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Era la hora. Nunca se había sentido así antes pero le resultaba agradable y extremadamente inusual establecer este tipo de relación consigo misma.
Se había vestido de forma sencilla, leve como un suspiro. Se había perfumado con unas gotas de esencia de rosas porque tenía el firme convencimiento de que su angel estaba con ella, caminando a la par que sus piernas y sus pensamientos.
Su angel era extremadamente juguetón. A veces, se le descubría como un ser especialmente sarcástico
con sus temores, observándola con sus ojos color miel y esa sonrisa inequívoca de complicidad y crítica. Otras veces, saltaba a sus alrededor haciendo fiestas, tirándole del pelo y acariciando levemente su rostro de expresión perpleja.
Eran momentos de segundos infinitos en los que advertía que había roto algún muro de los que ella había ido construyendo con el tiempo y, claro, se dejaba llevar por la alegría de la celebración.
Era entonces cuando también danzaba a solas por el salón y el pasillo de la casa, tarareando alguna cancioncilla festiva que le afloraba a los labios sin saber por qué. Era entonces cuando se asomaba tímidamente al espejo y se guiñaba un ojo y se hacía regañizas y se decía mirándose a los ojos que se quería.
Salió sin prisas. Su cita era, a la vez que entrañable, un ejercicio perfecto de imaginación.
Abrió la puerta que daba a la calle relajadamente, casi sin hacer esfuerzo alguno y dejó que los primeros rayos de sol primaveral se le enredaran en el pelo y se le deslizaran por su cuerpo danzando cual bailarinas de tutús dorados y ágiles movimientos.
Experimentaba entonces una hermosa sensación de ser abrazada por completo, de estar deseosamente perdida entre unos brazos invisibles que la sostenían frente al mundo.
Inició su caminata lentamente, dándole tiempo al tiempo para inventarse, dejando que los rayos del sol de la mañana se reflejaran en todo su esplendor en su rostro suave y terso.
Llevaba las manos sueltas dejando que los duendecillos juguetones se arremolinaran alrededor de sus dedos haciendo eses en la palma de sus manos.
A cada paso tenía la frágil sensación de que algún espíritu le iba colocando la tierra que pisaba y que más allá todo el camino era... la nada. Como cuando cierras los ojos y te dejas guiar por otra persona a lo largo de un trecho: sientes el calor que emana de tu compañero de camino a la vez que aire...aire a tu alrededor.
Y aspiró profundamente los aromas del amanecer.

Texto agregado el 04-05-2005, y leído por 150 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-12-2005 Precioso... He visto los duendecillos traviesos!!!***** anyglo
04-05-2005 Lindo texto. Bien contado. Confortable, es un sentirse en casa. Un abrazo. ggastello
 
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