar y buscar, algo diferente, algo como nos planteó Huidobro, no escribir sobre la rosa, sino, hacerla florecer en el poema.
saludos
pd: qué es de mariog, sabes algo tú?
 
Quilapan,14.03.2006
Sacando a flote este interesante foro sobre la póstuma novela de Bolaño. Ya escribiré más respecto a los comentarios y mi propia lectura de la novela.
 
luchochago,24.05.2006
2666
Preámbulo

El hecho de que no podamos anticipar los presentimientos, los juicios, las segundas intenciones de los creadores dotados de talento, o incluso genio, pertenece a la naturaleza misma del hombre. Cuando Alban Berg murió en 1934, sin completar la orquestación del acto III de "Lulú" - basada en las tragedias expresionistas El espíritu de la tierra y La caja de Pandora, del austriaco Frank Wedekind- , esa ópera, considerada por muchos como la obra maestra suprema del teatro lírico, permaneció sin representarse hasta 1979, poco después del fallecimiento de Helene Berg, viuda del compositor, quien impuso la absoluta prohibición de intervenir en la partitura. Sin embargo, en 1976, otro músico vienés, Friedrich Cerha, había cumplido, en secreto, la tarea de concluir la instrumentación del drama y si bien nunca podremos saber en qué medida y en cuáles aspectos su versión habría diferido con la de Berg, en ningún momento se tiene la sensación de una mano distinta interrumpiendo el diseño original. Otro tanto sucede con "Turandot", de Giacomo Puccini, última cumbre del romanticismo tardío, cuyas escenas finales se encomendaron a Franco Alfano (la reciente revisión de Luciano Berio ha resultado un chasco).

Desgraciadamente, o quizá por fortuna, la literatura - y también la plástica- , obedecen a leyes muy diversas. Así como a nadie se le pasaría por la mente colorear el monumental dibujo en sepia de Leonardo - "La Virgen con Santa Ana, el Niño Jesús y San Juan", de la National Gallery, en Londres- , se desconocen intentos por redondear El Castillo, de Kafka, "mejorar" las últimas novelas del ciclo En busca del tiempo perdido, de Proust - es decir, La fugitiva y El tiempo recobrado- o agregar estrofas a Kubla Khan, o: La Visión de un Sueño, de Coleridge. Los textos literarios simplemente se resisten a ser manipulados por personas ajenas a su autor y tal empeño está condenado al descalabro o acaba por perjudicar, de modo irreparable, a la misma obra.

El mastodonte

La anterior referencia a Proust viene al caso, porque ya hay estudiosos del legado de Roberto Bolaño que comparan, a favor de este último, la serie novelesca del francés con 2666, título póstumo del poeta y prosista chileno. En verdad, la celebración hiperbólica, el éxtasis sin respiro, la aclamación continua han saludado, en todos los medios hispanoamericanos y, seguramente también en los sectores académicos, la publicación de 2666. Si no fuera porque el gigantesco volumen posee valor, uno tendría legítimo derecho a deducir oscuras maniobras editoriales, extrañas semejanzas - por no decir alevosas coincidencias y unanimidades- , a modo de una conjura universal en aras de 2666, lo cual habría divertido al propio Bolaño y hasta podría haber constituido la materia prima de alguna narración suya.

Hay que decirlo con todas su letras: 2666 es un mastodonte de mil 200 páginas, centenares de ellas superfluas, prescindibles, sobrecargadas de información innecesaria, en suma, agotadoras hasta para los fanáticos de las novelas largas, como ocurre con este crítico. 2666 está a años luz de La guerra y la paz, Los hermanos Karamazov, Middlemarch u otros espaciosos trabajos novelísticos del siglo XX que, por estructura y dimensiones, pertenecen a la tradición decimonónica (La montaña mágica, de Thomas Mann, El hombre sin atributos, de Robert Musil, Los Thibault, de Martín du Gard, etc.). Y es una lástima que así sea, pues Los detectives salvajes, la anterior entrega de Bolaño de similar ambición, se vincula, bajo la forma de una gran epopeya de aventuras y misterio, con esa escuela, recuperando, en un nivel magnífico, el gran arte de contar muchas y muy buenas historias, característico del siglo XIX.

Bolaño, desde luego, no tiene la culpa de que 2666 nos llegue en un solo tomo y, según la nota a la primera edición, de Ignacio Echevarría, a él "le parecía más llevadero y más rentable, para sus editores tanto como para sus herederos, habérselas con cinco novelas independientes, de corta o mediana extensión, antes que con una sola, descomunal, vastísima, y para colmo no completamente concluida". El reseñador ignora a los lectores entre los posibles beneficiados del supuesto carácter "más llevadero y más rentable" del proyecto original de Bolaño, aunque, más adelante, se cuida de agregar que, en el futuro próximo, pueden venir impresiones independientes de cada de las secciones que componen este mamut novelesco (¿si se comprueba que ello es más accesible y lucrativo, nos atrevemos a preguntar?).

La decisión de lanzar 2666 en un único compendio parece, a simple vista, desafortunada y, peor aún, según los propios términos de Echevarría, el crítico y amigo de Bolaño, contraría expresamente los deseos del escritor. O sea, estamos lejos de la determinación de Max Brod, albacea testamentario de Kafka, quien violó las disposiciones de su camarada y libró de las llamas algunos manuscritos que después pasaron a ser piezas cumbres de la literatura universal. Es evidente que 2666 se ha publicado en un formato opuesto al que tenía in mente su creador y ello sugiere variadas conjeturas. Para evitar calificarlas diremos, de paso, que si una probable intención era lograr la deferencia crítica sin contrapesos, ella se ha conseguido de modo rotundo. 2666 ha sido y seguirá siendo, por un largo rato, una fiesta para los críticos. El tiempo dirá si estos aplausos se mantienen o si quienes hoy ovacionan, mañana cambiarán de parecer y continuarán prefiriendo la superior producción previa de Bolaño.

Un poco de historia

Como lo hemos dicho en otras oportunidades, la reputación de Bolaño fue bastante tardía y comenzó con La literatura nazi en América (1996), culto, ingenioso, divertido e inclasificable relato, consistente en una serie de treinta biografías y un apéndice, que comprende unas trescientas revistas, unidas todas por la común y vaga simpatía al ideario nacionalsocialista (conviene recordarlo, el manuscrito de este libro permaneció en el escritorio de la filial chilena de una casa editora española, sin ser siquiera leído, hasta que Bolaño entregó una copia, esta vez con más suerte, a la sede en Barcelona).

A La literatura... siguió Estrella distante, ligada a la anterior por su última referencia: un oficial de la Fuerza Aérea de Chile, infiltrado en grupos de izquierda antes del derrocamiento de Allende, deviene poeta, piloto versificador, verdugo y finalmente es asesinado por encargo en una ciudad catalana. Algunos personajes de La literatura... se conservan idénticos en Estrella... - Abel Romero, Tatiana von Beck Iraola, el propio Bolaño- , pero otros cambian sus personalidades y nombres, desarrollándose hasta ser irreconocibles, como la propia crónica, cuyo punto de partida, siendo muy parecido al de "Ramírez Heredia, el infame", postrer capítulo de La literatura..., va evolucionando y transforma a esta ficción en un ejemplar de perfecta técnica narrativa. A Estrella... se le pueden reprochar ciertos deslices idiomáticos - mezclas de chilenismos y giros peninsulares- , algunos abusos (nadie leía, en el Chile de 1973, a Elizabeth Bishop, Anne Sexton, Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik y pocos conocen hoy a Joyce Mansour, Norman Rockwell o Wiliam Carlos Williams) y variados errores (la Guerra del Pacífico, de 1879, es confundida con el conflicto contra la Confederación Perú-boliviana). Sin embargo, estos reparos se olvidan enseguida frente a la audacia del tema y su destellante ejecución. Escoger a un tenebroso criminal como protagonista y presentarlo como un poeta, nacido en la tierra donde ha surgido un aporte sustancial a la lírica española del siglo pasado, requiere coraje y una inusitada dosis de imaginación.

Es imposible resumir la infinita variedad de atractivos y los múltiples grados de lectura presentes en Los detectives... y hacerlo es, de alguna manera, limitar el potencial de un texto que es como un torrente, un diluvio, una marea que se impone de inmediato por el puro peso de su fuerza. El estilo de Bolaño en este extenso trabajo novelístico es resultado de una labor de muchos años, pero jamás se traduce en una prosa afectada, sibarítica, efectista, sobreactuada, sino en la milagrosa naturalidad de una conversación, en un verdadero aluvión narrativo, que fluye como por un cauce, en una eclosión de historias hilvanadas sin pausa, como una exhalación. Estamos ante una vitalidad expresada mediante la sucesión de episodios in crescendo, sin aparente motivo central, aunque presididos por una invencible corriente interna, donde cada uno de ellos es más subyugante e hipnótico que el precedente y cuya estructura general no decae en ningún momento. Muy por el contrario, el interés aumenta y al dar vuelta a la última página, deseamos que la trama hubiese continuado, que se hubiera duplicado su longitud en número de carillas. De pocas novelas escritas en castellano durante los últimos lustros puede decirse lo mismo y muy escasas obras concebidas en otras lenguas pueden equipararse con la narración cimera de Bolaño. Con todo, y pese a la avasalladora espontaneidad de su estilo, el lector avisado notará que el volumen conforma, asimismo, un artificio literario. Los detectives... es una de las formulaciones novelísticas más tributarias del mundo libresco que uno pueda leer en esta época. Este rasgo se advierte, fundamentalmente, en dos perspectivas: la primera y más obvia, dice relación con la infinita cantidad de textos y artistas de la literatura de todos los tiempos a que se hace referencia, desde cantores latinos hasta poetas de vanguardia, desde novelistas y filósofos canónicos, hasta un sinnúmero de escritores menores, ignotos o inventados por Bolaño. La segunda vertiente es mucho más interesante y peculiar, puesto que el dilatado tomo conforma, además, una reflexión sobre el arte de escribir. Uno de los rasgos magníficos de esta creación es la combinación indisoluble de amenidad, pura y simple entretención, con el exorbitante bagaje cultural del cronista, quien despliega una pasmosa facilidad para ser cultivado sin descender a la pedantería, sin rebajarse nunca al engolamiento.

Las cinco novelas

¿Puede decirse algo remotamente parecido de 2666? De ninguna manera. Como ya se sabe, el libro consta de cinco novelas: "La parte de los críticos", "La parte de Amalfitano", "La parte de Fate", "La parte de los crímenes" y "La parte de Archimboldi". Al comienzo, se narra la vana cacería en pos del excéntrico escritor Benno von Archimboldi, cuyo último paradero conocido fue la urbe mexicana de Santa Teresa - en la realidad, Ciudad Juárez, fronteriza con Estados Unidos- . A continuación, el profesor Amalfitano da muestras de creciente locura, mientras vive con su hija en esa localidad. Después, un reportero de nombre Fate, arriba a Santa Teresa para describir un combate de boxeo y comienza a interesarse por los homicidios de mujeres que se suceden en el lugar. La cuarta y quinta parte son, lejos, las más vastas - casi 400 páginas cada una- y exponen, en detalles interminables, esas horrendas muertes y la trágica vida, azarosa, increíble, repleta de incidentes, de Archimboldi.

Como observación preliminar, las dos primera partes son mejores que las finales, donde muchas veces se pierde el hilo, hay demasiada truculencia, sobre todo en el matadero en que se convierte Santa Teresa y rebasan las anécdotas secundarias, las biografías a la pasada, los incontables actores de reparto. También, a modo de consideración provisoria, abundan, a lo largo de todo el libro, los chispazos brillantes, las visiones paródicas, la contemplación del pasado como presente continuo, descansando, a la manera de Tolstoi, en la memoria del lector, todo ello presidido por una mirada apocalíptica, desgarrada, visceral, fatalista, de un continente - el nuestro- sin destino y una sociedad sin rumbo.

Algún día se hará un censo de los personajes de 2666 (seguramente en una universidad norteamericana) y algún día se situará a esta novela dentro del lugar que le corresponde en la actual narrativa hispanoamericana. Los más entusiastas ya la ponen por encima de Cien Años de Soledad y contraponen el mito fundacional de Macondo, con el de la fiebre destructiva de Santa Teresa, sin duda más vigente, menos totalizador y de una singular manera, más universal. Por cierto, estamos ante una fábula devastadora, impresionante, de interpretaciones inacabables. 2666 puede resultar una narración compleja y frustrada, aunque se trate de un naufragio deslumbrante.

2666,Roberto Bolaño




por Camilo Marks
 
evaristo,24.05.2006
Siempre es un placer, leer a Bolaño o sobre Bolaño, simpre lo reléo y vuelvo asu cuentos y asus novelas. Gracias por compartir todo esto
saludos
 



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