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Pasaba cierta noche de verano por una de las callecitas de mi barrio cuando una señora de edad avanzada y de muy reducida estatura se asomó a su puerta. Al pasar frente a ella, me preguntó alarmadísima:
-¿No ha visto usted a Emilio?
Me detuve más por cortesía que por otra cosa para explicarle que al parecer, estaba en un error.
_Perdone, debe estar usted confundiéndome ya que no conozco a nadie con ese nombre.
-Nooo. No me equivoco. Usted lo conoce muy bien. El vivía en la calle Edison, haga memoria, tiene más o menos su edad, es un muchacho muy reconcentrado.
Tal descripción hizo blanco en mis recuerdos. Por supuesto que conocía a Emilio. Incluso vivimos en la misma casa durante un tiempo. Su familia estaba emparentada con la de mi tío político y por lo que sabía, ya que a Emilio no lo veía hace más de quince años, éste era un hombre tranquilo, muy dedicado a su trabajo y a su familia. Ahora ¿Quién era esta señora que me preguntaba con tanta inquietud por este antiguo amigo? Ella me dijo ser una tía suya que había vivido muchos años en Francia y que ahora había regresado para hacerse cargo de una herencia. Pero lo que me contó de Emilio era realmente preocupante. El pobre tipo había sufrido una decepción amorosa que lo tenía a muy mal traer, a tal punto que estaba en esos momentos con tratamiento psiquiátrico, puesto que en un intento por desalojar esos crudos pensamientos que mortificaban su existencia, había decidido quitarse la vida. Tres veces lo había intentado y las mismas tres veces fue salvado por Efraín, su tío.
-Por favor, señor. Le ruego que me ayude a encontrarlo ya que tengo la certeza que ha sufrido una recaída y que una vez más va a intentar suicidarse.
-¿Pero está usted segura que Emilio salió de la casa? Puede ser que se encuentre aún dentro de ella.
-Si. Tiene usted razón. Esta vivienda es inmensa y es muy probable que se encuentre encerrado en alguna habitación. ¿Sería tan amable usted de ayudarme a buscarlo?
Sin pensarlo dos veces ingresé a la casa, seguido de la pequeña anciana, quien me alertó sobre un enorme mastín español que en esos momentos deambulaba por las habitaciones y que era de una ferocidad extrema con los extraños. Tal indicación me paralogizó de terror, puesto que si existe algo a lo que le temo más que a nada es a esos animales fieros que le muestran a uno sus colmillos y luego los hienden sin piedad en la carne trémula. Al parecer, la bestia dormitaba en algún rincón, ya que no dio señales de vida. La casa poseía muchas habitaciones, algunas con sus puertas entornadas y otras cerradas a machote.
-¿Cuántas personas viven en esta casa aparte de usted?- le pregunté algo preocupado a la señora ya que no sabía con quien podía toparme.
-Vivimos sólo Emilio, Efraín y yo. Imagínese lo que es para mí tener que vérmelas con un tipo fornido que a menudo pierde la razón y trata de matarse.
De pronto escuché unos alaridos desde un lugar impreciso. Aguzando mi oído pude dar con la pieza desde la cual provenían los gritos.
-¡Debe ser Emilio que corre peligro! ¡Ay mi Dios! ¡Tiene que salvarlo señor!- dijo la señora, quien comenzó a gimotear, mientras se mesaba sus cabellos. Me aproximé a la puerta tratando de abrirla pero estaba con llave. Entonces pregunté:
-¡Emilio! ¡Emilio! ¿Estás allí?
No obtuve respuesta, por lo que decidí que tenía que actuar con determinación. Me aparté algunos pasos de la puerta y luego embestí con fuerza. El choque fue furibundo pero no conseguí abrirla. Los gritos proseguían aún con mayor intensidad por lo que me retaqué aún más y la embestida esta vez fue feroz, la puerta se abrió de golpe y con gran estrépito. En realidad quien se encontraba en la pieza no era Emilio sino un anciano que parecía dormitar frente a un televisor encendido y con el volumen al máximo. De hecho, los gritos provenían de una película que se exhibía en esos momentos. El anciano abrió de pronto sus ojos y muy alterado, se levantó y trató de agredirme con la silla. En eso sonó el teléfono y la anciana se apresuró a contestar:
-¡Si! ¡Vengan de inmediato! ¡Un hombre intenta asaltarnos!
Sorprendido y tratando de sacarme de encima al agresivo anciano, intenté abandonar la habitación justo cuando aparecieron tres individuos fornidos que me atraparon y me arrojaron al piso.
-¿Qué andabai haciendo aquí, ah?- me gritó uno al mismo tiempo que me pateaba las costillas.
-¡Hay que llamar a los pacos! ¡Ladrón sinvergüenza, queriendo aprovecharte de los viejos!
La anciana sólo miraba por lo que angustiado le grité que aclarase el asunto. Pero ella no respondía y cuando reaccionó, se aproximó al anciano que gesticulaba con la silla a punto de estrellármela en la cabeza.
-¡Cálmate Pedro que ya está todo controlado!- le dijo con una voz muy queda.
-¡Juro que soy inocente!- me defendí, pero un puntapié en el estómago me dejó sin respiración.
-¡Todos son inocentes, claro está! ¡La cárcel está atestada de inocentes y allá irás a incrementar la suma de blancas palomas!- rió grotescamente uno de los grandulones.

En la comisaría pude relatar en detalle todo lo acontecido y al revisarse mis antecedentes, se llegó finalmente a la conclusión que yo sólo había sido víctima de mi buen corazón. Allí supe que la señora aquella sufría de demencia senil, que nunca habían existido un Emilio, un Efraín ni el mastín español y que los datos que me dio la anciana surgieron de su imaginación pero para mi desgracia coincidían con las señas de mi amigo. También supe que el ancianito que se hallaba encerrado en su habitación era su esposo, otro enfermo mental. Ambos viejos no tenían descendencia y estaban al cuidado de una dama que la noche aquella había salido de compras y que cuando regresó se encontró con el tremendo escándalo.

Después supe que el verdadero Emilio vivía en Sydney y por supuesto que no se imaginaba el lío en que me involucré por la simple invocación de su nombre…

















Texto agregado el 05-05-2005, y leído por 284 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-05-2005 jajaja, imprevisible como siempre. Me encantó y ahora cuando alguna viejita pida ayuda, me cruzo de vereda. Magda gmmagdalena
06-05-2005 Estupendo, Guido. Un error "perdonable". Quien no se fiaría de una anciana , de un Emilio y de un Mastin español? :) Muy bien contado. entrelineas
05-05-2005 Muy buen cuento, me atrapó***** india
 
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