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La verdad es que lo nuestro es casualidad. Sí, simple y mera casualidad que hoy vos seas el amor de mi vida y yo el tuyo. Es duro de aceptar. Ya lo sé. Inclusive para mí fue duro que me tomo todo a la ligera tal vez porque tomarme algunas cosas en serio me sería insoportable. Pero me costó convencerte que sí, que en este divagar eterno por la vida y por las calles es lo mismo o hubiera sido casi lo mismo que hubieras estado vos o alguien más o alguien menos en esa esquina y que si no hubiera sido yo alguien al fin y al cabo habría convencido tu corazón. Yo nunca fui bueno para eso, para convencer, por eso siempre más bien me dediqué al escape, si no te podía pedir algo directamente me escapaba por el borde de las migrañas y me iba a los rincones oscuros de la ciudad donde alguna mujer sin rostro me bebía o me escuchaba hasta que al final me daba cuenta que mas que pagar por sexo pagaba por un poco de cariño. Eran noches en que a veces ella me seguía, es decir alguna de ellas me seguía a algún bar y nos quedábamos hablando, hablando o más bien ella me escuchaba, escuchaba mi eterna verborragia de una supuesta fobia al tedio que sufría y una incapacidad innata para dejar de empujarme en la vida. Esto último siempre les costaba entenderlo, eso de empujarme en la vida y yo trataba de explicarles diciéndoles de que si yo veía tres perros sobre un tejado yo nunca me conformaba con eso y quería ver los tres perros, el tejado, una luna , un montón de estrellas y si fuera posible alguna nube naranja. No podía entender que mi vida se fuese en una oficina o que al final mi rebeldía estuviese muriendo por jugar tanto al adulto. Pero es como que si uno no habla con cierto tono obsesivo, serio, reprimido no tiene mucha aceptación a nivel laborales de oficina donde todo debe ser metódico y controlado y dónde una coma de mas o de menos podría hacer perder un par de palos verdes a un gordo fumador de habanos. Pero lo lindo era cuando al final ella me decía – vamos ya, dejate de pavadas – y me llevaba a esa casa apenas digna donde en el silencio de tres niños durmiendo hacíamos el amor donde encontráramos un hueco. Y era muy lindo cuando te veía llegar al cielo y casi gritabas sino fuera porque mi boca de un beso te callaba porque los niños si no. Casi siempre después te quedabas desnuda e ibas de acá para allá preparando el mate y dándome un vaso de soda o vino según mi humor. Te sentabas en mi falda y yo bebía del mate y te besaba cerca del corazón y vos te reías porque las cosquillas. A veces te buscaba cuando llovía porque la lluvia y eso de que el cielo llora debe tener algo de verdad, a mi me agarraba una tormentosa angustia que me era imposible de calmar si no fuera porque yo sabía que estabas siempre lista a perderte un par de clientes para escucharme. La verdad que nunca supe porque me escuchabas. Nunca pude entenderlo, pero tampoco me pude nunca olvidar de tu cara entres los tus manos mirándome como en sombra y pensando vaya a saber qué de todas los delirios filosóficos y metafísicos que se dispersaban a partir de mi mente. Me acuerdo de una noche o mejor dicho creo que era una madrugada, te dije que había que hablarle al aire para ser sincero y vos te gastaste media hora de vida tratando de hilvanar alguna frase al aire que salga de tu corazón. No se si lo conseguiste o lo conseguimos, solo sé que por aquella época yo estaba ya cansado de la vida o de esto que parecería ser la vida y para no perderme entre delirios panza arriba en la cama lo que hacia era un ejercicio un tanto patético pero bastante saludable para mi bienestar mental. Primero empezaba a hablar, cualquier cosa, lo que sea que empiece a circular por mi mente y así poco a poco iba tomando conciencia de mi voz, del alcance de mi voz, de las posibilidades de que sea escuchada en otro lado o por alguien sin que yo me diese cuenta, a veces me volvía tan obsesivo, especialmente cuando tenía que autoconfesarme cosas muy importantes o íntimas, y grababa mi voz en el estereo y después lo encendía e iba a las otras habitaciones y al palier y al hall a escuchar si era verdad que no se escuchaba (valga la pequeña paradoja acústica). Pero bueno primero tomaba conciencia de mi cuerpo, es decir lisa y llanamente de que tenía un cuerpo porque me pasaba a veces que medio que me olvidaba o que me creía como que era invisible o que mejor olvidarme que existía porque era tanto quilombo existir. Una vez que me daba cuenta que tenía una cuerpo y de que ese cuerpo era parte de lo que vendría a ser yo, me ponía un límite espacial que por lo general era mi departamento, sin contar el balcón. Y entonces escribía en mi mente toda una serie de posibles cosas que podía hacer en el espacio elegido como límite, es decir evitaba posibles delirios de viajes o mujeres hermosas o poetas brillantes en un bar y así me quedaba masticándolos. Me sucedía que inclusive se me ocurrían delirios a realizar en mi departamento como hacer de mi living una plaza o de hacer una biblioteca donde todos los libros estén tirados y de esa forma mantengan un orden natural, esa era otra idea que me obsesionaba, la idea de justificar mi tendencia al desorden. Pero bueno, la realidad de mi departamento era bastante tangible y lo de la plaza y la biblioteca desordenada pronto daban lugar a posibilidades mas reales y terminaba con dos o tres que por lo general eran tomar unos mates y leer un libro, mirar la tele o llamarte. Siempre aparecía tu maldita cara y debo justificar este tenue insulto a tu cara con la verdadera razón de que me jugaba totalmente en contra porque expandía mis límites a que vengas y si venías se desbarataba toda mi vida y de vuelta a perderme entre las calles, los ilímites y los delirios. Pero siempre todo fue más fuerte que yo, y te llamaba, y vos apenas si con un par de rodeos me decías – pagame el remí – y yo te pagaba ese remisse sin s y vos te venías y me escuchabas como siempre. Una noche te dije – no puedo dejar de actuar y lo peor es saber que soy un actor – y vos ni siquiera me contestaste era tan difícil escucharme a veces supongo y entonces yo me daba cuenta y te tiraba un beso y hacíamos el amor y al otro día sólo era cuestión de intentar otra vez aprenderme los límites de la realidad hasta que aparecía tu maldita y tan dulce cara y te llamaba y al final era y no era casualidad de que vos estuvieras en mi vida.

Texto agregado el 20-04-2005, y leído por 195 visitantes. (0 votos)


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