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El desprecio con el que se empeñaba en observar pasar la vida a su alrededor no era más que otra astuta maniobra que había conseguido desarrollar para auto compadecerse de todos los males que le ocurrían y poder vivir cómodamente en su propio sufrimiento. Era una vida tan similar al catolicismo que siempre había rechazado, o al judaísmo que siempre había considerado morbosamente doloroso. Siempre había criticado la tendencia al sufrimiento de ambas religiones, llegando a mofarse públicamente de ellas en mas de una ocasión, mientras sin darse cuenta alimentaba su propio muro de las lamentaciones entre tragos de whiskey, cigarrillos baratos y discos de viejos músicos canosos cantándole a sucios amores de barra y carretera.

Se había labrado su propio modo de ver el mundo, la realidad era algo único para todas las personas, que se diferenciaban en el grado de distorsión que se empeñaban en aplicarle para convertir su existencia en algo más llevadero. Las grandes religiones, con sus piadosos o coléricos y vengativos dioses no habían conseguido afrontar las grandes preguntas del ser humano, y habían ahogado sus interrogantes en mareas de rezos y oraciones, convirtiéndolos en sencillos autómatas que se vendaban a si mismo los ojos. Él estaba convencido del gran error que suponía mantener una fe absoluta en un ser superior capaz de salvar tu absurda y rutinaria vida solo por el mero hecho de creer en él.

Y sin embargo, a su manera, había creado su propia religión. De hecho, había ido más allá, se había convertido en un Díos el mismo. Había sido su megalomanía la que le había empujado sin lugar a dudas a crear los primeros bocetos de los primeros personajes, muchos años atrás ya, y durante todo aquel tiempo, había llegado a crear un Universo entero de peculiares personajes que llenaban páginas y páginas en sus relatos.

Tenía todo un mundo bajo su control, y eso le hacía sentirse bien. Había ido canalizando sus temores, sus odios, sus frustraciones, sus fracasos, sus éxitos, sus recuerdos y cada una de las pequeñas gotas de memoria que podía recuperar a la fría soledad del papel, y lentamente había construido sobre este un extenso mundo sobre el que tenía absoluto poder. Sus más oscuros deseos se veían satisfechos en las líneas de sus relatos más intimistas. Hasta el sexo había encontrado su pequeño hueco en aquel pequeño submundo que había creado, satisfaciendo algunas de sus fantasías más sórdidas y secretas en las líneas que su ordenador desgajaba lentamente.

Y la creación de aquel mundo había ocupado todo su tiempo, hasta llevarlo a perder la percepción de la realidad que solía mantener. El mundo comenzaba a resultarle demasiado hostil, lejos de ser un cómodo escenario que él pudiera controlar. Los pequeños bocados de realidad que se veía obligado a masticar en momentos cada día le recordaban más a la asquerosa podredumbre de la decadencia y la muerte, y comenzaba a detestar cada bocanada de aire que se veía obligado a respirar para mantenerse con vida.

Los días fueron pasando y el autor se fue poco a poco excluyendo de aquél mundo que lo rechazaba, para centrarse plenamente en aquel otro en el que el era el máximo exponente, la única fuerza capaz de mantenerlo vivo y en un perfecto y equilibrado funcionamiento. Los días fueron corriendo lentamente y el autor se pasaba cada vez más y más horas sentado ante la maquina de escribir, observando a sus personajes desarrollarse ante sus ojos, y percibiendo como poco a poco estos desarrollaban una capacidad de autodeterminación que no podía más que sorprenderle. Pronto pasó de escribir sus diálogos y acciones a meramente describirlas y dialogar con ellos.

Y con el paso del tiempo, las cosas comenzaron a sorprenderle aún más. El autor observaba como a medida que sus personajes tomaban conciencia de su propia existencia, se preguntaban a si mismos el motivo de la misma. Algunos pensaban en una entidad superior, en la que el autor se veía satisfactoriamente reflejado. Otros sin embargo se veían a si mismos como una simple causalidad matemática, o casualidad espacial. Esto comenzó a preocupar al autor, que para evitar que se perdiera el equilibrio en su creación, y para evitar perder su propia existencia en la misma, decidió introducir a la muerte en su universo, eliminando así a algunos d estos personajes que diferían en el modo d ver las cosas. Esto, por el contrario de ayudar a controlar el equilibrio de aquel universo, provocó la percepción de sus personajes de la fragilidad de sus propias existencias, y de la crueldad de la muerte, comenzaron a preocuparse más de su propia existencia que de preguntarse el motivo de la misma. Aquel universo comenzó a girar con terrorífica rapidez. Los personajes apuraban sus vidas al límite, temerosos de su destino fatal. Poco a poco todos ellos se fueron olvidando de sus preguntas sobre su existencia, y aparcando su fe en un ser superior. Los personajes fueron lentamente desgajándose del autor ante la atónita mirada de este, que era incapaz de intervenir para poder solucionarlo. No en vano tuvo varios intentos de escribir ciertas líneas que aportaran luz sobre el que para él se había convertido en un tenebroso mundo sin fe. Todos sus intentos fueron en vano, sus personajes se habían olvidado completamente de su existencia y deambulaban a su libre albedrío escribiendo su propia historia.

El autor guardó su vieja maquina de escribir en un armario, y lanzó los miles de cuartillas que había escrito al fondo d uno d los cajones de su escritorio. Abrió por primera vez en muchos meses la ventana de su habitación y observó como el sol se ocultaba lentamente tras los edificios. Tomo una gran bocanada de aire y descubrió para su sorpresa el delicioso sabor que este escondía para él. Observo el cielo azul sobre él, y mostrando una ligera sonrisa agradeció a su Autor que finalmente hubiera hecho las paces con él.

Texto agregado el 18-04-2005, y leído por 142 visitantes. (0 votos)


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