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CalideJacobacci,01.09.2007
Las caras del peronismo


No creo en la “objetividad” de la historia. No creo en la “distancia” que se establece desde ciertos parámetros para juzgar un hecho histórico. El historiador –por honesto que sea– juzga desde su contexto (es decir, juzga, él, “en contexto”, puesto “en situación”), condicionado por su momento histórico, por su formación historiográfica, por el elemento histórico-social y político en que se ha formado (con el que logró romper o no, al que logró “superar” o no) y con sus recelos, sus pasiones, sus adhesiones y rechazos. No hay historiador impune. Puede –según su amor a la verdad– esforzarse por buscarla. Puede dejar de lado cosas que le duelen. Que fueron, para él, verdaderas y su investigación le ha mostrado que no, y él, honesto, lo admite. Pero todo esto es infrecuente.

Más compleja es aún la diafanidad de la respuesta si el objeto puesto bajo investigación presenta aristas múltiples y contradictorias. Todo argentino ha vivido la experiencia de recibir o encontrarse con un extranjero, con un azorado visitante de nuestro convulsionado espacio histórico y recibir la pregunta tradicional, ya inevitable: “Pero, ¿qué es el peronismo?”. Lo que nos decimos a nosotros mismos es –más que a menudo– ¿cómo vamos a responder a esa pregunta si nosotros mismos no tenemos respuesta para ella? Por fin, el visitante se resigna a no recibir la respuesta y se consagra a la elusiva tarea de buscarla por sí misma. La pregunta se transforma de inmediato en una certeza: los argentinos son unos tipos tan raros que han creado algo que no tiene definición posible o que es, esa definición, tan errática, evanescente, escurridiza que se nos escapa cuando creemos aprehenderla. A veces llegan a una conclusión: los argentinos no saben qué es el peronismo porque no sabén qué son ellos. Y a otra: qué divertido es este país. En Europa –sobre todo en cierto países– nos aburrimos moderadamente, no en exceso porque no hay excesos ahí. En Europa –como dice Heidegger en ese reportaje póstumo en Der Spiegel– “todo funciona”. En Argentina, las pocas cosas que funcionan no se entienden. En busca de algún acercamiento a este objeto teórico y práctico de a veces oscura y a veces luminosa fascinación ofrecemos los siguientes aproximativos apuntes.

Lo mejor para saber qué es el peronismo es no ser peronista ni antiperonista. Hay que estar abierto. Recibir lo que se recibe. Y posponer el juicio hasta encontrar algo semejante a la verdad. Que sólo vendrá luego de algunas arduas búsquedas. Veamos.

La idea pragmática y aditiva que tenía Perón de la política repercutió sobre la posible identidad peronista tornándola cambiante. El peronismo pudo así tener muchas caras y ninguna. Enumeremos: 1) nace como un movimiento nacional y popular. Un líder carismático ubicado en la centralidad de la esfera militar aglutina la adhesión de las mayorías. Se produce una integración de los migrantes internos al proceso productivo. Estas migraciones se debían a los procesos de sustitución de importación que se venían produciendo desde mediados de la década del treinta. La crisis del veintinueve, la guerra europea luego forzaron al país semicolonial a desarrollar una industria liviana ante la imposibilidad de la metrópoli de entregar las manufacturas que entregaba en medio de su prosperidad a cambio de nuestros productos primarios. Se crea una pujante industria liviana. Se crean, de este modo, muchas, muchísimas fuentes de trabajo. Hay dos clases de obreros en este origen del movimiento peronista: obreros con experiencia sindical, obreros nuevos sin esa experiencia. Los segundos adhieren masivamente al peronismo. Los primeros, menos. Se crea un sindicalismo desde el Estado. Desde el Departamento Nacional del Trabajo y luego desde la Secretaría de Trabajo y Previsión un coronel obrerista, que se desprende de los siderúrgicos del GOU, sabe captar a los nuevos contingentes obreros y los nuclea en un partido que él no había creado, el Laborista, que lideraba Cipriano Reyes, y en un sindicalismo que será la columna vertebral del peronismo. Se impulsan las nacionalizaciones. En 1949 se reforma la Constitución y se introduce en ella un artículo –el 40– que proclama inalienables las fuentes minerales del país. Hay una redistribución del ingreso. En el primer gobierno peronista los obreros llegan a participar del 53 por ciento de la renta nacional. Los obreros quieren a Perón y Perón les dice que son lo mejor que tiene la patria y que hará, siempre “lo que el pueblo quiera”. Hay una fuerte dinámica histórica. Son los años que la fraseología justicialista llama de “la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación”. Años que permanecerán fuertemente grabados en la memoria de quienes se vieron protegidos, de quienes hallaron su plenitud histórica en ellos; 2) a partir de 1951, con la misión Cereijo a Estados Unidos y luego con la visita de Milton Eisenhower, el peronismo se vuelca hacia las inversiones extranjeras y convoca al Congreso de la Productividad. En 1951 se declara el estado de guerra interno en respuesta al golpe del general Benjamín Menéndez. Esta situación deriva en un autoritarismo político que acerca al peronismo al modelo de las dictaduras latinoamericanas de la época. Por último, el acercamiento a Estados Unidos tiene como fruto previsible el contrato con la petrolera California, que pertenece a la Standard Oil, en contradicción con el artículo 40 de la Constitución Justicialista, al que Scalabrini Ortiz había llamado “bastión de nuestra soberanía”. Arturo Frondizi escribe su libro acusatorio Petróleo y política, cuyas tesis habrá de trastrocar durante su gobierno; 3) entre 1955 y 1969, con Perón en el exilio, con Patrón Laplacette (¡qué nombre para un enemigo de los obreros!) en la intervención de la CGT por medio de la revolución del ’55, el peronismo se vuelve combativo y fierrero. Pone caños por todas partes. El caño era un pequeño explosivo que los sindicalistas utilizaban en sus actos de sabotaje. John William Cooke, el ala izquierda del peronismo, es el delegado personal de Perón. Hasta Vandor pone caños; 4) durante los sesenta, con Vandor a la cabeza, el sindicalismo ensaya un experimento de “peronismo sin Perón” para conciliar con el poder militar. Fracasa; 5) a partir de 1969, se produce una de las más trágicas y fascinantes invenciones que abrevan en el peronismo, que surge de él, de su historia, aunque no la protagonicen los obreros sino los sectores radicalizados de la juventud de clase media. Es la izquierda peronista. Copada, a partir de mediados de 1972, cuando la Juventud Peronista empieza a denominarse Tendencia Revolucionaria del Movimiento Peronista, por los Montoneros, que en mayo de 1970 habían matado al general Aramburu, responsable de los fusilamientos del ’56 y de las matanzas en los basurales de José León Suárez de treinta personas –no todas claramente peronistas– cuya historia reconstruirá Rodolfo Walsh en Operación masacre. Sólo uno se salva: el militante peronista Julio Troxler. Perón, ahora, es el hecho maldito. Evita es cheguevarizada. Se afirma la guerrilla, a la que Perón da el nombre de formaciones especiales. Este periplo de la izquierda peronista debe interpretarse como uno de los más grandes esfuerzos de la izquierda argentina por comprender y acercarse a una clase obrera siempre inasible para ella. Se produce no sólo la invención del peronismo, sino la invención de Perón, a quien se transforma en un líder revolucionario que responde a los imperativos de la época; 6) durante su tercer gobierno, Perón da cobertura política a la derecha de su movimiento. Ya no puede ser el padre eterno. Ya no es el mito lejano. En Ezeiza se historiza. El, ahora, es una más de las contradicciones que desde Madrid creía manejar como un gran ajedrecista de la historia. El mito queda atrás, Perón es carnal, tiene un cuerpo presente y ese cuerpo está enfermo. Intenta –ante la acción cuestionadora de la izquierda peronista, hegemonizada por Montoneros– una política aperturista con los radicales. Ya no dice: “Para un peronista no debe haber nada mejor que un peronista”. Dice: “Para un argentino no debe haber nada mejor que un argentino”. Lenguaje que suena irritativo para la sensibilidad combativa y clasista de la izquierda radicalizada, que aún enarbola al peronismo de la maldición; 7) Perón se muere. El peronismo queda en manos de Isabel Martínez y López Rega. ¿Hay ruptura o acentuación de tendencias entre el gobierno de Perón y el de Isabel y Lopecito? Crímenes de la Triple A; 8) se pierden las elecciones de 1983. El peronismo decide renovarse. Impulsa un intento socialdemócrata que trata de conjugar la idea de la comunidad organizada con la de democracia; 9) con Menem se inventa el peronismo que desarticula lo que el primer peronismo había hecho. Surge un peronismo liberal, conservador, privatista, socialmente insensible. Menem gobierna sin resistencias serias dentro del movimiento y con la adhesión entusiasta de la oligarquía y el empresariado nacional y transnacional. En suma: el peronismo fue nacional popular e intervencionista de Estado entre 1946 y 1951, autoritario y amigo de las inversiones extranjeras entre 1952 (o ’53) y 1955, resistente obrero y hecho maldito eleccionario entre 1955 y 1969 (también, aquí, conciliador y vandorista, amigo de los militares del ’66), socialista, marxista leninista y guerrillero entre 1969 y 1973, fascista y terrorista de Estado entre 1974 y 1976, socialdemócrata y renovador entre 1986 y 1989, liberal, conservador y privatista a partir de 1989. A partir de 2003 tiene un fuerte compromiso con los derechos humanos. Incorpora al gobierno a varios valiosos cuadros de la generación del ’70. Pero (contrariamente al primer peronismo que protagonizó un proceso de acumulación con distribución) insiste en un proceso de acumulación sin distribución. Lo que le permite a la revista Barcelona una de sus tapas más provocativas: “La distribución ya la hicimos. Lástima que no nos alcanzó para los pobres”. ¿Vendrá un neoperonismo distributivo con Cristina Fernández? ¿Quién puede decirlo? Porque, según se ha visto, nadie puede decir QUE ES el peronismo. Como nadie puede decir qué es ser argentino. Habrá que insistir en esa búsqueda.

Por Juan Pablo Feinmann
 



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