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Epelbon envidia en secreto a los alérgicos al polen. Entiende como una inmodestia cualquier primaveral nariz moqueante y dónde cualquiera de nosotros ve unos ojos enrojecidos y llorosos, él sólo ve una ostentación innecesaria.
También envidia las alergias a los medicamentos, los ácaros, epitelios de animales y a al látex, pero son las hordas de alérgicos al polen los únicos que le irritan hasta enfurecer.
Aquí podría parecer que el narrador A) Ha escrito un primer párrafo de lo que pretende ser un cuento y no sabe seguir. B) Se deja arrastrar por esas modas vanguardistas de narradores que aparecen y desaparecen por el texto dando su opinión cuando les place, sin ton, ni son C) Harto de escribir micros de menos de cien palabras utiliza artilugios como éste para alargar el texto. D) Quiere esconder el final como un maestro para que dentro de unas líneas se oiga un ahhhhh maravillado en el cerebro de lector.
Retomando, Epelbon envidia a los alérgicos en general y a los alérgicos al polen con un encono desorbitado. Cuanto más común es una alergia más envidiada es por Epelbon. Todo radica en la extrañeza insólita de su alergia. Epelbon es alérgico a las escaleras. El único alérgico a las escaleras de todo el mundo. No tiene a nadie con quién comentar “a mí lo que me va bien es el zumo de medio limón con una aspirina”. Nadie con quién compadecerse de lo malos que son los días de viento cargaditos de gramíneas. Epelbón está solo.
Ahora podríamos estar entrando en un farragoso párrafo en el que, más o menos científicamente, se intentara explicar como se detecta una alergia a las escaleras, que tratamiento es el adecuado y con que tipo de urticarias e hinchazones se manifiesta, pero no van a ir por ahí los tiros. Según las revistas especializadas la única manifestación comprobada y contrastada, a día de hoy, es que los alérgicos a las escaleras se caen rodando por ellas.
Más atractivo que perdernos en incomprensibles recovecos de anticuerpos y reacciones anafilácticas parece responder al interrogante de por qué Epelbon guarda en secreto su alergia (el corrector ortográfico me sugiere alegría, pero no me atrevo a usar el juego de palabras por miedo a que el dueño de mi Microsoft Office pirata tome medidas legales contra mí; un narrador que no es omnisciente no gana ni para pipas) Es más apetecible, creo, responder a por qué su esposa, resignada a vivir en un bajo poco luminoso sólo por amor, no sabe que su marido padece alergia a las escaleras y vive engañada pensando que su esposo sufre vértigo.
Llegados a este punto algún amigo de ver sólo la paja en el ojo ajeno alegará que Epelbon sufre el infierno que se merece por contradecirse envidiando, por una parte, a los comunicativos alérgicos al polen que te montan una sesión de terapia en cuanto te descuidas y guardando bajo llave su secreto.
Pero Epelbon siente una terrible vergüenza y no se resigna a su soledad. Eso no es pecado.
Ahora nos retiraremos a una salita contigua protegidos de los rayos gamma por sólidas placas plúmbicas y realizaremos una radiografía de cuerpo entero de nuestro protagonista. Observamos, a quién no le gusta jugar a los médicos, que la totalidad de su osamenta goza de perfecta salud. Es más si fuera un profesional el que mirara la radio (los profesionales dicen radio en lugar de radiografía, así sin darse importancia). El profesional, digo, nos aseguraría que sus huesos nunca jamás han sufrido ningún tipo de lesión o fractura.
Las mentes fantasiosas probablemente estén barajando la posibilidad de que la falta de cicatrices en su esqueleto esté propiciada por un misterioso efecto secundario de la alergia a las escaleras: por ejemplo estar dotado de una osamenta fabricada con una indestructible aleación extraterrestre, pero no.
La respuesta es más telúrica: Epelbon nunca se ha caído por unas escaleras. Incluso se puede asegurar que conscientemente nuestro protagonista nunca ha estado a menos de diez metros cuarenta y tres centímetros de una escalera.
No os deis tanta prisa catalogando el problema de Epelbon como una vulgar y común obsesión (¿escalerofobia?). Ni caigáis en la inútil tentación de diseñar una terapia de acercamientos progresivos a las escaleras. No, no es eso. La alergia es real.
De hecho fue el eminente alergólogo Dr Epelbon, su padre, quién le diagnosticó la enfermedad nada más nacer y le mantuvo alejado de su cotidiana kriptonita hasta que éste pudo valerse por si mismo.
Algunos colegas del Dr Epelbon envidiosos de la fama mundial que adquirió por las publicaciones acerca de la insólita enfermedad de su hijo acusan a nuestro eminente doctor de farsante, llegando incluso a dudar de la veracidad de su titulación. Si bien es cierto que esas malas lenguas deberán tragarse sus propias bilis pues en breve el Dr Epelbon publicará un estudio detallado sobre la alergia de su nieto en el que ha detectado alergia de su mano derecha a su mano izquierda.
Aunque con permiso de Ende, esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Otro punto a favor de ser narrador de estos que entras y sales es que puedes despedirte: Adios lector, gracias por tu paciencia y atención prestada, e incluso puedes dedicar el cuento: yo se lo dedico a la única responsable de que este cuento este lleno de intervenciones superfluas como ésta. Me tengo que ir a cenar.

Texto agregado el 04-05-2005, y leído por 565 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
05-09-2005 jajajajajajaja, queeeeeeeee???? citas a Ende y hablas de alergia a escaleras!!! pero a pesar de eso la flecha que me pegó fue el nieto que tiene alergia entre las manos, y cómo jugaste con uno cuando uno dice... ahhh el muy idiota lo que tiene es fobia a las escaleras, pero noooooo, no es fobia, ni se te ocurra pensar que es fobia, dices tú. Fantástico. Tu originalidad me sorprende, es demasiado original. eladoscurodelcorazon
17-08-2005 Me gusto mucho tu cuento. Gatoazul
16-08-2005 ¡Alegría a la escaleras!. Mucho gusto Sr Narrador Omnisciente. SandiLaguna
17-06-2005 no te voy a echar más flores que ya te han echado bastantes, Metaliterato. thelma
19-05-2005 me gustó tu cuento. Interesante. vatel
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