Una Señal


Colgado en la pared había un crucifijo y Jack, de rodillas al pie de la cama, sostenía con una mano un revolver y con la otra se aferraba a las sábanas cerrando el puño tembloroso. Se escuchó un disparo.
A la derecha de la imagen de Jesús, casi a la altura de su rostro ensangrentado y casi vencido, un agujero aún humeante atestiguaba que Jack seguía vivo.
Las luces de los departamentos vecinos comenzaron a encenderse rítmicamente acompañados por las voces, susurros y gritos que, atónitos, no daban aún con la fuente del estruendo que los había despertado. El velador de la habitación de Jack estaba encendido y, aunque opacado por las cortinas que vestían la ventana, podía verse su luz desde afuera.
Jack había disparado a Jesús sin querer realmente herirlo. Su dolor debía catalizar de alguna forma y él sabía que no debía quitarse la vida. Él sabía que no era correcto, que no era el camino. Pero ya lo había intentado todo y no había obtenido nada más que sufrimiento y más sufrimiento. Sus demandas estaban justificadas.
Luego de disparar quebró en un llanto contenido durante años. Siempre de rodillas ante la cama, comenzó el reproche que su Fe, su temor a Dios y el respeto a Su poder habían ido acumulando y reprimiendo. El arma había caído al suelo. Sus puños cerrados invitaban a la lucha a Jesucristo.

-¡¿Esto es lo quieres?! ¡¿Quieres que me quiebre, que pierda toda dignidad?! Desde que tengo memoria todo lo que he estado pidiendo es simplemente una señal. Nunca te pedí fortuna. Nunca te pedí nada que no pudiera obtener por mí mismo. Pero tan sólo tú puedes mostrarme el camino hacia el camino. Una señal, es todo lo que siempre necesité de ti. Tal vez un empujón hacia mi destino, tal vez una pequeña luz al final de un largo y difícil sendero. No importaba mientras supiese que aquel, por difícil que fuese, era mi camino. Tan sólo quería dejar de estar perdido en el mundo, en un mundo al que abandonaste hace ya demasiado tiempo y nadie tiene el valor de decírtelo. He sido todo lo que has enseñado. He intentado ser cada día mejor con mis semejantes aún en un medio colmado de serpientes. He forzado a mi corazón a perdonar a todo aquel que me lastimó y me he castigado a mí mismo cuando el odio y la venganza llamaban desesperadas a la puerta de mi instinto humano. ¡Porque soy un ser humano! ¿Acaso no has venido a la tierra hace dos mil años? ¿Acaso no sabes del sufrimiento? Los límites insospechados que puede alcanzar la desolación, la desesperanza y la indignación ¿no te suena familiar? La soledad en la muchedumbre, el llanto silencioso e invisible, la vergüenza escondida tras el orgullo sutilmente diezmado. ¿Acaso no fue ese el motivo de tu encarnación, Señor? ¿Cómo puedes...? Ah, cuántos te han cuestionado con ese argumento; ¿porqué permites que cosas malas sucedan a gente buena ? Y yo te defendía convencido de que siempre había una razón detrás de nuestra ignorancia. Pero no, ya no más. Esto no es justo. ¡No es justo! ¡Y no me importan tus caminos misteriosos, esto simplemente no es justo!
Y sus puños golpearon con fuerza el colchón y se hundieron en sus plumas como queriendo perforarlo. Las blancas sábanas absorbían las lágrimas que Jack ya ni sentía fluir de sus ojos ni correr por sus mejillas. Y sus ojos se abrieron. A sus pies vio el revolver. La tensión en sus manos cedió un instante y durante un momento hubo silencio. Un silencio con sabor a tregua. Un silencio que daba a aquella imagen sagrada colgada en la pared herida por la bala, una segunda oportunidad. Jack volvió a cerrar sus ojos empapados de la amarga agua del llanto y susurró: -Una señal... una señal... es todo lo que pido.
Silencio. Las voces vecinas ya no se escuchaban. Sus luces volvían a apagarse y la noche, invencible e inquebrantable, retomaba el control. Una señal –suplicaba Jack- una señal... pero sólo hubo silencio.
Se escuchó un disparo.