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Todas las mañanas, don Jacinto, un señor ya viejo, apenas se levantaba se dirigía hacia una de las calles que se encuentran a la vuelta de su casa; allí, sobre la acera, se inclinaba haciendo a un lado la maleza y comenzaba a buscar algo.
La gente que pasaba en sus vehículos le miraban, al principio con extrañeza, pero con el paso del tiempo se fueron acostumbrando a verlo muy temprano en el mismo lugar de siempre, inclinado, buscando afanosamente. Algunas personas incluso lo saludaban, unos de buena fe, pero otros lo hacían en forma de burla, y se reían al recibir el apresurado saludo del viejo que no tenía tiempo qué perder.
Cierta ocasión, a un joven que pasaba por ese lugar para ir a la escuela, le ganó la curiosidad y se le acercó. A la pregunta sobre qué era lo que buscaba, don Jacinto le respondió lacónicamente, como una persona muy ocupada, que estaba tratando de encontrar su futuro.
– ¿Se le perdió su futuro, señor? – inquirió el muchacho–. No entiendo.
Don Jacinto no respondió y continuó hurgando entre la maleza.
Así pasaron varios años; incluso un grupo de vecinos organizados se las arreglaron para sembrar algunos árboles para que no le pegara muy fuerte el sol mientras realizaba su labor, aun cuando el motivo de su búsqueda ya era del conocimiento de la gente. Pero don Jacinto los estropeó antes de que crecieran.
Hasta que una mañana lluviosa, un auto, al tratar de frenar, derrapó sobre el asfalto y fue a dar directamente sobre el viejo. Don Jacinto quedó tendido sobre la acera, apenas podía moverse. Era la primera vez que interrumpía su búsqueda.
Minutos después del accidente, una ambulancia llegó y lo trasladó al hospital más cercano; una vez atendido, reposaba sobre la cama. El doctor que lo atendió se le acercó y le preguntó cómo se sentía.
–Estoy bien, debo regresar a la acera, déjeme ir.
–No, señor, usted todavía no se encuentra bien. Su situación es cosa grave.
Le explicó que era necesario realizarle una operación sumamente delicada para su edad, a fin de detenerle una hemorragia interna. El viejo quedó pálido con la noticia, nunca antes había sido operado.
–¿Tiene familiares a los que le quiera avisar? – continuaba el doctor.
Pero don Jacinto no contestaba.
–Si todo sale bien, una vez que se le opere podrá ir a donde quiera, podrá seguir con su vida normal. ¿A qué se dedica usted?
El viejo bajó la mirada y quedó pensativo, unas pequeñas gotas de lágrimas comenzaron a brotar de sus lánguidos ojos. Con manos temblorosas alcanzó las del doctor y le dijo:
–He desperdiciado los últimos años de mi vida buscando mi futuro, desde aquella noche en la que soñé que lo encontraría en esa acera, ahora creo que ya no será necesario buscar más, ya lo encontré...le pido que me lo cuide; mi futuro está en sus manos.

Texto agregado el 22-04-2005, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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