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El mandarín Pei-ya soñó una noche que se encontraba con el dragón sabio de Si Chuan. Soñó que el fabuloso animal le comunicaba algo, pero nunca llegó a entenderlo. Estaba tan desesperado que tomó una daga y la clavó en el pecho del dragón. Nunca supo cuál era la causa de su desesperación. El dragón sabio dio sus últimos resoplidos antes de que Pei-ya despertara.

Al otro día, el mandarín habló a Zeng-shen, su criado y consejero, para que interpretara tan extraño sueño. Sin embargo, Zeng-shen no apareció. Entonces mandó llamar a Bai-hua, la hermosa concubina del velo rojo. Pero ésta no contestó. Pei-ya se levantó enfurecido por la desobediencia y, al tratar de abrir la puerta, se percató de la larga uña que tenía en el dedo índice de su mano derecha. Pei-ya se sobresaltó. ¿Cómo había crecido tanto esa uña en tan sólo una noche?

En su palacio ninguna persona estaba, ni Zeng-shen ni Bai-hua estaban. El mandarín los buscó por todo el palacio. Después salió a buscarlos en el jardín. Ahí tampoco había nadie. Pei-ya atravesó las murallas de la mansión y, afuera, la gente se apuraba a postrarse ante él. “Viva el mandarín de la larga uña”, decían a coro. Pei-ya se quedó inmóvil. Estupefacto escuchó al pueblo que no dejaba de alabarlo. “Oh, venerable mandarín, tengo un hijo muy enfermo. Ven a salvarlo”, “Salve, mandarín. Cura mi ceguera”, “Sabio mandarín, enséñame el camino de la rectitud”. Pei-ya retrocedió. “Hijo del cielo, dame tu bendición”, “Muéstrame el fuego fatuo para conocer a los dragones, oh gran mandarín”, “Sólo tú, digno sacerdote de la justicia, puedes decirme si mañana tendré alimento en mi mesa”. Pei-ya entró dando un grito al palacio.

Al atardecer, encerrado en su recámara, el mandarín escuchó que alguien gemía en el jardín. Salió a ver quién producía ese estertor horrible. Era el dragón sabio de Si Chuan, quien malherido hacía muecas de dolor. “Honorable mandarín de la larga uña–le dijo–, sólo tú puedes ayudarme. Tu criado Zeng-shen enterró una daga en mi pecho, y ahora mi fin está cerca. Mi sabiduría y mi protección te las he heredado para que cumplas la venganza de mi muerte”. “No fue Zeng-shen –replicó Pei-ya– quien te asesinó. Fui yo el que lo hizo. Estaba desesperado”. “Cumplirás mi venganza de todas formas”, y al decir esto, el dragón murió.

Zeng-shen a la cabeza de una larga comitiva encontró el cuerpo sin vida del mandarín en la cima de una montaña. La uña estaba enterrada completamente en el pecho y el rostro era de beatitud. Parecía como si el mandarín de la larga uña estuviera señalando su corazón eternamente. Pei-ya fue embalsamado y adorado durante muchos años.

Texto agregado el 30-04-2005, y leído por 647 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-04-2005 parecido a los relatos de "Las mil y una noche" doctora
30-04-2005 Lo asiático es bonito y suena a una vuelta a los orígenes del mundo samorales
 
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