Era noche, frío y tormenta. Las olas se hacían sentir sobre el frágil barco y en la oscuridad del camarote pudo sentir más que nunca su fragilidad. En nada de esto había pensado cuando se decidió a hacerse a la mar. Buscando mejor suerte se embarcó siguiendo al hombre que amaba.
Y el inicio del viaje fue mágico. Eran dueños del océano, ella era la dueña del inmenso mar. Él se lo había regalado.
Pero como en una broma del destino, el mismo mar que había recibido como regalo, le arrebató a quien más amaba. En medio de la noche y la tempestad, una ola se lo quitó.
Luego de ello la calma volvió. Su hombre se había unido al mar y estando en él, la protegió hasta llegar a puerto. Y aun habiendo llegado viva, ya nada tenia sentido.
Al despertar del sueño comprendió todo. Por qué estaba sola, por qué no podía amar. Y por qué desde siempre el océano la cautivó, pese a siempre haber vivido en el campo y sin haberlo visto más que en fotografías.
El sabor a sal aun en su boca le alentó más. Esa noche se encaminó hacia la playa, a buscar su regalo y reunirse con su amado.