De entre todos los mecanismos de autodefesa expuestos en la mesita del escritorio, Jimmy alcanzó solamente al látigo.
Con él aprendió a manejarse entre los esbirros de la ley, y se unió a ellos formando así su pequeña mente de castigador y organizador.
Algunos días le tocó azotar a algún que otro ser enamorado que había estado llorando noches enteras, despertando así a todos sus vecinos.
Aquel día le azotó entre gritos (del castigado), y quemó algunas de las negras cortinas de su casa para que pudiese comprar otras nuevas.

El castigador desapareció entre llamas que envolvían, almenos desde un plano bidimensional, su pequeña figura de niño de ocho años.

Un día, como otro cualquiera, despertó en su habitación y escogió un nuevo instrumento de tortura con el cual imponer las dichosas leyes invisibles que tanto atormentaban a las personas.
Por tanto, alcanzó esta vez unas tenazas con las cuales exrajo los dientes de algunos paseantes.
Éstos se vieron escadalizados ante tal giro de lo que parecía una victoria aseguada, y contemplaron horrorizados como sus parejas huían frenéticamente de ellos por temor a verse en la obligación de juzgarlos.
Algunos de ellos aprendieron lo difícil y complicado que puede llegar a ser mostrar una sonrisa en el momento adecuado.
Cuanto tiempo pasó después, que solo algunos lo contaron bien, que desde que el temor y el miedo se hizo con las calles, que nadie jamás se atrevió a entrar en detalles.

continuará, muy pronto, siento dejarlo amedias.El titulo es provisional