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"De tarde en tarde alguna ráfaga
hacía circular sobre el paisaje
jirones dormidos de bruma".
Knut Hamsun.


TRUENO DE AGUA


Mi nombre es Trueno de Agua, me llamaron así porque de joven una gran tormenta cambió el cauce del bosque y, debido al corrimiento de tierras que originó, mis raíces fueron a parar a lomos de una enorme roca sobre la pendiente que cae al río. Sin embargo, confinado en aquel risco, las ramificaciones más intrépidas de mis raíces hallaron el suficiente sustento para seguir creciendo y, aunque condenado en altura por el saliente de piedra que me obligó a crecer en sentido oblicuo, contemplo desde mi otero al resto de convecinos que habitan y gozan del borde florido del río. Ellos son hermosos, de tallo recto y liso, y sus hojas de un verde luminoso que se transparenta dorado cuando les baña la luz del sol. Desde lo alto los observo con resignado celo, nunca preguntaron, tal vez ni se apercibieron de lo que había a sus espaldas, pues tan entretenidos andaban en contemplar el reflejo de sus esbeltos cuerpos en el espejo del río. Su gesto indiferente aún les hacía parecer más elegantes y, a cual más engalanado, competían por destacar en arrogancia por destacar en arrogancia.
Los inviernos en la pared rocosa eran duros y fríos, y no dejaban de serlo durante el verano húmedo y sombrío, tan solo aliviados por el colorido exuberante de las ramas que poblaban aquella margen privilegiada del río. Incluso, los cazadores se apostaban entre sus gruesos troncos para lanzar sus despiadados disparos contra los grajos o cualquier otro ave que se refugiaba en el risco. La piel áspera y rugosa de mi tronco también guardaba cicatrices como recuerdo de algunos de ellos. Aprisionado entre las escarpadas rocas, mi aspecto tosco y retorcido no alegraba precisamente la vista, ni siquiera otro cataclismo natural podría poner fin a tal desconsuelo al que en ocasiones me sumía, acrecentado por la cercana presencia de árboles tan bellos. Condenado tan solo a eso, a refugio de alimañas o de algún que otro pájaro huidizo, deseé con fuerza que aquella maldita tormenta hubiera acabado bien del todo su trabajo... Pero fueron los cuervos. Ellos me sacaron del estado absorto en que me encontraba. Cuando los pájaros negros huyen es que algo extraordinario va a suceder. Y no se hizo esperar... Sonó como una cascada por encima de las copas de nuestras cabezas, el bosque entero alertó sus troncos, incluso hasta los más esbeltos de la orilla tensaron cada una de sus ramas para entender el origen de aquel estruendo. Sí, aquel ruido semejaba a un trueno de agua que arrollara todo a su paso... Sonreí con ironía al descubrir la expresión, un trueno de agua... Pero duró poco la sonrisa, al igual que la belleza en el rostro de mis árboles hermanos que, con horror, observaron la ola de agua y lodo que se avecinaba contra ellos. Uno a uno, fueron doblándose y cayendo al lecho torrencial del río, ahora desbocado, que con furia se los tragaba, implacable. Se llevó la primera hilera que bordeaba lo que antes fue orilla, también se llevó la segunda y tercera fila de los árboles más altos y ensanchó su cauce fatal hasta una cuarta hilera, la más próxima al pétreo acantilado. Desde arriba contemplé la tragedia con estupor y una gran pena me hizo encoger aún más. Toda la humedad de la roca que me dio el sustento se transformó en lágrimas y lloré. Lloré por los que antes estaban, aunque nunca preguntaron, pero lloré por ellos. La riada se llevó sus cuerpos hermosos, el gesto brillante de sus hojas vivas, la elegancia de sus ramajes y la faz altiva que apenas unos instantes les adornaba. Desaparecieron de súbito corriente abajo, entremezclados y rotos, sucios de lodo hasta las hojas. El lecho del río extendió sus dominios hasta donde antes ellos habitaron y ese recuerdo se convirtió en otra cicatriz más que añadir a mi maltrecho pesar. Es inevitable recordar cuando pendiente abajo escucho las aguas del río chocar contra las rocas de la pared donde sobrevivo.
Más arriba sé que el bosque continúa, me lo contó un búho. En una noche de luna me habló de las altas copas que pueblan la meseta y de la leyenda que entre ellos circula, dicen que entre la montaña y el río un trueno de agua intercede por ellos, velando por su permanencia. Aquí, en este lugar tan solitario, no hay otro consuelo que la visita del grajo o los milanos, a salvo por fin de los cazadores. La temporada pasada anidó una pareja de águilas, la misma que ahora regresa a hacerme compañía. Eso es lo que significa Trueno de Agua, todo lo que sucede tiene una razón de vida.




El autor:
http://leetamargo.blogia.com

*”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, (c) Luis Tamargo.-

Texto agregado el 23-04-2005, y leído por 143 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-07-2005 Lindo texto. Con mucha poesía. Te felicito. Estrellitas. anitalu
08-05-2005 Admiro con sinceridad a aquellas personas que a través de un texto reflejan un desprendimiento notable, una gracia inusitada, y una dulzura para con la naturaleza que aunque con frecuencia pasa desapercibida, dificilmente se olvida. Mis respetos y mis felicitaciones por su texto. danielnavarro
01-05-2005 Excelente texto intimista. Aunque de final triste, nos recuerdas y haces revivir un paisaje hermoso antes de la catástrofe.La historia se enriquece al ser contada en primera mano por el único superviviente, el final como la soledad es tremendamente triste por el vacío que se intuye. Y es que a "trueno de agua " tampoco nadie le preguntó...Enhorabuena por este trabajo amigo, me ha gustado. Te dejo mis estrellas y un saludo.Nélida. claraluz
 
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