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Inicio / Cuenteros Locales / ziggy_starman / La Monja y el Pescador

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- Ave María purísima...
- Sin pecado concebida.
- ¿Hace cuanto no te confiesas, hija mía?
- Desde hace mucho tiempo, desde aquel momento que renegué de mis funciones hacia Dios Todopoderoso y me situé en las oscuras fauces del pecado.
- Cuéntame, sierva de Dios... anda, que Dios no es sordo ni menos un tirano... lo que hagas hecho no cambiará su amor por ti.
- Mi reverendo, confeso que he pecado, pero es un pecado abominable, contra mi naturaleza religiosa y contra la del Reino de los cielos.
- ¿Cuál es ese pecado por el que tu estas pagando las penas de tu alma con lágrimas de sufrimiento?
- Fue un día de verano, un día como cualquier otro...

En aquel momento, su mente vagaba por recónditos espacios de la memoria, lugares del cual nadie había imaginado tan escalofriante relato... Era justamente un día normal en el balneario de El Tabo, soleado y atiborrado de gente. Una religiosa caminaba junto a su grupo de retiro alegre y dichosa, como recibiendo las constantes bendiciones de la naturaleza y permitiendo que su espíritu se purifique. Llegó hasta la orilla de la playa y junto a su grupo cantó muchísimas melodías, todas pregonando el amor a Dios y al Hombre... eso!, quizás ese amor al Hombre fue lo que suscitó su desgracia futura...

- Cantaba animosamente en la playa cuando a lo lejos, sí, lejos del mar y la gente, un pescador se acercaba con una luminosidad que espantaba hasta los más oscuros pensamientos. Una imagen imborrable en mi.
- Hija mía, cuéntame más, ¿qué pasó en aquel instante?

Ocurrió que se saludaron y un flechazo quebró su santidad como a una bala al cuerpo. Fue un tímido hola, a lo mejor, ambos sujetos ya sabían de ante mano que algún día sus ojos y vida se reunirían... solo que nunca se esperaba que fuera tan luego. Conversaron largo rato, seguramente de la vida y de las costumbres. Ella le preguntó que aparte de pescador, qué más era, y él le dijo que era artesano de conchas y constructor de emociones. La monja se encandiló, jamás pensaría que en su vida conocería una imagen superior a su Dios. Y es que a los 22 años es difícil prever tal fenómeno...

- Nadie me dijo nada, todo no solo fue rápido, sino turbio y mi corazón solo veía luz... es inexplicable.
- Hija mía, recuerda que no somos santos, solo somos seres humanos, nuestra vida si bien es consagrada es innegable la posibilidad de la tentación.
- Padre, yo no me refiero a una mera tentación, sino fue algo peor, algo banal pero que en mi deja una huella imborrable...

El resto solo es una visión abominable. Resulta que a la noche siguiente de ese encuentro, la joven santa salió a recorrer las callecitas de El Tabo, llegando a la playa, empezó a saborear con la complicidad de la luna el olor del mar, la brisa marina recorriendo su atuendo y el animo de descubrir cosas bellas. No muy lejos de acá, se encontraba él, con sus tenidas artesanales, con su morral y su calma, recorriendo la playa como suponiendo que estaba ahí aquella monja que robó su corazón...

- ¿Y qué hiciste hija mía?... no me digas que...

Sí, pasó lo que el destino les tenía deparado. Tras una amistosa conversación, el pescador se confesó con ella. Le dijo que a pesar de que era una religiosa y que su vida estaba consagrada a Dios le atraía, le dijo que sus ojos le daban paz y que le era inevitable quererla. En aquel minuto, para evitar una degeneración mayor, la monja trató de correr socorrida por su razón, pero pudo más su instinto. Se besaron, y como era tan oscura la playa, fue inminente que empolvaron sus cuerpos desnudos en la arena, a la sombra y sin que nadie se percatara. Tras esa noche, la monja no dijo ni pío. Evidenció rasgos de remordimiento hasta quebrar en llanto. Su historia nadie la sabe, solo sabe que en un momento dado, ni cien Padres Nuestros y mil Ave María pudo borrar aquel amor por ese pescador.

- Hija mía... pero que haz hecho!!!, ¿no sabes que ese es un pecado que merece la excomunión y expulsión de su comunidad?
- Lo sé Padre, ¿pero qué puedo hacer? Me enamoré, pero no quiero dejar el convento, no puedo...

Tras ese hecho, y luego de dos meses, pudo volver a casa. Sin embargo, su estadía se prolongó más debido a complicaciones de salud derivadas de su embarazo. En su hogar nadie lo sabe y en el convento adujeron un simple sobre peso. Pero quiere evitar a toda costa que su hijo sufra. Para eso, pudo escribir un certificado en el cual ya dio el niño en adopción, el problema es que tiene que trasladarse hasta Antofagasta para eludir el control de la congregación.

- Padre, dime qué debo hacer.-
- Es difícil decir algo ahora, mientras tanto, un día entero de oración... pero debes seguir ocultando esto. Ese es el castigo que te impongo por el poder celestial que Dios me confiere: Cargar toda tu vida con este ilícito.

Se retira la monja del confesionario, y entre lagrimas y otras manifestaciones, piensa en que este pecado le fue perdonado, pero la culpa estará ahí, aguardando en el tren tal y como ahora lo está haciendo el amor por aquel pescador.

Texto agregado el 19-04-2005, y leído por 248 visitantes. (1 voto)


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